Название: Moby-Dick o la ballena
Автор: Herman Melville
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Básica de Bolsillo
isbn: 9788446037064
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—¡Abismo ígneo! ¡Abismo ígneo! Me insultáis, señor; me insultáis más alla de lo naturalmente soportable. Es un incendiario ultraje decirle a una criatura humana que va camino del Infierno. ¡Palmas de ballena y llamas! Bildad, como me digáis eso otra vez, me aflojáis las tuercas del alma, y yo... yo... sí, me trago una cabra viva con todo su pelo y cuernos. ¡Fuera de la cabina, vos, beatón, mortecino hijo de un tarugo... enfilad derecho!
Mientras tronaba esto, se lanzó sobre Bildad; pero, con una maravillosa, oblicua y deslizante celeridad, Bildad le esquivó por esta vez.
Alarmado ante aquel terrible arrebato entre los dos principales responsables dueños del barco, y sintiéndome medianamente inclinado a abandonar toda noción de navegar en un navío de propiedad tan cuestionable y mando tan precario, me aparté de la puerta para dejar paso a Bildad, que, no me cabía duda, todo él era deseo de desaparecer de delante de la avivada cólera de Péleg. Pero, ante mi sorpresa, se sentó de nuevo en el yugo muy lentamente, y no pareció tener la menor intención de retirarse. Parecía bastante acostumbrado al impenitente Péleg y a su modo de actuar. En cuanto a Péleg, tras haber soltado su rabia como había hecho, no parecía que restara más en él, y también se sentó como un cordero, aunque se estremeció un poco, como si aún estuviera agitado por los nervios.
—¡Pfui! –silbó finalmente–, la galerna se ha alejado a sotavento, me parece. Bildad, vos solíais ser bueno afilando lanzas: reparad esta pluma, ¿queréis? Esta navaja mía necesita muela. Os lo agradezco; os lo agradezco, Bildad. Veamos, joven, vuestro nombre es Ismael, ¿no dijisteis eso? Bien, entonces, apuntado estáis aquí, Ismael, al trescientosavo provecho.
—Capitán Péleg –dije yo–, está conmigo un amigo que también quiere embarcarse; ¿le traigo mañana?
—Con toda seguridad –dijo Péleg–. Traédnoslo y le echaremos un vistazo.
—¿Qué provecho desea él? –gruñó Bildad, alzando la vista desde el libro en el que de nuevo se había estado enterrando.
—¡Ah! No os preocupéis de eso, Bildad –dijo Péleg–. ¿Ha ido a la pesca de la ballena alguna vez? –volviéndose a mí.
—Ha matado más ballenas que las que yo pueda contar, capitán Péleg.
—Bueno, pues traedle, entonces.
Y tras firmar los papeles, me marché; no dudando en absoluto haber hecho un buen trabajo matutino, ni que el Pequod fuera el mismísimo barco que Yojo había dispuesto para llevarnos a Queequeg y a mí en torno a Hornos.
Aunque no había ido lejos cuando comencé a darme cuenta de que el capitán con el que iba a navegar seguía aún desconocido para mí; por más que, en efecto, en muchos casos un barco ballenero estará totalmente equipado, y recibirá a toda su tripulación a bordo, antes de que el capitán se deje ver al llegar para tomar el mando; pues a veces estas expediciones son tan prolongadas, y los intervalos en el hogar, en tierra, tan extraordinariamente breves, que si el capitán tiene familia, o algún absorbente interés de ese tipo, él mismo no se ocupa mucho de su barco en puerto, sino que se lo deja a los dueños hasta que esté dispuesto para zarpar. Aun así, siempre está bien echarle un vistazo antes de encomendarse irrevocablemente en sus manos. Volviendo atrás, abordé al capitán Péleg, preguntando dónde se podía encontrar al capitán Ajab.
—¿Y qué es lo que queréis del capitán Ajab? Todo está correcto; estáis enrolado.
—Sí, pero me gustaría verle.
—Pero no creo que podáis hacerlo por el momento. No sé exactamente qué es lo que le ocurre, pero se queda encerrado en casa, como si estuviera enfermo, y sin embargo no lo parece. De hecho, no está enfermo; aunque no, tampoco está bien. De cualquier modo, joven, no siempre me recibe a mí, así que supongo que no lo hará con vos. Es un hombre extraño... el capitán Ajab... así lo piensan algunos, pero es buen hombre. Ah, os agradará lo suficiente; no temáis, no temáis. Es un espléndido hombre impío, semejante a un Dios. No habla mucho, pero cuando habla es mejor que escuchéis. Atended, estad prevenido: Ajab está por encima de lo común; Ajab ha estado en universidades, y también entre los caníbales; se ha familiarizado con prodigios más profundos que las olas; ha clavado su fogosa lanza en enemigos más poderosos y más extraños que las ballenas. ¡Su lanza, sí, que es la más afilada y precisa de todas las de nuestra isla! ¡Ah!, él no es el capitán Bildad, no, y tampoco es el capitán Péleg; él es Ajab, muchacho; ¡y el Ajab de la Antigüedad, ya sabéis, era un rey coronado!
—Y uno muy infame. Cuando mataron a ese malvado rey, los perros… ¿no lamieron los perros su sangre?
—Aproximaos aquí… aquí, aquí –dijo Péleg con una expresividad en sus ojos que casi me sobresaltó–. Atended, amigo: nunca digáis eso a bordo del Pequod. Nunca lo digáis en parte alguna. El capitán Ajab no se bautizó a sí mismo. Fue un capricho irracional e ignorante de su demente madre enviudada, que murió cuando él sólo tenía doce meses. Y, sin embargo, la anciana india Tistig, de Gay-head, dijo que el nombre, de alguna manera, resultaría profético. Y puede que otros chalados como ella os digan lo mismo. Deseo advertiros. Es mentira. Yo conozco bien al capitán Ajab; navegué con él como oficial hace años; sé lo que es... un buen hombre... no un buen hombre piadoso, como Bildad, sino un buen hombre que maldice... más o menos como yo... sólo que en él hay mucho más. Sí, sí, sé que nunca fue muy jovial; y sé que durante el viaje de retorno estuvo una temporada un poco fuera de sus cabales; pero fueron los agudos e intensos dolores en su sangrante muñón los que provocaron aquello, como cualquiera podría apreciar. También sé que desde que en el último viaje perdió su pierna por esa maldita ballena, ha estado un poco taciturno... desesperadamente taciturno, y furioso a veces; pero eso pasará. Y de una vez por todas permitidme deciros y aseguraros, joven, que es mejor navegar con un buen capitán taciturno que con uno malo risueño. Así que adiós, os digo... y no ofendáis al capitán Ajab por darse la circunstancia de que tenga un nombre perverso. Además, muchacho, tiene una mujer... no lleva casado tres expediciones... una muchacha dulce y resignada. Pensad en ello; de esa dulce muchacha ese anciano tiene un hijo: ¿concebís vos, entonces, que pueda haber algo grave, irreparablemente dañino en Ajab? No, no, amigo mío; aunque esté herido y agostado, ¡Ajab tiene su humanidad!
Mientras me alejaba, iba absorto en reflexiones; lo que incidentalmente se me había revelado del capitán Ajab me llenaba de una cierta singular incertidumbre de sufrimiento a él referida. Y de alguna manera en ese momento sentía hacia él simpatía y pena, pero por qué no lo sé, a no ser que fuera por la cruel pérdida de su pierna. Y aun así también sentía un extraño temor hacia él; mas esa especie de temor, que en modo alguno puedo describir, no era exactamente temor; no sé lo que era. Pero lo sentía; y no me hacía inclinarme en su contra, sino que sentía impaciencia ante lo que parecía un misterio en él, a pesar de lo imperfectamente que me era entonces conocido. Sin embargo, mis pensamientos fueron finalmente llevados por otros derroteros, de tal manera que por el momento el oscuro Ajab se me fue de la cabeza.
1 XXXIX artículos: el credo oficial de la Iglesia anglicana y de todas las Iglesias episcopalianas.
2 sachem pottowattamie: los potawatamie fueron una tribu de indios algonquinos, del mismo grupo que los pequod. Un sachem es un jefe de las tribus indias de Nueva Inglaterra.