Название: El santo amigo
Автор: Teófilo Viñas Román
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Cuestiones Fundamentales
isbn: 9788432152214
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2. PRIMERA ETAPA DE LA ADOLESCENCIA
Tiene esta etapa su punto culminante con los dieciséis años, en los que, acabados los estudios medios en la cercana ciudad de Madaura y habiendo tenido que interrumpir los superiores por la escasez de medios económicos, la ociosidad le iba a llevar a una vida licenciosa y nada ejemplar. Justamente, en el retrato que de ella nos haga más tarde lamentará y denunciará la profanación de la «verdadera amistad», confesándole ahora al Señor que no guardaba la norma moral, tal «como señalan los términos luminosos de la amistad». Reparemos, sin embargo, que antes de llegar a los extremos que él condena, hay una expresión en la que manifiesta una vez más el hondo deseo de amistad que anidaba en su corazón: «Querer a sus amigos y ser amado por ellos». Estas son sus palabras:
¿Qué era lo que más me deleitaba, sino el amar y ser amado? Pero no guardaba en ello la norma de alma a alma, como señalan los términos luminosos de la amistad, sino que del fango de mi concupiscencia carnal y del manantial de la pubertad se levantaban como unas nieblas que obscurecían y ofuscaban mi corazón, hasta no distinguir la serenidad del amor de la tenebrosidad de la libídine[3].
Pero experiencias «amistosas» como estas, ya le habían merecido antes esta condena: «La amistad de este mundo es un adulterio contra ti, oh Dios»[4]. Condena que, justamente, repetirá tras el robo de las peras en el huerto del vecino, que habían llevado a cabo Agustín y su pandilla de amigos por aquellos mismos días. Contado con detalle todo lo relativo al hurto, recordará al final que «la amistad de los hombres es una dulce unión de muchas almas con el suave nudo del amor»[5], si bien, en este caso y en otros semejantes tal amistad no le merece otro nombre que el de amicitia inimica (amistad enemiga). Confesando, al final, que lo que en aquella acción amó fue «la compañía de los que conmigo lo hicieron… y es que yo solo no hubiera hecho aquello; no, yo jamás lo hubiera hecho»[6].
Una cosa es cierta: Agustín es el hombre a quien le va a ser muy difícil actuar solo y necesitará sentirse acompañado, incluso a la hora de actuar mal en aquellos años de la adolescencia. Poseído ya de una vivísima experiencia de Dios, cuando recoja aquellos hechos, volverá una y otra vez sobre ellos para recordar, por una parte, las dulzuras legítimas que le proporcionaba una amistad y, por otra, para lamentar el haberse dejado arrastrar por la amicitia inimica. En efecto, aunque hubiesen transcurrido muchos años hasta el momento de contarnos todo esto, sin duda que el Santo reproduce los sentimientos que vivió tras aquella travesura; y el apelativo «enemiga» aplicado ahora a la «amistad» debió de aplicárselo ya entonces, como así lo estarían revelando las palabras con que termina el relato:
¡Oh amistad enemiga en demasía, seducción inescrutable del alma, ganas de hacer mal por pasatiempo y juego, apetito del daño ajeno sin provecho alguno propio y sin pasión de vengarse! Pero basta que alguien diga: ‘Vamos. Hagamos’, para que se sienta vergüenza de no ser desvergonzado[7].
3. SEGUNDA ETAPA DE LA ADOLESCENCIA Y PRIMERA JUVENTUD
La nueva etapa se inicia con su llegada a la ciudad de Cartago. Pasado el nefasto «año decimosexto» en la ociosidad y resueltas las dificultades económicas, merced a la generosidad de Romaniano, rico hacendado y amigo de la familia, llegaba ahora, con sus 17 años, a la gran metrópoli norteafricana, para cursar los estudios superiores. De sus primeras impresiones allí vividas nos habla en estos términos:
Llegué a Cartago y por todas partes crepitaba en torno mío un hervidero de amores impuros. Todavía no amaba, pero amaba el amar y con secreta indigencia me odiaba a mí mismo por verme menos indigente. Buscaba qué amar, amando el amar y odiaba la seguridad y la senda sin peligros… Amar y ser amado era la cosa más dulce para mí, sobre todo si podía gozar del cuerpo del amante. De este modo, manchaba yo la vena de la amistad con las inmundicias de la concupiscencia y obscurecía su candor con los vapores infernales de la lujuria[8].
No hacen falta largos comentarios a esta descripción que hace Agustín de lo que encontró en Cartago. La verdad es que allí, al margen de los estudios, había muchas cosas que invitaban a una vida licenciosa y no iba a ser el joven Agustín el que fuese a salir incólume, sobre todo después de lo que había vivido en aquel decimosexto año de su edad. Ahora, al llegar a aquella ciudad, repite la expresión «amar y ser amado», en la que, como acabamos de ver, condensaba mucho de lo que había sido su vida hasta entonces, manifestando también con ello su pesar por «manchar la límpida vena de la amistad», sentimiento que debió de experimentar ya entonces y no solo cuando lo expresa al escribir las Confesiones.
De hecho, en aquel deseo de “amar y de ser amado” estaba presente el instinto pasional propio de la pubertad, que lo llevaría, incluso, a unir su vida a la de una joven liberta; unión esta que es interpretada por un experto conocedor de Agustín como «un acto de responsabilidad y de equilibrio, nacido al mismo tiempo del ardor de las pasiones y del sentimiento del honor»[9]. Y es que su «deseo de amar y ser amado» iba mucho más allá de todo aquello, puesto que estaba presente una imperiosa necesidad de sentirse rodeado de amigos que, de hecho, iban a ser numerosos, si bien es verdad que no intimó demasiado con ellos, como nos lo manifiesta a continuación: «Andaba con ellos y me gozaba a veces con su amistad, pero yo siempre detestaba las cosas que hacían»[10].
Los estudios y, con ellos, la lectura de la obra El Hortensio de Cicerón le hicieron recapacitar sobre lo que estaba siendo su vida, animándole a «amar, buscar, lograr, retener y abrazar fuertemente no esta o aquella secta, sino la Sabiduría donde quiera que se encontrase»[11]. Justamente en aquel momento aparecen unos hombres que se la ofrecen: los Maniqueos. Bastó escuchar este mensaje: «¡Verdad!, ¡Verdad! Y me lo decían muchas veces, aunque jamás se hallaba en ellos»[12]. Su trato afable, al fin, le llevó a ingresar en la secta: «Era la amistad —dice— la que me arrastraba no sé cómo bajo cierta apariencia de bondad, cual lazo sinuoso que daba varias vueltas en torno a mi cuello»[13]. Exigencia de la amistad era convencer ahora a sus amigos de que debían entrar también en la secta por aquello de que «debían estar de acuerdo en las cosas divinas y humanas» y no fueron pocos los que, convencidos por sus palabras, se hicieron también maniqueos.
Acabado el curso escolar en 374 y, con el curso, los estudios de Retórica, regresó a Tagaste, donde abrió una escuela de Gramática. Su padre había muerto dos años antes, pero allí estaba su madre que lo acogió en su casa, aunque tardó muy poco en comprender lo lejos que estaba de la fe cristiana, tras confesarle él que era maniqueo. También le dijo que en Cartago había dejado a su compañera y al fruto de su unión con ella; esperaba traerlos más tarde. Todo ello terminó por enajenarle el amor de su madre que, con el corazón roto, decidió cerrarle la puerta de su casa. Acudió entonces a su amigo y bienhechor Romaniano, que le abrió las puertas de la suya y en ella recibiría no mucho después también a su compañera y al pequeño Adeodato.
Sin embargo, el corazón de Mónica no podía permanecer cerrado y no tardó en abrirles su casa con la esperanza de recuperarlos a todos para el Señor. Confiaba ella en aquel sueño en el que se le había revelado que finalmente Agustín vendría a estar en la misma Regla que ella[14]. Pero aún tendrán que transcurrir muchos años hasta que se cumpla dicho sueño. Más adelante volveremos sobre el importantísimo papel que le cupo a aquella mujer extraordinaria en hacer de Agustín un mucho de lo que iba a ser.
«El amigo anónimo» de Tagaste
Entre tanto, Agustín se sentía feliz con sus clases y sus alumnos en su ciudad natal y es que había logrado crear un ambiente amigo entre todos ellos, y él mismo gozaba con su amistad. Hubo uno con el que intimó de manera especial; no quiso consignar su nombre, no sabemos por СКАЧАТЬ