Название: Moby-Dick o la ballena
Автор: Herman Melville
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Básica de Bolsillo
isbn: 9788446037064
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Cruzando este sombrío zaguán, y atravesando aquel pasadizo de baja bóveda –abierto a través de lo que en viejos tiempos debió haber sido una gran chimenea central con hogares todo alrededor– entras al salón público. Aún más sombrío lugar es éste, con unas vigas tan pesadas arriba, y unas tablas tan viejas y ajadas abajo, que casi te imaginarías andar por la caseta de un viejo navío, en especial en noche tan aullante, en la que esta vieja arca anclada en la esquina se balanceaba de manera tan furiosa. A un lado había una mesa larga, baja, a modo de estante, cubierta con cajas de cristal rajado, llenas de polvorientas rarezas recogidas en los rincones más remotos de este ancho mundo. Surgiendo del ángulo más alejado de la estancia había un cubil de oscura apariencia –el bar–, burdo bosquejo de la cabeza de una ballena franca. Sea como fuere, ahí estaba el inmenso hueso arqueado de la mandíbula de la ballena, tan ancho que una diligencia casi podría pasar bajo él. Dentro había baldas en mal estado, ocupadas de uno a otro lado con antiguos decantadores, botellas y frascos; y dentro de esas mandíbulas de rauda destrucción, como otro maldito Jonás (por cuyo nombre, efectivamente, le llamaban), se afanaba un viejecillo reseco, que a cambio de su dinero amablemente vendía a los marineros delirios y muerte.
Abominables eran los vasos en los que vierte su veneno. Aunque auténticos cilindros por fuera... por dentro los viles vasos verdes de gruesas paredes se inclinaban arteramente al descender hasta un engañoso fondo. Meridianos equidistantes toscamente grabados en el cristal rodeaban estas copas de atracador. Llénalo hasta esta marca, y tu monto es de sólo un penique; hasta ésta, un penique más; y así hasta el vaso lleno... la medida del cabo de Hornos, que puedes ingerir por un chelín.
Al entrar en el lugar encontré a unos cuantos marineros jóvenes reunidos a una mesa, examinando bajo una luz tenue diversos especímenes de skrimshander1. Busqué al posadero, y al decirle que deseaba ser acomodado en una habitación, recibí como respuesta que su establecimiento estaba lleno... Ni una cama vacante.
—Pero, guarda –añadió, golpeándose la frente–, ¿no pondrás objeciones a compartir la manta de un arponero, no? Se me hace que vas a la ballena, mejor será, pues, que vayas acostumbrándote a ese tipo de cosas.
Le dije que nunca me había gustado dormir dos en una cama; que si alguna vez lo hacía, dependería de quién pudiera ser el arponero, y que si él (el posadero) en verdad no tenía ningún otro lugar para mí, y el arponero no era decididamente objetable, bueno, mejor que seguir vagando por una ciudad extraña en tan acerba noche, me conformaría con la mitad de la manta de cualquier hombre decente.
—Así me pareció. De acuerdo; siéntate. ¿Cena?... ¿Quieres cenar? La cena estará lista enseguida.
Me senté en un viejo banco de madera, todo él tallado como un banco del Battery. En un extremo un pensativo marinero curtido estaba adornándolo todavía más con su navaja, inclinándose y trabajándolo diligentemente en el espacio entre sus piernas. Estaba tanteando su destreza con un barco a toda vela, pero no avanzaba mucho, me pareció.
Finalmente, unos cuatro o cinco de nosotros fuimos requeridos a nuestro condumio en una estancia adyacente. Estaba tan fría como Islandia... sin lumbre alguna... El posadero dijo que no podía permitírselo. Nada excepto dos velas de sebo, cada una envuelta en un sudario2. Nos apresuramos a abrocharnos nuestras cazadoras, y a llevar a nuestros labios, con dedos congelados, tazones de abrasador té. Pero el condumio era de lo más sustancial... No sólo carne y patatas, sino también dumplings, ¡cielos! ¡Dumplings para cenar! Un joven de levitón verde se aplicó a estos dumplings de la más angustiada manera.
—Muchacho –dijo el posadero–, de mortal necesidad que vas a tener pesadillas.
—Posadero –susurré–, ése no es el arponero, ¿no?
—Oh, no –dijo él, con cierto aspecto diabólicamente gracioso–, el arponero es un tipo oscuro de apariencia. Nunca come dumplings, no señor... no come nada que no sean filetes, y le gustan poco hechos.
—Al diablo cómo le gusten –dije yo–. ¿Dónde está ese arponero? ¿Está aquí?
—No tardará en estar aquí –fue la respuesta.
No pude evitarlo, y empecé a sentirme receloso de este arponero «oscuro de apariencia». De cualquier manera, tomé la decisión de que, si así se daba que debíamos dormir juntos, él debía desvestirse y meterse en la cama antes que yo.
Terminada la cena, la compañía volvió al bar, y no sabiendo yo qué más hacer, resolví pasar el resto de la velada como observador.
Pronto se escuchó un tumultuoso ruido en el exterior. Sobresaltándose, el posadero gritó:
—Ésa es la tripulación del Orca. Lo vi anunciado en alta mar esta mañana; una expedición de cuatro años, y un barco lleno. Hurra, muchachos; ahora tendremos las últimas noticias de las Fiji.
Un estampido de botas de mar se escuchó en el zaguán; la puerta se abrió de golpe, y adentro rodó un montón de marineros apropiadamente fieros. Envueltos en sus hirsutos capotes de guardia, y con las cabezas cubiertas de tapabocas de lana, todo remendados y harapientos, y sus barbas tiesas de carámbanos, parecían una irrupción de osos del Labrador. Acababan de desembarcar de su barco, y ésta era la primera casa en la que entraban. No es extraño, entonces, que abrieran una estela directa hacia la boca de la ballena –el bar–, momento en el que el arrugado viejecillo Jonás, que allí oficiaba, con celeridad les escanció vasos llenos para todos. Uno se quejó de un mal resfriado de cabeza, ante lo cual Jonás le mezcló una pócima de ginebra y melaza, semejante a la brea, que juró era una cura soberana para todo tipo de resfriado y catarro, sin importar cuánto durara, ni si había sido cogido en aguas de la costa del Labrador o en el lado de barlovento de una isla de hielo.
El licor pronto se les subió a la cabeza, como suele ocurrir incluso con los más notorios bebedores recién desembarcados del mar, y empezaron a alborotar de la más estrepitosa manera.
Yo observé, no obstante, que uno de ellos se mantenía un tanto apartado, y a pesar de que parecía solícito a no malograr la hilaridad de sus camaradas de barco mediante su sobrio semblante, aun así por lo general evitaba hacer tanto ruido como el resto. Este hombre me interesó al momento; y como los dioses del mar habían ordenado que pronto se convirtiera en mi compañero de tripulación (aunque, en lo que a esta narrativa concierne, sólo un compañero encubierto), me aventuraré aquí a una pequeña descripción suya. Alzaba seis pies cabales, con nobles hombros, y un pecho como una encajonada. Rara vez he visto tal musculatura en un hombre. Su rostro estaba profundamente curtido y tostado, haciendo que sus blancos dientes deslumbraran por contraste; mientras que en las profundas sombras de sus ojos flotaban ciertas reminiscencias que no parecían proporcionarle una gran СКАЧАТЬ