Gloria Principal. Джек Марс
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СКАЧАТЬ la trayectoria del disparo era notoriamente plana y perdería algo de impulso por el camino, por lo que necesitaba apuntar un poco alto. La brisa del agua también alteraría el curso de la bala en una mínima cantidad, empujándola sólo… a… la… derecha.

      –Una fantasía, en ese caso —dijo.

      El que no era Murphy no vio a Ferjal asentir, solo lo sintió.

      –Sí. Toda una fantasía asombrosa. Están imaginando capturar al Presidente estadounidense y trasladarlo a un lugar donde esté vigente la ley sharia wahabita. Luego lo llevarán ante los jueces y lo condenarán por asesinato, espionaje contra un estado musulmán y degeneración apóstata ante los ojos del mundo y ante Alá. Están muy contentos con esta idea.

      El que no era Murphy no se lo creía. —No es musulmán, así que no creo que pueda ser apóstata.

      –No, quizás no —dijo Ferjal—, pero es un proxeneta, un abortista y un promotor de conducta degenerada entre los hombres desde hace muchos años. Es el maestro de ceremonias del circo degenerado estadounidense. Por supuesto, es culpable de asesinato y espionaje.

      El que no era Murphy casi se rio. El chico sonaba como si ya hubiera juzgado al Presidente estadounidense. —Ajá. ¿Y dónde se llevaría a cabo tal juicio?

      –Hablan de Mogadiscio, en Somalia. La Unión de Tribunales Islámicos se ha apoderado de la ciudad, quizás temporalmente. Son creyentes muy conservadores. Otros lugares son posibles, pero no probables. Las tierras tribales del oeste de Pakistán. El Yemen controlado por los suníes, tal vez. Definitivamente no en Arabia Saudí. Los traidores saudíes simplemente devolverían al hombre. Saben lo que más les conviene.

      –¿Ha dicho todo eso, o son tus opiniones?

      –Ha dicho Somalia. El resto son mis opiniones, pero estoy bien informado.

      El que no era Murphy sonrió. Le gustaba Ferjal. Le había cogido aprecio a este chico.

      El trabajo de Ferjal era guiarlo hasta este lugar de tiro, conseguirle luz verde y luego sacarlo de aquí sin que nadie se diera cuenta. También se suponía que Ferjal recuperaría el arma en un momento posterior, la desmontaría y la haría desaparecer.

      El que no era Murphy usaba guantes tácticos delgados, en el improbable caso de que otra persona encontrara antes el arma. El que no era Murphy no existía, pero tenía huellas dactilares y tenía ADN. El ejército de los Estados Unidos tenía registros de estas cosas y eso significaba que otros también los tenían. Nunca había tocado esta pistola con sus manos desnudas.

      No es que importara, nadie iba a encontrar el arma. Ferjal era bueno en su trabajo.

      Ferjal también era bueno en mantener una conversación entretenida. La salpicaba con dichos y lemas pseudoamericanos que, según él, la gente había dicho en árabe.

      A los jefes de Ferjal en Beirut, al ser chiitas, no les agradaban los suníes. Se estaban preparando para una guerra contra Israel a lo largo de la frontera sur y no les gustaba la basura militante suní, como Abdel Aahad, corriendo libres de hacer lo que quisieran, como apuñalarlos por la espalda mientras estaban despistados.

      Así que estaban limpiando un poco su patio trasero.

      Habían traído al que no era Murphy a una casa encalada, marcada por el fuego de una ametralladora, hace apenas dos días. Un erudito barbudo con gafas y barriga prominente estaba sentado en una sencilla silla plegable, mientras que el que no era Murphy permanecía de pie.

      El erudito describió los actos de Aahad. Aahad era una mala noticia, un problema y lo había sido durante muchos años. Era un alborotador y, entre otras cosas, un traidor a su propio país. Habían advertido a Aahad repetidamente, pero había sido en vano.

      Era hora de que Aahad se fuera.

      –Veinte mil dólares estadounidenses —dijo el que no era Murphy al erudito. —Quince para mí, cinco para el niño.

      Quince mil dólares no eran nada para el hombre que no era Murphy, prácticamente menos que nada. Casi no valía la pena levantarse de la cama.

      Cinco mil serían el pago más grande que el joven Ferjal habría visto en su vida. Probablemente fuera lo que su padre ganaba en seis meses.

      Todo en un solo día de trabajo.

      –¿Sabes —había dicho el erudito barbudo— el sacrificio que hacen todos los días los hermanos de la frontera sur? Viven en agujeros bajo tierra. Luchan valientemente contra las patrullas sionistas, mientras son perseguidos desde el cielo por helicópteros sionistas armados.

      –Son muy valientes —respondió el que no era Murphy. —Y estoy seguro de que tu amigo Alá los recompensará cuando pasen al gran…

      –¿Sabes cuánta comida, armas y consuelo podemos proporcionar a esos hermanos con veinte mil dólares?

      –¿Es esto una colecta benéfica? —espetó el que no era Murphy. —Porque te lo digo, estoy empezando a cansarme. Si crees que es demasiado dinero, pídele a uno de los hermanos de la frontera sur que lo haga. Estoy seguro de que lo harían solo por la gloria.

      El erudito negó con la cabeza. —Este es un trabajo para un tirador experto. Es un tiro desde una distancia muy larga. Necesitamos al mejor.

      El que no era Murphy se encogió de hombros. —Entonces, paga por ello.

      Ahora, en la ladera, la oscuridad se estaba asentando. Casi no quedaba tiempo. El rifle chino tenía un buen supresor de destellos, con un silenciador largo montado en él. El que no era Murphy había probado ayer la configuración. Era muy agradable, sin flash, muy poco ruido. Sin embargo, dejaría una marca de humo. Solo una bocanada que se elevaría desde estos arbustos, suficiente para matarlo a él y a Ferjal.

      Pero no si el disparo ocurría en la oscuridad.

      –¿Vas a disparar? —dijo Ferjal. No era impaciencia, sino curiosidad.

      El que no era Murphy tuvo la sensación de que Ferjal estaba asustado por todo ese dinero. Cinco mil dólares era demasiado dinero. Casi parecía tener la esperanza de que este trabajo no sucediera. Probablemente quería devolver su parte.

      Por su parte, el que no era Murphy pensó que desaparecería durante un tiempo después de esto. El Líbano era un país hermoso, pero estaba empezando a pensar que había abusado de la confianza de sus anfitriones.

      Respiró hondo y luego se dejó exhalar lentamente.

      Abdel Aahad estaba JUSTO ALLÍ, a la última luz del día. Piel bronceada como el cuero, ojos de cazador, barba espesa. Detrás de él y a su derecha, uno de sus hombres estaba encendiendo una antorcha. Trípoli se había quedado sin electricidad en ese momento. La electricidad en Trípoli era muy inestable. Aparentemente, en estos días estaba más tiempo apagada que encendida.

      La antorcha no era una distracción. En todo caso, era un poco de ayuda. La luz brilló en el rostro de Aahad.

      La brisa murió. A menudo lo hacía cuando se ponía el sol. El calor se instaló como si alguien hubiera accionado un interruptor.

      El que no era Murphy llevó la mira hacia la izquierda mínimamente.

      Tienes que decírselo a Stone.

      El СКАЧАТЬ