Название: El orden de 'El Capital'
Автор: Carlos Fernández Liria
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Pensamiento crítico
isbn: 9788446036258
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El famoso método «hipotético deductivo» del que Galileo sería fundador consiste, como acabamos de ver, en el empeño socrático de garantizar que no se va a cambiar de tema de una forma incontrolada. De hecho, Salviati se presenta a sí mismo como un «domador de cerebros»[54], convencido de que su interlocutor va a estar absolutamente de acuerdo con él sin necesidad de demostrarle la verdad de sus argumentos con muchos experimentos. Para demostrar que Simplicio, en realidad, no puede sino estar de acuerdo con él, basta con impedir que se vaya por las ramas; basta con obligarle a razonar sin mezclar unos temas con otros. La única exigencia que hace es, como Sócrates, «que el Sr. Simplicio se limite a responder a mis preguntas», con la advertencia expresa de que no responda nada más que lo que sepa con toda seguridad[55]. En efecto, si Sócrates tenía animadversión hacia la opinión era porque la opinión siempre cambia de tema sin darse ni cuenta. La opinión mezcla permanentemente unos temas con otros, agazapados en las mismas palabras. La opinión nunca trata realmente de aquello que dice estar tratando. De ahí que, en casi todas las conversaciones no científicas que duran lo bastante, se acabe por reconocer que se ha estado hablando «un poco de todo», un poco «de todo y un poco de nada». Se ha comenzado hablando de una cosa y, no se sabe ni cómo, se ha acabado por hablar de otra completamente distinta. Por el contrario, el empeño de la ciencia por establecer «sistemas cerrados» o «modelos hipotéticos» consiste en introducir toda una suerte de dispositivos que impiden que se cambie de tema sin ningún control. Si se le encarga a alguien en un laboratorio que mida la temperatura de un líquido y, después de introducir el dedo, se contesta algo así como «en mi opinión, está caliente», lo peor ya no es la imprecisión, lo peor es que seguro que se empezará en seguida a hablar de otra cosa: caliente significa, para mí, el agua de la bañera que me preparaba mi abuela. Pero nadie ha preguntado por ninguna abuela. El termómetro, un instrumental tan elemental, es, en realidad, un sistema de compuertas capaz de garantizar que se está hablando de lo que se está hablando y de nada más. El termómetro es, por así decirlo, el látigo del «domador de cerebros».
Al empeñarse en hablar de lo que se habla y no de otra cosa, Galileo comienza planteando el caso de una bola que rueda en el vacío sobre un plano perfecto. Ningún escolástico de la época le niega que, en ese caso, la bola seguirá rodando eternamente. Lo que sí le niegan es que pueda tener sentido físico eso de comenzar haciendo física desde un presupuesto imposible físicamente, absolutamente irreal. Así pues, a Galileo se le acusa más bien de estar introduciendo presupuestos metafísicos en la base de un vasto conjunto de hechos empíricos que hacía ya muchas décadas que eran cada vez mejor ordenados y clasificados por la observación y la experiencia. Se le acusa, en efecto, de lo mismo, y en nombre de lo mismo (una «ciencia positiva» que tiene por objeto «describir y explicar procesos reales»), que lo que hemos visto a Schumpeter esgrimir contra Marx. En el siglo XVI, eso de reintroducir la metafísica entre los hechos y la voluntad divina tenía también algo de hereje: suponía algo así como que Dios, en su absoluta omnipotencia, tendría que haber creado el mundo ciñéndose al patrón de una trama de esencias que le dictaría Galileo. El que los hechos fueran solamente eso, hechos, y que lo único que se pudiera hacer con ellos fuera explicarlos mediante una minuciosa observación empírica era, en cambio, una manera de cantar las alabanzas del Todopoderoso.
El nacimiento de las llamadas ciencias experimentales modernas viene marcado, así pues, por una decisión que más que nada podría calificarse de platónica. Tal como subrayó Alexandre Koyré: «Curiosa andadura del pensamiento: no se trata de explicar el dato fenoménico mediante la suposición de una realidad subyacente, ni tampoco de analizar el dato en sus elementos simples para luego reconstruirlo; se trata, propiamente hablando, de explicar lo que es a partir de lo que no es, de lo que no es nunca. E incluso a partir de lo que no puede ser. Explicación de lo real a partir de lo imposible. ¡Curiosa andadura del pensamiento! Andadura paradójica donde las haya; andadura que nosotros denominaremos arquimediana o, mejor dicho, platónica: explicación o, más bien, reconstrucción de la realidad empírica a partir de una realidad ideal»[56].
En efecto, una vez clarificados los conceptos de esta «realidad ideal» (conceptos sin duda muy «metafísicos», pero que, sin embargo, evitan que mezclemos unos temas con otros sin ningún control), es imprescindible comenzar a caminar hacia la «reconstrucción de la realidad empírica». En esta dirección, lo primero que hay que hacer es exponer cuáles son las condiciones materiales en las que esa construcción apriorística resultaría, además, empíricamente observable. Ciertamente, Galileo no elude en absoluto ese primer paso hacia lo empírico. En efecto, sí expone bajo qué condiciones esa construcción teórica cuya validez no dependía de los movimientos aparentes de los cuerpos tiene, o puede tener, además, presencia empírica. Así, Galileo establece que si la superficie fuese perfectamente plana y no tuviera fin, si estuviese pulida como un espejo, si fuese de algún material duro como el acero y si, por otro lado, la bola fuese perfectamente esférica, si fuese de alguna materia durísima como el bronce, y si, además, se eliminasen todos los impedimentos externos y adicionales... Entonces las cosas ocurrirían en la realidad de una forma bastante parecida a como se ha establecido que ocurrirían, digamos, en el «mundo de las ideas». Ciertamente, no es que con esto haya pasado ya a ocuparse de describir los movimientos empíricamente observables de esas cosas más o menos redondas a las que llamamos bolas. Pero, desde luego, esta operación tiene ya mucho que ver con lo empírico, pues, en efecto, establecer las condiciones en las que lo empírico se comportaría como la construcción teórica sienta las bases para empezar a experimentar sabiendo ya exactamente qué observamos por medio de las observaciones. Ahora sí se empieza ya (cuando sabemos con precisión qué le estamos preguntando a la realidad) a hacer todos esos experimentos que hacen que identifiquemos a la ciencia moderna como ciencia «experimental». Pero, precisamente por eso, hacer experimentos es más bien conseguir reconstruir experimentalmente la propia construcción teórica (construyendo cámaras de vacío, puliendo y engrasando superficies, etc., o sea, interrogando a la realidad por el aspecto que en cada caso nos interesa, más que observando, meramente, la realidad).
1.3.3 El viaje de Marx a los espacios ideales
Habíamos visto a Schumpeter reprochar a Marx que comenzara «haciendo metafísica» y estableciendo una ley que sólo tenía sentido «físico o real» en un caso hipotético que nunca se da y que, si llegara a darse, sería una mera excepción sin importancia. Para que el valor de las mercancías aparezca como cantidad de trabajo cristalizada en ellas, era preciso presuponer un mercado ideal de concurrencia perfecta, poner entre paréntesis cualquier externalidad, establecer que el trabajo era el único factor de producción y que era todo de la misma especie, etc. Marx no toma como punto de partida lo que encontramos en los «hechos» de la realidad económica. Parte más bien de determinado concepto de riqueza y mercancía cuya validez, en efecto, no hace depender de las determinaciones que puedan corresponder a las mercancías empíricamente observables en la sociedad moderna. Así pues, da la impresión de que todo el negocio teórico planteado en la Sección 1.ª, hasta la formulación de la ley del intercambio de equivalentes en el mercado, se ha desarrollado sin excesiva atención a lo empírico.
Como ya señalamos, ha sido muy difícil, dentro y fuera de la tradición marxista, aislar el verdadero significado de esta decisión de Marx. Para la economía convencional moderna, y también para Schumpeter, con ella Marx se apartó desde el primer momento del camino de las ciencias positivas, perdiéndose en disquisiciones metafísicas. Sin embargo, entre los padres fundadores de la ciencia moderna, Galileo, Descartes, Gassendi, Torricelli, encontramos más bien la misma decisión. Solía decirse, por ejemplo, que, para la demostración СКАЧАТЬ