Название: Monstruos En La Oscuridad
Автор: Rebekah Lewis
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Эротика, Секс
isbn: 9788835414766
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—Deshazte de las sábanas para llevarte conmigo bajo la cama —dijo—. Iremos a Svartalfheim. ¿No es eso lo que deseas?
—¡No! —¿Cómo es posible que una persona pudiera estar excitada y asustada al mismo tiempo? Creo que tengo serios problemas mentales a los que tengo que enfrentarme en cuanto amanezca.
—Quédate ahí entonces —dejó de agarrarla y continuó arrastrándose por debajo de las sábanas hasta que la figura de un hombre alto asomó a los pies de su cama. Giró la cabeza hacia ella y comenzó a meterse entre sus muslos. Ella lo miraba boquiabierta, sin poder dar crédito a lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Así y todo, juntó las piernas mientras la risa melódica del elfo resonaba por toda la habitación.
Capítulo 4
—¿Vas a apagar la luz de una vez? —insistió el monstruo acariciándole los muslos. Ella se estremeció de emoción antes de volver a separar las piernas. Maddy no estaba segura de hasta dónde le permitiría llegar, pero sentía demasiada curiosidad como para irse (y no precisamente porque pensara que podría raptarla y llevársela). La luz seguía encendida y eso le daba ventaja.
—Yo... creo que no está bien—dijo con voz trémula— ¿qué tienes pensado hacer? —mientras ella hablaba, él dirigió sus manos hasta la cintura y muy despacio le bajó el pantalón y las braguitas. En ese momento, ella debería sacarlo de una patada de la cama. Es lo que en realidad debía hacer, pero... ¿y qué si no lo hacía?
—Tu aroma lleva tentándome durante años.
—Eso es lo que me has dicho —el monstruo le había confesado que había estado con otras mujeres mientras la visitaba. Típico varonil. Desvió la mirada. Sin embargo, no le molestaba. Lo convertía en un ser considerado al saber que aún no estaba preparada para dar el paso. Maddy no tenía ni idea de lo que había cambiado, pero lo cierto es que ahora él estaba en su cama y ella quería experimentar qué podría suceder a continuación.
—El olor de la compañera siempre es más dulce que el de otras hembras y cuando la encontramos de este modo, nos quedamos para protegerla. Una vez el aroma cambia, a veces muy sutilmente, sabes que ya está lista para aceptarte. Que ya sabe cómo tratarte y esos cambios oscilan del interés a la lujuria. Entonces, ninguna otra mujer nos interesa a menos que seamos rechazamos y tengamos que esperar a que aparezca nuevamente una posible pareja —dicho esto se acercó y le acarició la cara interna del muslo—. Tan delicada. Tan agradable...
La cara y las manos parecían las de un hombre. Puede que no se tratara de un monstruo, a pesar de ser un elfo oscuro con todo lo que eso conllevaba. Llevaba el pelo largo y notó lo fino y sedoso que era cuando, al rozarle la piel, sintió un cosquilleo seductor. No poder verlo era una situación muy erótica. Algo prohibido. Maddy se estremeció y el elfo aspiró su aliento.
—Tu cuerpo me invita a saborearlo. Mira qué humedad hay en esta parte sagrada de tu cuerpo.
Su respiración se volvió superficial. ¿Lo haría? ¿Y ella quería que lo hiciera?
—Sí —susurró sin pensar.
El elfo tomó su monosílabo como una invitación y lamió su sexo, explorando con la lengua lo más escondido de su cuerpo. Se recostó sobre la almohada y cerró los ojos. Dios mío, el monstruo era real. Quería tener sexo con ella.
Y se lo iba a permitir.
Con la lengua iba formando círculos en el clítoris que la hacían jadear y abrirse de piernas. Rebuscó entre las mantas el mando a distancia. Como si el monstruo fuera consciente de lo que ella estaba haciendo, incrementó su placer introduciéndole un dedo en la vagina.
Los dedos de Maddy se agarraron al aparato de plástico que sacó bruscamente de debajo de las mantas. Escogiendo hábilmente los botones apropiados, fue apagando una luz tras otra hasta quedar únicamente una junto a la cama. Pulsó el último botón y dejó caer el mando a distancia en la mesilla de noche. Fue recompensada con unos movimientos de cadera cuando atrajo los muslos hacia él, de forma que sus piernas quedaron enrolladas en su musculada espalda. Él lamía, mordisqueaba y chupaba cada parte de su cuerpo. Cuando el éxtasis se apoderó totalmente de ella, emitió un grito de placer que la hizo temblar violentamente.
Retiró las sábanas y vislumbró una silueta en la oscuridad que se arrastraba por su cuerpo, buscando instalarse entre sus muslos. Estaba totalmente desnudo y su erección era más que evidente.
—Has apagado las luces por mí —dijo sorprendido.
—Así es —afirmó, disfrutando de la pasión que aún la invadía.
—¿Quieres ser mía?
Maddy iba a responder justo cuando recordó la información que había leído y se tomó un respiro antes de hacerlo.
—¿Te refieres a culminar el acto aquí o a llevarme contigo?
—Lo que desees.
Le gustó que no diera una respuesta directa.
—¿Me prometes que no me quedaré embarazada sin haber pasado por los ritos sagrados de tu reino?
—Lo juro —dijo acariciándole la cadera—. Hasta que no te unas a mí, no podrás concebir un hijo.
—No estoy preparada para ser madre —confesó aproximándose a él para acariciarlo. Tenía la mejilla cálida y suave. Al apoyar la cara sobre la palma de su mano, pudo ver que tenía las orejas puntiagudas. Aunque no alcanzaba a distinguir sus rasgos, pudo sentirlo. Era alto, delgado y fuerte. Tenía el pelo largo y orejas de elfo. No había notado nada de vello facial o corporal.
—¿Cómo te llamas? —era lógico que quisiera saber su nombre, puesto que él conocía el suyo.
—No puedo decírtelo —contestó.
En aquella página web había sido tan franco atendiendo a sus dudas. Sin embargo, ahora no daba respuesta a sus preguntas.
—¿Por qué no?
—Los elfos oscuros no pueden desvelar su nombre hasta pasados los ritos sagrados.
—¡Qué anticuado! —repuso Maddy —¿Cómo os llamáis entonces entre vosotros?
—¿No querías un ser primitivo? —repuso alegremente—, pues ya lo tienes.
—Touché, elfo.
—Maddy —dijo con voz profunda—, contéstame. Deja que te demuestre que soy digno de ti.
Se sentó sorprendida en la cama. Acto seguido, él la imitó, arrodillándose enfrente de ella. Era una sombra hecha carne.
—¿De verdad que no podrás tener sexo conmigo si no te lo pido?
—Sí que podría... —replicó—, pero no sentiría placer... Ah, y sería más difícil para mí procrear. ¿Lo pillas?
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