Название: El orden de 'El Capital'
Автор: Carlos Fernández Liria
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Pensamiento crítico
isbn: 9788446036258
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El humanismo venía entonces a compensar con ideologías y agudas reflexiones filosóficas esta dificultad. ¿Cuál es la causa del hambre, de la mala distribución de la riqueza, del derroche consumista y de las crisis de sobreproducción? El hombre. El hombre y sus ambiciones, sus egoísmos, sus insolidaridades. ¿Cuál es la causa del paro, de las guerras, de la producción de armamento, de las patentes prohibitivas de los medicamentos? El hombre siempre es una buena respuesta para todo. ¿Acaso no es cierto que «la historia la hacen los hombres»? ¿Quién, si no, va a ser la causa de los acontecimientos históricos? De manera semejante podría aprenderse física utilizando el sentido común. ¿Por qué caen las piedras? Por naturaleza. ¿Cuál es la causa de la combustión del carbono? La naturaleza. Lo mismo daría aquí apelar más bien a la voluntad de Dios. «Hombre», «Dios», «naturaleza», cuando no son más que maneras de nombrar nuestra ignorancia, son siempre bastante intercambiables.
Lo que no se acertaba a ver era que los famosos «modelos teóricos» del estructuralismo no eran sino el instrumento experimental adecuado a las características fácticas de su objeto. La peculiar relación con lo teórico que la antropología y la historia se ven obligadas a mantener a favor de la específica experiencia de su objeto particular fueron, así, confundidas con lo teórico mismo y, en adelante, la llamada corriente estructuralista no se libró jamás del reproche de «teoricismo», precisamente respecto a su intento de sentar las bases para una apertura a la experiencia de sus objetos. Así pues, la historia se repetía y frente a Lévi-Strauss o la escuela lingüística de Copenhague se esgrimían los mismos argumentos que antaño se enfrentaron a Galileo y, también, a Marx.
Un ejemplo clásico de esta polémica es el texto sobre las críticas de Gurvitch que Lévi-Strauss introdujo como apéndice a su artículo «La noción de estructura»[18]. Lévi-Strauss había definido su método simplemente como «galileano» en el sentido de que «busca determinar la ley de las variaciones concomitantes en lugar de concentrarse, a la manera aristotélica, en las simples correlaciones inductivas»[19]. El desarrollo de la matemática moderna, por otro lado, habría mostrado que el universo matemático no se reduce al reino de la cantidad y que problemas que no comportan solución métrica alguna pueden igualmente ser sometidos a tratamiento riguroso[20]. Ahora bien, la posibilidad de operar deductivamente a partir de modelos construidos al modo matemático despierta todas las sospechas del eminente sociólogo Gurvitch cuando de lo que se trata es de una sociedad concreta, ya que ésta es «incomparablemente más rica que su estructura, por compleja que ésta sea»[21]. Lévi-Strauss responde con una ironía que raya en el sarcasmo:
«¿Con qué derecho, con qué títulos se instituye Gurvitch en nuestro censor? ¿Y qué sabe de las sociedades concretas Gurvitch, cuya filosofía se reduce a un culto idólatra de lo concreto (glorificando su riqueza, su complejidad, su fluidez, su carácter siempre inefable y su espontaneidad creadora), pero que permanece empapada de un sentimiento tal de reverencia sagrada que su autor no se ha atrevido nunca a emprender la descripción o el análisis de una sociedad concreta cualquiera? Los etnólogos, que han pasado años de sus vidas mezclados con la existencia concreta de sociedades particulares, pueden esperar serenamente que Gurvitch descubra en ellos una indiferencia ante lo concreto comparable a aquella de que él mismo ha dado prueba al reducir la diversidad y especificidad de miles de sociedades a cuatro (sic) tipos, donde todas las tribus sudamericanas están confundidas con el conjunto de las sociedades australianas, la Melanesia con la Polinesia, y donde América del Norte, por un lado, y África, por otro, constituyen bloques homogéneos[22]».
Lévi-Strauss no se ha cansado nunca de repetir que la construcción de modelos viene siempre acompañada de una «atención casi maníaca» a los matices y detalles más concretos. La forma en la que la etnología dispone la alternancia de la deducción y la observación –imprescindible en toda ciencia positiva– no introduce ninguna contradicción en el modo de hacer «estructuralista», sino que depende, como hemos visto, de su empeño en respetar la especificidad de lo que debe ser observado[23]. La única forma de saber que las nociones del discurso con el que pretendemos «calcar» lo empírico no están situándonos ante una realidad alucinada que nuestra paciencia explorará inútilmente es obligar a nuestros conceptos a «deducirse» hasta el final. Todos los refinados instrumentales científicos no son una impertinente interferencia en el diálogo directo con las cosas, sino momentos del diálogo teórico que la ciencia mantiene consigo misma para ganarse el derecho de dialogar con ellas. Son su única garantía de estar verdaderamente describiendo, y no sencillamente imaginando, la realidad. Tal como decía Hegel en el Prólogo a la Fenomenología, para la historia del saber ha sido la experiencia, y no la especulación, la que más trabajosamente ha tardado en llegar[24].
Habiendo localizado la exasperación del teoricismo precisamente en el intento trabajoso de construir una posibilidad de acceso a la experiencia, ¿qué otra cosa podía hacer el antiteoricismo que –en una especie de emulación de la certeza sensible hegeliana– limitarse a señalar continuamente lo real y lo concreto, sin advertir que no hay nada que pueda ser más abstracto, a fuerza de esterilidad conceptual, que los resultados de esta reivindicación? Tal como decía Engels de Feuerbach, no se dice nada concreto ni se arguye nada «positivo» o «sensible» por permanecer todo el rato reclamando lo concreto, lo positivo y lo sensible. Ni el concepto de lo positivo tiene nada de positivo, ni el concepto de sensible nada de sensible. De ahí que, en efecto, como Engels señaló muy justamente, finalmente ocurra que en el sistema hegeliano encontramos mucha más concreción y positividad que en las reivindicaciones feuerbachianas de lo concreto y lo positivo contra la especulación hegeliana[25].
El caso de Gurvitch es un buen ejemplo de lo peligroso y estéril que puede resultar este «culto idólatra de lo concreto». Él pretende repartir los papeles entre la sociología y la etnografía, encomendando a ésta la mera descripción de lo concreto y reservando las consideraciones estructurales para la primera. De este modo, pretende estar salvando la pureza de lo empírico de la contaminación teórica, pero en realidad –objeta Lévi-Strauss– está haciendo todo lo contrario: está partiendo de una definición a priori, en este caso completamente injustificada, de lo que es estructurable y de lo que no lo es. La investigación etnográfica ha mostrado que, contra todas las apariencias, «muy a menudo son los aspectos más fluidos, más fugitivos СКАЧАТЬ