Название: Por fin me comprendo
Автор: Alfredo Sanfeliz Mezquita
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Crecimiento personal
isbn: 9788418263293
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Al igual que les ocurre a los ordenadores o a los programas en ellos instalados, en ocasiones «petamos o nos colgamos» y dejamos de funcionar y comportarnos al servicio de nuestra supervivencia. Parece que queda desactivada esa función instintiva de auto-protección. Son actuaciones en las que podemos incurrir fruto de distorsiones en el funcionamiento de nuestro sistema emocional, de enajenaciones mentales naturales, del consumo de drogas o de un desequilibrio en el uso de los mecanismos de dolor y placer que nos lleven a abusos de un tipo u otro en nuestras conductas.
Pero quitando esas excepciones, resulta maravillosa la espontánea inteligencia combinada con la que venimos programados de serie para sincronizar nuestras actividades internas y externas al servicio de mantener con vida nuestro cuerpo, no solo en el corto plazo sino también en el largo. La ciencia continúa mejorando la comprensión de la increíble interrelación de unos y otros órganos, y de unas y otras funciones y procesos mentales, racionales, emocionales, sentimentales. Todos ellos se encuentran maravillosamente integrados e interactúan entre sí al servicio de un propósito: continuar viviendo y con «buena vida» para mantener la fortaleza.
Pero siguiendo con el símil de los ordenadores, no solo es la vida del propio usuario la que nuestra programación trata de proteger. Además de ese instinto de supervivencia, venimos también programados con el instinto de conservación de nuestra especie. En virtud de este instinto, nuestra programación nos lleva a buscar la descendencia y a protegerla para que pueda a su vez sobrevivir. Ello tiene su manifestación en el atractivo sexual para activar la procreación y en los instintos maternales y paternales que nos llevan a cuidar de nuestros hijos e incluso a dar la vida por ellos.
Cabe interpretar incluso que el instinto de supervivencia individual es una consecuencia de este instinto principal de conservación de la especie, sin duda de ámbito mayor. Pues sobrevivir individualmente, al menos durante una etapa hasta la total crianza de los hijos, parece la mejor contribución para la conservación de la especie.
Considero que ambos instintos no se mueven en un plano de superioridad de uno respecto al otro, sino en el de una perfecta integración de los mismos al servicio de nuestra naturaleza más puramente animal. Basta para ello observar cómo la fuerza de cada una de las motivaciones a las que nos llevan los instintos evoluciona a lo largo de la propia vida. Así, pasamos del egoísmo infantil en las primeras etapas de la vida a la entrega y el sacrificio de los padres para la educación y protección de los hijos en unas etapas posteriores. También se observa, al margen de la crianza y protección de la descendencia, una mayor inclinación o sensibilidad «conservadora social» en etapas más maduras de la vida una vez nos hemos «ganado la vida» a nivel individual. Este cambio se sincroniza también con la evolución de los valores de una persona a lo largo de una vida, como he comentado en el apartado de «Nuestro código moral».
Por otra parte, el instinto sexual y el de reproducción son realmente componentes del instinto mayor de mantenimiento de nuestra estirpe o especie. Y conectado con ello se observan en la naturaleza animal muchos comportamientos de rivalidad, de demostración de fortaleza, de señalamiento del territorio propio y de manifestación de signos de dominio para atraer al sexo contrario e imponerse frente a los competidores del mismo sexo. En el mundo humano y haciendo un paralelismo, se manifiesta en muchos de nuestros comportamientos sociales de búsqueda de estatus, dinero, respeto, poder etc. ¿No vemos a menudo como personas de nuestro entorno «marcan el territorio» en sus empresas o en la sociedad? En general, en la naturaleza los «machos» quieren resultar atractivos para las «hembras» y viceversa. Y en nuestra sofisticación social ello se traduce en múltiples códigos que guían nuestra conducta y comportamiento, aunque no sea aparente la conexión.
Por encontrarse muy asociado a los comportamientos en nuestras vidas, es importante mencionar la relevancia de nuestro sistema de dolor y de placer. Sin lugar a duda, al igual que el resto de los animales somos máquinas programadas para buscar el placer y para rehuir el dolor. Al margen de las evidencias científicas que sobre ello existen, tengo el pleno convencimiento de que como pauta general la búsqueda de aquello que nos produce placer, como la comida o el sexo, tiene una funcionalidad al servicio de nuestro instinto de supervivencia, para procurarnos el sustento biológico necesario para vivir y hacernos atractiva la actividad sexual imprescindible para la procreación. En sentido contrario el dolor nos ayuda a evitar aquellas prácticas dolorosas que resultan peligrosas para nuestro organismo, además de constituir una voz de alarma ante situaciones corporales que nos aconsejan el reposo y cuidado personal.
Ese comportamiento del dolor y del placer es fácilmente apreciable en lo que se refiere a la satisfacción de nuestras necesidades biológicas y la protección de nuestro físico. Pero el mecanismo de premio (placer) y castigo (dolor) para modular los comportamientos no resulta tan fácilmente apreciable cuando hablamos de dolor y placer (o bienestar) psicológicos. Sin embargo, hoy la neurociencia ha podido verificar que el funcionamiento de nuestro cerebro y la activación de las zonas asociadas al dolor físico ocurren igualmente cuando se trata de luchar por la satisfacción de lo que llamamos «necesidades psicológicas». Nuestro sistema interno de auto-atribución de premios y castigos incentiva los comportamientos que nos llevan a la satisfacción de nuestras necesidades e imparte castigos (en forma de dolor o desasosiego) a las conductas que nos alejan de la atención de nuestras necesidades sociales. Lo que llamamos «cargo de conciencia» es también una forma de dolor cuando hemos realizado conductas poco adecuadas para nuestra supervivencia a corto o largo plazo. Es una forma de castigo que desincentiva las malas conductas para evitar futuros cargos de conciencia. Por el contrario, cuando sentimos que hemos cumplido nuestro deber dedicando a ello esfuerzo, nos embarga un gozoso sentimiento de satisfacción por el «deber cumplido». Se trata, en este último caso, de uno de esos premios que nuestra maravillosa maquinaria de supervivencia nos procura para alentar las conductas deseables.
También relacionado con nuestro movimiento o nuestras acciones, quiero referirme a aquello que nos mueve a «no movernos». Me refiero a la resistencia al cambio. Se trata de una magnífica cualidad de nuestro funcionamiento y nuestro sistema de motivaciones, por la prudencia que implica al servicio de nuestra supervivencia. Como dice el dicho popular, «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer».
Nuestro cerebro está cómodo con lo conocido y le despierta miedo o incertidumbre adentrarse en territorios desconocidos. Además, afrontar lo nuevo o el cambio exige una mayor energía para lidiar con el aprendizaje necesario para desenvolverse en las nuevas situaciones. Es lo que se denomina el «coste del cambio», que es compatible con el impulso del hombre hacia lo nuevo, pues sin duda este impulso es también fuerte y permanente como expliqué al tratar el apartado llamado «Deambuleo mental». La contraposición de las fuerzas internas dirigidas a la búsqueda de la novedad y el cambio con las que nos retienen en nuestra llamada zona de confort provoca que los cambios y la evolución se produzcan, en general, dando pasos desde posiciones y habilidades dominadas hacia otras aledañas y novedosas. Ello nos permite reducir la incertidumbre de lo nuevo y hacer no traumático o menos traumático el cambio. A la vez nos dota de la positividad de vivir con satisfacción el aprendizaje y una evolución personal de superación y progreso.
Podría considerarse que esta resistencia al cambio en relación con la atracción por la novedad es también una manifestación más del sistema de motivaciones propio del mecanismo de sufrimiento/placer.
Como conclusión, podemos decir que los instintos son maravillosos, sofisticados y sutiles programas o «software genético» al servicio de la atención de nuestras necesidades. Unas necesidades más básicas y primitivas de tipo físico biológico y otras sociales más sofisticadas y propias de un ser humano social y evolucionado. Una misma programación genética (software) aplicada sobre unas mismas estructuras cerebrales (hardware) para la protección de un tipo u otro de necesidades, fisiológicas o sociales, y con estrategias de funcionamiento que sin duda están cargadas de complejidad.
Las necesidades, ¿qué bufanda llevas puesta?
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