Название: Psicología del vestido
Автор: John Carl Flügel
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: General
isbn: 9788418403019
isbn:
Tras reflexionar, podría parecer que cualquier supuesto de pudor puede ser descrito más o menos satisfactoriamente en términos de cinco (y no menos de cinco) variables. Esto puede parecer un poco alarmante; pero si el lector persevera, creo que percibirá en seguida que el análisis propuesto, por muy complicado que parezca a primera vista, es sin embargo un gran paso adelante en el ordenamiento de un campo aún caótico por la confusión que acompañó a la etapa de la simple enumeración de supuestos. Además, la tarea es menos formidable de lo que puede parecer, en la medida en que cuatro de las cinco variables se sitúan entre dos extremos que pueden ser considerados, para muchos propósitos, como simples opuestos. De hecho, en la mayoría de los casos será suficiente decir que cualquier manifestación del pudor exhibe predominantemente uno u otro de estos opuestos.
Procederemos ahora a enumerar estas variables y a mostrar su uso para los fines de clasificación por medio de un simple diagrama.
En primer lugar, debemos recordar que, como se indicó con anterioridad, el pudor es en sí mismo, en todos los casos, un impulso negativo más que positivo. Nos obliga a reprimir ciertas acciones que de otra manera tenderíamos a permitirnos. Psicológicamente, parece implicar la existencia de ciertas tendencias desarrolladas más primitivamente y consiste esencialmente en una inhibición de estas tendencias. Para nuestro propósito podemos, por lo tanto, considerar el pudor como un impulso cuya función es inhibitoria y que se dirige contra las diferentes formas de la tendencia opuesta y más primitiva a la exhibición. Ahora bien, este impulso inhibitorio:
1) puede dirigirse contra formas de exhibición principalmente sociales o sexuales;
2) puede dirigirse principalmente contra la tendencia a exhibir el cuerpo desnudo o contra la tendencia a exhibir vestidos suntuosos o hermosos;
3) puede referirse principalmente a las tendencias de la propia persona o a las tendencias de otros;
4) puede apuntar principalmente a obstaculizar el deseo o la satisfacción (social o sexual), o principalmente a prevenir el disgusto, la vergüenza o la desaprobación;
5) puede relacionarse con distintas partes del cuerpo.
Ahora bien, imaginemos este impulso inhibitorio fluyendo (digamos de izquierda a derecha) como una corriente eléctrica a lo largo de las líneas del diagrama. En su curso debe pasar a través de cada una de las partes marcadas, desde i hasta v (en la terminología del psicoanálisis requiere una «catexis» o «investidura libidinal»); pero, en el caso de cada una de las partes, la mayoría de la corriente puede pasar a través de uno u otro de los canales alternativos, en cualquier proporción. Las diferentes partes del curso total son, además, relativamente independientes entre sí, de manera que si la corriente pasa, por ejemplo, a través del canal inferior de i, no hay razón para que deba pasar por el canal superior o inferior de ii.
Así, si formuláramos un ejemplo imaginario, una manifestación particular de pudor puede dirigirse principalmente contra las formas de exhibición sexuales (línea inferior), contra la exhibición del cuerpo desnudo (línea superior), y su principal objeto puede ser impedir el despertar en otra gente (línea inferior) la emoción de deseo sexual (línea superior), y puede relacionarse primariamente con la exposición de las piernas (una línea particular de v).
Consideremos ahora las cinco variables más detalladamente.
I. El impulso de pudor puede despertarse sea por una situación predominantemente sexual o predominantemente social aunque, por supuesto, por lo general tanto el elemento sexual como el social están presentes en algún grado. Sin duda el elemento sexual es comúnmente el más importante de los dos y, por lo menos en las civilizaciones europeas, opera casi exclusivamente en el caso del pudor relacionado con la exposición del cuerpo desnudo (II). Pero las situaciones de pudor social, en las que en el mejor de los casos existe sólo una mezcla más o menos inconsciente de elementos sexuales, no son difíciles de encontrar. La mayoría de la gente ha sentido en alguna ocasión el embarazo de aparecer en una reunión social con un atuendo inapropiado, y el embarazo puede ser igualmente grande si nuestro atuendo es «superior» o «inferior» al de los demás. Un alejamiento relativamente pequeño del atuendo «correcto» para una ocasión particular como, por ejemplo, encontrarse vestido con esmoquin cuando la mayoría de los demás lleva un frac o viceversa, colocará a algunos hombres en una situación de extrema incomodidad y habrá pocos, si hay alguno, que escapen a esa desagradable sensación. La mayoría de la gente, en una situación así, mirará alrededor ansiosamente con la esperanza de descubrir otros con atuendos similares y se sentirá aliviada si la búsqueda es exitosa. Mucha gente sueña con relativa frecuencia (a menudo con mucha emoción) que está vestida inapropiadamente, sea por una combinación no convencional de prendas (por ejemplo, «bombín con traje de noche», por citar de algunos ejemplos que me han dado) o por lo inapropiado de un atuendo particular en una ocasión en particular (por ejemplo, «dar conferencias a líderes sindicales con traje de noche», «asistir a un baile con un traje de sastrería y un sombrero cloché»). Todas estas situaciones, sea que ocurran en la vida real o en sueños, demuestran de forma exquisita el sentimiento de vergüenza y culpa ligados a una apariencia o comportamiento distintos del de nuestros compañeros, a menos que tal diferencia sea manifiestamente de un tipo que suscite su envidia, admiración o aprobación (o, en raras ocasiones, nuestra propia aprobación). Sin embargo, dejemos la consideración pormenorizada de este importante asunto hasta que hablemos de la moda.
Entre los salvajes, las formas sociales del pudor a menudo requieren quitarse realmente las prendas como signo de respeto.1 En las sociedades primitivas, la desnudez relativa o absoluta es a menudo un signo de estatus social inferior, de servidumbre o de sumisión; tiende a darse allí una correspondencia positiva entre el rango social y la cantidad de prendas usadas. Al aproximarse a lugares sagrados o al hallarse ante la presencia de la realeza o de otras personas relevantes, normalmente uno se desprenderá de las prendas que lleva; ésta es una tendencia de la que quedan pocos vestigios en los pueblos civilizados (por ejemplo, quitarse el sombrero y, entre los musulmanes, quitarse los zapatos).
II. Este último punto nos lleva a la consideración de nuestra segunda variable. Entre los pueblos primitivos, quienes en su mayoría usan menos ropa que los civilizados, el pudor se refiere con menor frecuencia al cuerpo desnudo que entre nosotros. Sin embargo, por lo que respecta a la cultura occidental en sí misma, se observa que tuvo lugar un gran aumento del pudor en el momento del colapso de la civilización grecorromana. Este incremento —probablemente debido en su mayor parte a la influencia del cristianismo con sus tradiciones semíticas— sin duda fue reforzado por el atuendo y el punto de vista de los invasores del norte, que provenían de climas más fríos. El cristianismo sostuvo una oposición rigurosa entre el cuerpo y el alma, y sus enseñanzas predicaban que la atención dirigida al cuerpo era perjudicial para la salvación del alma. Una de las formas más fáciles de lograr apartar los pensamientos del cuerpo era el ocultarlo y, consecuentemente, cualquier tendencia a exhibir el cuerpo desnudo se convirtió en impúdica. Pero el aumento en la cantidad y la complicación de las prendas que trajo aparejada esta tendencia, proporcionó por sí mismo la posibilidad de una nueva irrupción de las necesidades exhibicionistas así reprimidas. El interés en el cuerpo desnudo se desplazó, en alguna medida, a la ropa, de manera que, a su vez, se necesitó un nuevo esfuerzo de pudor para combatir esta flamante manifestación de las tendencias a las cuales se oponía el pudor. Así se llegó a que la desaprobación, por parte de la autoridad eclesiástica, de la fastuosidad o la extravagancia en el vestir se expresara casi tan vigorosamente como la desaprobación del culto al cuerpo en sí. De ahí la doble dirección del pudor que se indica en el diagrama por el doble paso de ii. Tomando ejemplos reales de la historia moderna, nos encontramos, por un lado, con denuncias por hombros, pechos y brazos desnudos (los brazos desnudos eran «considerados con horror y disgusto» en la época de Enrique VIII),2 por la exigüidad general СКАЧАТЬ