Название: Altas Dosis
Автор: Jeff T. Bowles
Издательство: Автор
Жанр: Здоровье
isbn: 9783944887395
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A continuación voy a exponer los hechos y las ideas más importantes de lo que yo denomino el «síndrome de hibernación humano». Su causa principal es que el cuerpo no recibe suficiente luz solar y, por tanto, se comporta como si debiera prepararse para el invierno.
Hecho 1:
¡La vitamina D3 no es una vitamina! En realidad, se trata de una hormona secoesteroide que actúa prácticamente sobre todas las células del cuerpo provocando una modificación de la expresión génica. Los receptores de la vitamina D3 están presentes en todas las células.
Hecho 2:
La vitamina D3 es la forma hormonal activa de la vitamina D. En el pasado, los seres humanos obtenían la mayor parte de la dosis necesaria de vitamina D3 exponiendo su piel al sol. La luz solar activa una forma inactiva de la vitamina —muy parecida a D3 y compuesta de colesterina— y la transforma en una hormona funcional (previamente hay una serie de pasos intermedios en el hígado y en los riñones, pero en este contexto podemos olvidarnos de ellos). Las vitaminas D2 y D1 son formas menos efectivas de la hormona y pueden obtenerse de las plantas a través de la alimentación; por ejemplo, comiendo hongos que han sido expuestos a radiación ultravioleta. En general, D1 y D2 se consideran versiones sintéticas, más débiles y menos valiosas de la hormona animal D3. (Por cierto, muchas hormonas se forman a partir de la colesterina, por lo que se las denomina hormonas esteroideas o esteroides; es el caso de D3, la testosterona, el estrógeno, la DHEA, la progesterona y el cortisol. A nivel estructural, son todas muy parecidas entre sí, las diferencias son mínimas).
Hecho 3:
En los soleados meses de verano, la piel humana produce, por regla general, mucha más vitamina D3 que en los oscuros meses invernales. Actualmente, la alimentación es la fuente principal de D3 para muchas personas, aunque antaño obtenían la mayor parte de la D3 necesaria mediante la luz solar.
Hecho 4:
El déficit de vitamina D3 está relacionado con un gran número de enfermedades y trastornos médicos. Centrémonos por ahora en la obesidad, la depresión, la artritis y la propensión a resfriarse.
El razonamiento es sencillo: en primavera y en verano, el cuerpo humano se expone con más frecuencia e intensidad a la radiación solar, por lo que su nivel de vitamina D3 es alto y está en continuo aumento. Como consecuencia de la evolución, el cuerpo sabe que en esta época hay comida abundante, que los días son largos y que todo está bien. D3, la hormona del sol, comunica al cuerpo que puede quemar tranquilamente una gran cantidad de energía y emprender diferentes actividades, ya que hay suficientes alimentos y fuentes de vitaminas disponibles. Por tanto, D3 nos proporciona muchísima energía; eleva el nivel de actividad, reduce la sensación de hambre y nos mantiene sanos (sobre esto hablaré en detalle más adelante).
Cuando llega el invierno en el hemisferio norte, la producción de la hormona del sol D3 disminuye drásticamente en las personas que viven en las latitudes septentrionales. Gracias a la evolución, el cuerpo sabe que se encuentra ante una posible escasez de alimentos, lo que antaño ocurría con frecuencia en invierno. (Sobre el tema de la escasez de alimentos en invierno me viene a la memoria la Expedición Donner. En el invierno de 1846/47 este grupo de colonos se vio sorprendido por una tormenta de nieve en las montañas de la Sierra Nevada norteamericana y quedó atrapado durante meses. Para sobrevivir, los colonos recurrieron al canibalismo. Solo se salvaron 48 de los 87 miembros iniciales).
Si usted fuera un oso que habita en el norte, un nivel bajo y decreciente de D3 le indicaría a su cuerpo que debe prepararse para la hibernación. En los osos negros norteamericanos, por ejemplo, el nivel de vitamina D3 en verano es de 23 nmol/l (o 10 ng/ml), y durante la hibernación desciende a 8 nmol/l (3 ng/ml). La disminución de D3 se compensa a través de un fuerte aumento de una forma inactiva de la vitamina D; en el caso del oso, mediante la pseudovitamina D2. El oso se prepara para la hibernación comiendo todo lo que puede a fin de ganar el máximo peso posible y poder sobrevivir al invierno. En el caso de las osas, el aumento de peso entre el nivel mínimo del verano y el nivel de la hibernación llega, a menudo, al 70 %. Hay muchos mamíferos que hibernan, como los mapaches, las mofetas, las marmotas canadienses, las ardillas listadas, los hámsteres, los erizos y los murciélagos. La mayoría de los reptiles y los anfibios pasan el invierno en la llamada brumación [un estado parecido exteriormente a la hibernación, pero metabólicamente diferente], mientras que los cocodrilos y los caimanes son capaces de sobrevivir en la estación oscura sin alimentarse durante meses. Aparentemente, la hibernación2 es una reacción desarrollada de tanto en tanto por todos los animales o por sus antepasados evolutivos. Por consiguiente, es muy probable que nosotros, los seres humanos, también tengamos un mecanismo de hibernación ancestral —parcialmente reprimido— grabado en nuestro ADN.
Hibernación
Si le cuesta creer que el ser humano desciende de un antepasado que entraba en hibernación, seguramente también le costará creer que los perros se han desarrollado a partir de un ancestro hibernador. La existencia del perro mapache, o tanuqui —un cánido primitivo que a nivel evolutivo se encuentra entre el perro moderno y sus antepasados y que sigue vivo en nuestros días— debería bastar para convencerle. En la Wikipedia inglesa se dice lo siguiente sobre este animal:
«Los perros mapaches son los únicos cánidos conocidos que hibernan. A principios de invierno, su grasa subcutánea aumenta un 18-23 %, y su grasa interna, un 3-5 %. Los animales que no consiguen alcanzar estos niveles de grasa no suelen sobrevivir al invierno. Durante la hibernación, su metabolismo se reduce aproximadamente en un 25 %. En regiones como el territorio ruso de Primorie, adonde estos animales han inmigrado, solamente hibernan durante las nevadas intensas. En diciembre, su actividad física disminuye cuando la nieve alcanza una altura de 15-20 centímetros, y no se alejan de sus madrigueras más de 150-200 metros. Su nivel de actividad se incrementa de nuevo en febrero, cuando las hembras se vuelven receptivas y hay más comida disponible».
Por lo tanto, surge la cuestión de si los seres humanos, al igual que muchos otros mamíferos, reaccionamos con un mecanismo de hibernación cuando nuestro nivel de D3 disminuye (porque nuestra piel no recibe suficiente luz solar). En la estación fría, nos suelen apetecer más los hidratos de carbono, ganamos peso y, a continuación, nos deprimimos, de modo que bajamos nuestro ritmo vital y no derrochamos tanta energía valiosa. ¿Es posible que la evolución nos ralentice haciendo enfermar a nuestro cuerpo de un resfriado (que normalmente es inofensivo y contra el que solemos ser inmunes en verano)? En invierno, puede tenernos en cama hasta una semana, de modo que ahorramos más energía todavía. ¿Quizá intenta la evolución ralentizarnos aún más a través de los dolores causados por la artritis, que nos llevan a quedarnos en casa y a no consumir las reservas, posiblemente escasas, de energía? Creo que estas preguntas pueden contestarse con un rotundo SÍ. (Una explicación alternativa a la idea de que la evolución nos ralentiza mediante dolores y molestias es que la evolución no nos repara completamente durante la hibernación, sino solo hasta el punto de poder salir del paso. De esta manera, el cuerpo puede ahorrar una serie de recursos críticos que necesitará para afrontar posibles crisis futuras. Imagine que su cuerpo sabe que se encuentra ante tres meses de escasez y usted se fractura un brazo. ¿Realmente va el cuerpo a consumir todas las reservas de calcio para reparar totalmente su brazo, o simplemente va a reconstruir el mínimo necesario para que funcione? ¿Y qué СКАЧАТЬ