Название: Altas Dosis
Автор: Jeff T. Bowles
Издательство: Автор
Жанр: Здоровье
isbn: 9783944887395
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Hecho 5:
Se ha comprobado que la gran mayoría de las personas que padecen obesidad, depresión y artritis, o sufren dolores en el aparato locomotor, tienen un déficit de vitamina D3.
Hecho 6:
Ciertos experimentos en cárceles en las que el 100 % de los reclusos enfermaba cada invierno de procesos gripales han mostrado lo siguiente: cuando se suministraban suplementos de vitamina D3 a los presos de un ala determinada, ninguno de ellos caía enfermo.
Hecho 7:
Desde principios de los años 80, cuando los médicos alertaron por primera vez de los peligros del exceso de sol, la proporción de adultos con sobrepeso y la frecuencia de aparición de muchas otras enfermedades (entre ellas, el asma y el autismo) han aumentado abruptamente.
Hecho 8:
A principios de los años 80, los médicos también comenzaron a aconsejarnos que, para prevenir el cáncer de piel, debíamos evitar el sol y utilizar cremas solares con un alto factor de protección siempre que estuviéramos al aire libre.
El «síndrome de hibernación humano»
A partir de todos los hechos mencionados, podemos extraer una conclusión: si la cantidad de vitamina D3 recibida no es suficiente, la evolución cuenta con la llegada próxima de una escasez de recursos que durará todo el invierno, e intenta desencadenar una fase de hibernación que perdura hasta la primavera y el regreso del sol veraniego. Y si, una vez pasado el invierno, el cuerpo no se expone de nuevo al sol, pronto padecerá una forma crónica del fenómeno de déficit que he denominado «síndrome de hibernación humano».
El «síndrome de reparación incompleta»
Teniendo esto en cuenta, podemos enunciar una teoría que explica las numerosas enfermedades y dolencias causadas por un nivel bajo de vitamina D3: el «síndrome de reparación incompleta». Este concepto (creado por mí) se basa en el hecho de que la evolución ha ajustado nuestro cuerpo para que maneje cicateramente sus reservas y las emplee de modo ahorrativo a la hora de curar lesiones, es decir, para llevar a cabo únicamente los «trabajos de mantenimiento» imprescindibles. En consecuencia, los procesos de reparación quedan incompletos y el mantenimiento solo llega hasta el punto de permitirnos salir del paso. El cuerpo permanece en este modo de funcionamiento hasta que recibe nuevamente la señal de la hormona del sol, que le comunica que a partir de ese momento va a haber abundantes recursos disponibles. Entonces puede deshacer las reparaciones incompletas y los trabajos de mantenimiento ahorrativos para llevarlos a cabo de nuevo de manera correcta, minuciosa y completa con todos los medios necesarios.
Este es básicamente el gran secreto. Si usted —como la mayoría de las personas— tiene un nivel crónicamente bajo de vitamina D3, durante todo el año, o quizá durante toda su vida, con el tiempo padecerá depresión, obesidad y enfermedades. Su cuerpo irá mostrando más y más lesiones que nunca se curaron del todo, y sufrirá problemas de mantenimiento que nunca se subsanan completamente. Desde 1980, cuando los médicos nos recomendaron por vez primera evitar el sol y utilizar cremas solares con un alto factor de protección, una proporción cada vez mayor de la población estadounidense padece adiposidad. También están aumentando otros problemas de salud, como el autismo, el asma e incluso las peligrosas alergias a los cacahuetes.
Concluimos así esta breve exposición de la teoría que sienta las bases de este libro. Pasemos ahora a conocer los antecedentes.
1 UI significa «unidades internacionales».
2 N. del E.: El autor utiliza el término «hibernación», y en adelante nosotros lo emplearemos también como término general para describir la capacidad de los seres vivos de sobrevivir durante el invierno en un estado pasivo, sin distinguir entre hibernación, brumación y letargo invernal.
La historia de la vitamina D3
A continuación me gustaría dedicar algunos párrafos a la historia de la vitamina D3; quizá despierte su interés y desee saber más sobre ella.
Es probable que la humanidad ya conociera la existencia de la vitamina D en la antigüedad. Sin embargo, no fue hasta 1650 cuando se describió por primera vez a nivel científico un caso de déficit de vitamina D; por aquel entonces, esta enfermedad se denominaba raquitismo. Y hasta 1920 no se descubrieron las propiedades de la vitamina D3. Un científico estaba experimentando con perros que habían pasado toda su vida en espacios cerrados y no veían nunca el sol. Descubrió que los animales no desarrollaban raquitismo cuando se les alimentaba con un poco de aceite de hígado de bacalao. Además, constató que el raquitismo también se curaba si se exponía a los perros a la luz solar. Más adelante se averiguó que la sustancia activa presente en el aceite de hígado de bacalao era precisamente la vitamina D3.
¿Qué es el raquitismo? Se trata de una enfermedad de los huesos muy extendida en el siglo XIX y principios del XX entre los habitantes de las ciudades europeas y norteamericanas. En aquella época, la mayor parte de la población trabajaba en fábricas, es decir, en espacios cerrados, y no recibía suficiente luz solar. Los niños afectados de raquitismo presentaban problemas de crecimiento, piernas arqueadas y huesos blandos y débiles; en las mujeres, causaba una deformación de la pelvis tan pronunciada que solo podían dar a luz mediante cesárea. Cuando los adultos enfermaban de raquitismo, este doloroso reblandecimiento de los huesos se denominaba osteomalacia (que significa precisamente «huesos blandos» o «débiles»).
El aceite de hígado de bacalao contenía un componente desconocido que, aparentemente, curaba este trastorno deficitario, y la correspondiente sustancia activa recibió el nombre de «vitamina D», ya que poco antes se habían descubierto las vitaminas A, B y C. No fueron conscientes del hecho de que no se trataba en absoluto de una vitamina, sino más bien de un importante esteroide (o secoesteroide) que, por lo visto, la mayoría de los seres vivos necesita para conservar la salud. La vitamina D3 no solo está contenida en el aceite de hígado de bacalao; nuestro cuerpo puede fabricarla si nos sentamos al sol y dejamos que la luz solar incida sobre nuestra piel desprotegida. Por cierto, lo mismo vale para perros, gatos, ratas y la mayoría de seres vivos. De alguna manera, el sol consigue traspasar su pelaje y poner en marcha el proceso de producción de vitamina D3. (Después he averiguado que los mamíferos peludos y los pájaros segregan una sustancia aceitosa en el pelaje o en las alas cuya composición es muy parecida a la de la vitamina D2 y que se transforma en vitamina D3 gracias al efecto del sol. Así, los animales reciben la D3 necesaria cuando se lamen el cuerpo durante el aseo). Por lo tanto, la vitamina D3 no solo es buena para nosotros, sino también para nuestros perros, gatos y demás mascotas. Me puedo imaginar perfectamente que la vitamina D3 —así como la vitamina K2, de la que hablaré más adelante— constituya un buen remedio para las razas de perros grandes, propensas a desarrollar artritis.
Sin duda, fue un importante hallazgo científico cuando los investigadores descubrieron que bastan unas 400 UI diarias de vitamina D (o unos minutos con la piel expuesta al sol) para evitar el reblandecimiento de los huesos, los problemas de crecimiento o las deformaciones de pelvis. Hasta hace dos años, cuando el Instituto de Medicina estadounidense elevó la dosis diaria recomendada de vitamina D3 a 800-2000 UI, se desaconsejaba consumir diariamente más de 400 UI, ¡400 UI! Eso apenas basta para evitar la muerte o una atrofia ósea devastadora. Y hasta 2011 era la cantidad máxima contenida en los preparados multivitamínicos convencionales. Si uno quería una dosis mayor, tenía que tomar un baño de sol, pero sin protector solar.
20 mg de vitamina D en СКАЧАТЬ