Los misterios de Auguste Dupin, el primer detective. Эдгар Аллан По
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los misterios de Auguste Dupin, el primer detective - Эдгар Аллан По страница 5

Название: Los misterios de Auguste Dupin, el primer detective

Автор: Эдгар Аллан По

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788418264603

isbn:

СКАЧАТЬ se obtuvo más información de importancia, aunque varias personas más fueron interrogadas. Nunca un asesinato tan misterioso y desconcertante en todos sus detalles se había cometido en París, si es que en realidad se ha cometido un asesinato. La policía está completamente desorientada, una circunstancia inusual en asuntos de esta índole. No hay, sin embargo, ni sombra de una pista clara.

      La edición vespertina del periódico señalaba que seguía habiendo una gran agitación en el Quartier St. Roch, que el edificio en cuestión había sido minuciosamente examinado de nuevo y que se habían realizado más interrogatorios a testigos, pero todo sin resultado. Una nota final, empero, mencionaba que Adolphe Le Bon había sido arrestado y encarcelado, aunque en vista de los hechos ya detallados, nada parecía incriminarlo.

      Dupin parecía singularmente interesado en el desarrollo de este asunto, al menos así lo juzgué por su actitud, porque no hizo ningún comentario. Sólo después del anuncio de que Le Bon había sido encarcelado me preguntó mi opinión sobre los asesinatos.

      Yo sólo pude mostrarme de acuerdo con todo París respecto a considerarlos un misterio irresoluble. No veía de qué manera se podría encontrar al asesino.

      –No podemos opinar sobre la manera –dijo Dupin–, con esta investigación tan superficial. La policía de París, tan elogiada por su perspicacia, es astuta, pero nada más. No hay método en su proceder, salvo el método del momento. Hace un amplio despliegue de medidas, pero, no pocas veces, éstas se adaptan tan mal a los objetivos perseguidos que nos recuerdan a monsieur Jourdain cuando pedía su robe-de-chambre, pour mieux entendre la musique.12 Los resultados obtenidos son a menudo sorprendentes, pero, la mayoría, se consiguen por pura diligencia y empeño. Cuando no se dan estas cualidades sus planes fracasan. Vidocq,13 por ejemplo, hacía buenas deducciones y era un hombre perseverante. Pero, carente de un pensamiento cultivado, erraba de continuo por la propia intensidad de sus investigaciones. Perjudicaba su visión al contemplar el objetivo desde demasiado cerca. Podía ver, quizá, dos o tres ideas con una claridad inusual, mas, por esa razón, necesariamente perdía de vista el asunto en su totalidad. Eso es lo que pasa cuando uno profundiza sobremanera. La verdad no siempre está en un pozo.14 De hecho, en lo que respecta al conocimiento más importante, creo que está invariablemente en la superficie. La verdad no está en los valles en los que la buscamos; es en la cima de las montañas donde se encuentra. El alcance y el origen de este tipo de error están bien representados en la contemplación de los cuerpos celestes. Mirar una estrella de soslayo, mirarla de forma indirecta, volviendo hacia ella la parte exterior de la retina, más susceptible a impresiones tenues de luz que la interior, supone contemplar la estrella nítidamente; supone tener la mejor apreciación de su brillo, un brillo que se oscurece proporcionalmente a medida que volvemos hacia ella una mirada frontal. En realidad, en el segundo caso incide en el ojo una mayor cantidad de luz, pero en el primero hay una capacidad de captación más refinada. Con una excesiva profundidad desconcertamos y debilitamos el pensamiento; y es incluso posible que, mediante un examen demasiado prolongado, demasiado concentrado o demasiado directo, consigamos que Venus desaparezca del firmamento.

      »En cuanto a estos asesinatos, investiguemos un poco nosotros antes de formarnos una opinión al respecto. Hacer algunas pesquisas nos procurará diversión. –Pensé que ésta era una palabra extraña, así utilizada, pero no dije nada–. Además, Le Bon una vez me prestó un servicio por el cual le estoy agradecido. Iremos a ver el escenario con nuestros propios ojos. Conozco a G., el prefecto de la policía, y no tendremos dificultad para obtener el permiso necesario.

      Obtuvimos el permiso y nos dirigimos de inmediato a la rue Morgue. Ésta es una de esas calles miserables que discurren entre la rue Richelieu y la rue St. Roch. Era ya entrada la tarde cuando llegamos, puesto que este barrio está muy lejos de donde nosotros residimos. Encontramos la casa enseguida, porque aún había muchas personas mirando las contraventanas cerradas, con una curiosidad absurda, desde el otro lado de la calle. Era una casa parisina normal y corriente, con una puerta de acceso, a un lado de la cual había una portería acristalada con un panel corredero, que indicaba una loge de concierge.15 Antes de entrar subimos la calle, torcimos por un callejón y, tras torcer de nuevo, llegamos a la parte trasera del edificio. Dupin, mientras tanto, iba observando todo el vecindario, además de la casa, con una atención minuciosa a la que yo no le veía objeto.

      Volviendo sobre nuestros pasos llegamos otra vez a la entrada principal, llamamos, y, después de enseñar nuestras credenciales, fuimos admitidos por los agentes al cargo. Subimos las escaleras y entramos en la habitación en la que había aparecido el cuerpo de mademoiselle L’Espanaye y donde aún yacían las dos fallecidas. El desorden de la estancia, como es lo habitual, se había conservado intacto. Yo no vi nada aparte de lo que se había señalado en la Gazette des Tribunaux. Dupin lo inspeccionó todo, incluidos los cuerpos de las víctimas. Después fuimos a las otras habitaciones y al patio; un gendarme nos acompañó todo el tiempo. El examen nos tuvo ocupados hasta el anochecer, cuando nos marchamos. De camino a casa, mi compañero entró un momento en las oficinas de uno de los periódicos de la ciudad.

      Ya he mencionado que las rarezas de mi amigo eran diversas y que je les ménageais16 (expresión para la que no hay equivalente en inglés). En ese momento decidió declinar toda conversación sobre el asunto del asesinato hasta el mediodía del día siguiente. Me preguntó entonces, de pronto, si yo había observado algo peculiar en la escena del crimen.

      Había algo en su forma de enfatizar la palabra peculiar que me provocó un escalofrío, sin saber por qué.

      –No, nada peculiar –dije–; nada diferente, al menos, de lo que ambos leímos en el periódico.

      –La Gazette –respondió–, no ha profundizado, me temo, en el insólito horror del caso que nos ocupa. Pero hagamos caso omiso de las vanas opiniones de esta publicación. Me da la impresión de que este misterio se considera irresoluble por la misma razón por la que debería considerarse de fácil solución, es decir, por la condición outré17 de sus características. La policía está confundida por la aparente falta de motivo, no para el asesinato en sí mismo, sino para su atrocidad. También están desconcertados por la aparente imposibilidad de conciliar las voces que se oyeron discutir con el hecho de que no se encontrara a nadie en el piso superior salvo la asesinada mademoiselle L’Espanaye, y de que no hubiera forma de salir sin ser visto por el grupo que subía. El enorme desorden de la habitación; el cuerpo encajado, cabeza abajo, en la chimenea; la terrible mutilación del cuerpo de la anciana; estas consideraciones, junto con las ya mencionadas y otras que no hace falta mencionar, han bastado para paralizar las facultades de los agentes del gobierno, poniendo por completo en entredicho su famosa perspicacia. Los agentes han caído en el burdo aunque común error de confundir lo inusual con lo abstruso. Pero mediante estas desviaciones del plano de lo ordinario es como la razón encuentra el camino, si lo encuentra, en su búsqueda de la verdad. En investigaciones como la que ahora llevamos a cabo, no deberíamos preguntarnos tanto «qué ha ocurrido» como «qué ha ocurrido que no haya ocurrido nunca hasta este momento». De hecho, la facilidad con la que he de llegar, o he llegado, a la solución del misterio está en proporción directa con su aparente insolubilidad según el criterio de la policía.

      Miré a mi amigo con mudo asombro.

      –Ahora estoy esperando –continuó, mirando hacia la puerta de nuestra residencia–, estoy esperando a una persona que, aunque quizá no sea el autor de esta carnicería, tiene que haber estado en cierta medida implicado en su comisión. Es probable que sea inocente de la peor parte de los asesinatos. Espero no equivocarme en esta suposición, porque en ella se basan mis expectativas de resolver todo el enigma. Espero ver al hombre aquí, en esta habitación, en cualquier momento. Es verdad que puede no venir, pero lo más probable es que sí. Y si viene, será necesario retenerlo. Aquí tengo unas pistolas, y ambos sabemos utilizarlas cuando la ocasión lo requiere.

      Cogí las pistolas, casi sin saber lo que hacía ni creer lo que oía, mientras Dupin continuaba como en un СКАЧАТЬ