Gloria Principal. Джек Марс
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СКАЧАТЬ se acercó al puesto callejero.

      –Discúlpame, amigo —dijo el tendero, sin apenas levantar la vista—, está cerrado.

      –No hay más Dios que Alá —dijo Anthony en voz muy baja.

      El anciano se detuvo, luego miró a ambos lados de la calle. Miró a Anthony de cerca, entrecerró un ojo y casi sonrió. Pero no llegó a sonreír.

      –Y Mahoma es su mensajero —dijo, completando la Shahadah.

      Anthony extendió la mano y tomó una de las manzanas del hombre. La mordió. Era dulce, jugosa y deliciosa. Venta de manzanas en un clima tropical como Puerto Rico. Las maravillas de Alá nunca cesarían.

      –Aláu Akbar —dijo. “Alá es el más grande”.

      Ahora metió la mano en el bolsillo y sacó un billete de 100 dólares estadounidenses. Ya no lo necesitaba. Se lo entregó, pero el tendero trató de rechazarlo.

      –Te regalo la manzana.

      –Por favor —dijo Anthony—, cógelo. Es un pequeño regalo de agradecimiento, no un pago.

      –Los regalos de Alá no son de este mundo —dijo el tendero.

      –Es un regalo de mi parte para ti.

      En silencio, el tendero cogió el billete y se lo metió en el bolsillo. Le entregó a Anthony algunas monedas a cambio, completando la ilusión de que un hombre acababa de comprarle una manzana a otro. Si alguien estuviera mirando, una persona en una ventana, una cámara de vídeo, no había ocurrido más que una simple transacción.

      –Que Él acepte tu sacrificio y te abra sus puertas.

      Anthony asintió y guardó las monedas en su propio bolsillo. —Gracias.

      No se habría atrevido a pedir esto para sí mismo, considerándolo egoísta. Pero debía admitir que era lo que más le preocupaba. Lo había estado carcomiendo durante días y ahora se daba cuenta de que todas sus oraciones y súplicas habían estado pidiéndolo, sin siquiera decirlo. ¿Su sacrificio sería lo suficientemente bueno? ¿Sería suficientemente cierto? ¿No estaba contaminado por su ego y sus deseos?

      Su cuerpo tembló levemente. Iba a morir y tenía miedo.

      Más que astuto y cuidadoso, el tendero era sabio y parecía entender las cosas que no se decían. —Que las bendiciones de Alá sean con Su mejor creación, Mahoma y toda su progenie pura —dijo.

      Anthony asintió de nuevo. Era exactamente lo que necesitaba escuchar. Si su oferta provenía de un corazón puro, sería aceptada. Le dio otro mordisco a la manzana, sonrió y se la acercó al tendero, como diciendo: —Muy buena.

      Luego dio media vuelta y se alejó calle abajo. Tal como estaban las cosas, ya había puesto al tendero en más peligro del necesario.

      Antes de llegar al final de la calle, ya estaba repitiendo sus súplicas.

      CAPÍTULO CUATRO

      21:20 h., hora del Atlántico (21:20 h., hora del Este)

      La Fortaleza

      San Juan Viejo

      San Juan, Puerto Rico

      —Dime, Don —dijo Luis Montcalvo, el gobernador en funciones de Puerto Rico—, ¿alguna vez has estado en la Escuela de las Américas?

      Un pequeño grupo de personas estaba reunido en un salón en el tercer piso de La Fortaleza, la mansión colonial española que había servido como residencia del gobernador de Puerto Rico desde 1540. Más de doscientos años antes de que Estados Unidos naciera., los Gobernadores puertorriqueños ya vivían en esta casa.

      Eso era lo que temía Clement Dixon. Había invitado a Don Morris, jefe del Equipo de Respuesta Especial del FBI, a que lo acompañara en esta visita de estado. Sin lugar a dudas, era una visita de estado, muy parecido a visitar otro país. La relación entre los Estados Unidos y su vasallo Puerto Rico estaba llena de desconfianza, recelos y desatinos de proporciones épicas.

      El asesinato por parte del FBI del nacionalista puertorriqueño Alfonso Cruz Castro el año pasado, el bombardeo de la Marina de los EE.UU. durante décadas en la isla puertorriqueña de Vieques y el fracaso de la Marina en limpiar el vertedero tóxico que dejaron atrás, eran una pequeña lista de los errores que le vinieron a la mente.

      Traer a Don podría haber sido otro más.

      El escuadrón de élite de aquel hombre se había adentrado en el Círculo Polar Ártico para desactivar un arma nuclear rusa que detonaría y causaría una calamidad mundial. Al hacerlo, habían demostrado un nivel de heroísmo que llevó a Dixon a cuestionar su salud mental. Más allá del peligro físico, habían asumido la misión en contra de las órdenes de sus superiores en el FBI y en la Casa Blanca.

      Don Morris había apostado su legendaria carrera por la información obtenida por su propia gente y por su capacidad para llevar a cabo una misión con recursos improvisados, contra todo pronóstico, en uno de los lugares más temibles de la Tierra.

      Y había ganado la apuesta.

      Clement Dixon lo admiraba, así que le había traído a Puerto Rico. Quería conocer mejor a este hombre. Quería sentirlo y ver si había más formas en las que poder trabajar juntos. Y le gustaba mezclar y combinar personas.

      Don Morris, el viejo guerrero de las operaciones encubiertas, reunido con Luis Montcalvo, el joven cuidador liberal de Puerto Rico, asumió el papel porque la vieja guardia había sucumbido en las llamas de un escándalo de corrupción. Su ascenso desde el cargo de Secretario de Medio Ambiente había sucedido a la velocidad del rayo, en gran parte porque la administración saliente lo había mantenido a distancia y todos los que estaban por encima de él estaban corrompidos.

      Montcalvo tenía treinta y un años, en opinión de Clement Dixon (y probablemente también de Don), apenas lo suficiente para atarse él solo los zapatos. Era muy guapo, soltero, no tenía hijos y abundaban los rumores de que incluso podría ser gay.

      Después de una cena formal y unos tragos, Don Morris los había obsequiado durante más de una hora con lo que Dixon sospechaba que eran versiones edulcoradas de operaciones especiales de días pasados.

      Ahora, Montcalvo hizo lo que probablemente creyó que iría directo a la yugular. Hasta este segundo, había sido el anfitrión más amable que se pudiera imaginar.

      –En Puerto Rico hemos sufrido mucho a manos del ejército estadounidense. Hemos sufrido la humillación de la armada estadounidense bombardeando nuestras costas para practicar el tiro al blanco. Las dos mil cuatrocientas personas de nuestra isla Vieques han sufrido los efectos en su salud de ser bombardeadas, sometidas al ruido extremo de aviones supersónicos y expuestas a los químicos tóxicos arrojados allí. Esas son acciones de ocupantes, no de compatriotas. Y nuestros hermanos en América Latina y el Caribe se han guiado por la persuasión tan gentil de quienes aprendieron su oficio en la Escuela de las Américas.

      Hubo un momento de silencio en el ornamentado salón colonial español, con su techo alto, ventiladores de techo que giraban suavemente y sillas de respaldo alto.

      Montcalvo estaba de pie, con una copa en la mano. Quizás СКАЧАТЬ