Название: La caída
Автор: Guillermo Levy
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789878303260
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El antikirchnerismo, entonces, se fue nutriendo en un ancho océano donde convivía la derecha nostálgica de la dictadura militar –que nunca le había perdonado a Alfonsín el Juicio a las Juntas y mucho menos al kirchnerismo la reactivación de los juicios a los represores–, el universo de la antipolítica potenciado desde fines de los noventa y la minoritaria, pero potente, porción del universo progresista antiperonista que, poco después de 2005, había roto en gran medida lanzas con el kirchnerismo. Más adelante, la ruptura abrupta del Gobierno de Cristina Fernández con la dirigencia comunitaria judía a partir del pacto con Irán y la muerte del fiscal Alberto Nisman, operada desde los medios y desde parte de la justicia federal, articulada con campañas internacionales contra el Gobierno, dejaron el campo reconfigurado como “antikirchnerismo” en condiciones de ganar elecciones.
El progresismo antikirchnerista pasó a ser una derecha no conservadora (no está en contra de la despenalización del aborto, no tiene una mirada punitiva sobre la pobreza ni con el delito, ni añora la dictadura). Aun así, está totalmente encolumnada con las derechas que se van articulando como respuesta a la década de gobiernos populares en el hemisferio, que no son solo las derechas oligárquicas tradicionales, pero tampoco constituyen una derecha moderna y democrática, como algunos intelectuales pensaron sobre el PRO luego del triunfo de Cambiemos en 2015.
Dirigentes como Gustavo Petro en Colombia, López Obrador en México, o el mismo Alberto Fernández, dan cuenta de intentos progresistas que buscan construir nuevas mayorías que reediten una agenda progresista no sumisa a la agenda neoliberal ni a la agenda política de los Estados Unidos, pero sin apelar a épicas refundadoras ni a la profundización de enfrentamientos. El gobierno más de izquierda de la historia de Bolivia pudo fortalecerse en base a sostener crecimiento económico, una macroeconomía controlada, la nacionalización de los recursos energéticos y el agua y niveles crecientes de inclusión social de los sectores desde siempre sumergidos, en su mayoría indígenas. Hechos resistidos de distintas maneras y con distintas belicosidades tanto por las clases altas como por las clases medias tradicionales. Este ejemplo de reformismo exitoso en el marco de la democracia liberal es enfrentando con una dureza desproporcionada si se tiene en cuenta la renuncia a un programa revolucionario por estas izquierdas progresistas del continente. El golpe a Evo Morales y el exilio forzado de Rafael Correa en Ecuador dan cuenta de esta belicosidad. En Argentina la “belicosidad” antikirchnerista no logró destitución alguna, pero sí un cambio de gobierno que duró menos de lo esperado. El progresismo liberal, que nació como un límite a los excesos, terminó en la vereda del antikirchnerismo furioso, aceptando del macrismo todo tipo de excesos en el manejo del Estado, sus recursos y la relación entre el Poder Ejecutivo y Judicial. Todo el otro progresismo, heredero de la renovación, del Partido Intransigente, de los organismos de derechos humanos y de la militancia política y social de los noventa, leyó el 2001 en clave kirchnerista en sintonía con la mucha y nueva militancia juvenil que pariría la épica kirchnerista.
Alberto Fernández dijo en su discurso inaugural que quería terminar con la grieta. Seguramente no podrá con el núcleo duro del macrismo, que tiene agenda regional y programa de derecha tanto en lo económico como en lo social. Sí quizás gane la apuesta a capturar parte de un electorado que arrancó en el progresismo y terminó en Cambiemos.
La apuesta a diluir en parte la grieta progresista necesita de una moderación potente que permita construir mayorías duraderas para garantizar un programa de profundización de la democracia y reparación social, como bandera del legado trunco de Alfonsín y del “volver mejores”, como repitió la campaña del Frente de Todos.
3 Este capítulo fue pensando, discutido y escrito con los aportes fundamentales de Esteban De Gori.
4 El 28 de octubre de 1983 en el acto del cierre de campaña del peronismo, el candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, quemó un ataúd con la bandera radical. Esa imagen sería una de las más potentes del periodo. Muchos analistas plantearon que ese hecho fue determinante en el triunfo electoral de Alfonsín dos días después, especulación absolutamente incomprobable.
5 En 1984 el Gobierno de Alfonsín convocó un plebiscito para legitimar la firma de un acuerdo de paz definitivo con Chile por el límite de ambos países en el canal de Beagle. Por ese conflicto Argentina y Chile casi fueron a la guerra en 1978. La votación dio al sí una contundente mayoría y fue un momento de enorme fortaleza del alfonsinismo.
CAPÍTULO 3
Gradualismo vs. shock
La discusión sobre el camino económico a seguir por la flamante gestión de Macri en diciembre de 2015 se planteó en torno a una decisión de orden político que debía tomar el Gobierno. Existía un consenso en toda la dirigencia de Cambiemos –compartido en ese entonces también por varios candidatos que enfrentaron a Macri en las urnas– de que la Argentina debía corregir su crónico déficit fiscal, su recurrente déficit externo, eliminar una serie de regulaciones y bajar su carga impositiva, sobre todo para el capital, como condición a cualquier estrategia de crecimiento duradero. La discusión no se planteó entonces en torno a los objetivos sino a la velocidad, los modos y las secuencias de los pasos a dar. Eso se graficó en términos de antinomia: gradualismo versus shock. El término shock no es nuevo ni es de manufactura local, viene siendo acuñado de la mano de los programas de ajuste impulsados por el FMI desde los años ochenta. Esos programas plantean que la solución a los problemas estructurales de las economías subdesarrolladas solo se pueden abordar con una serie de medidas que deben aplicarse en forma drástica para ser efectivas y que tienen como objetivos mínimos eliminar los déficit fiscales, los déficit en la cuenta capital –en el caso de Argentina especialmente debido a los problemas estructurales de restricción externa–, liberalización en materia financiera, supresión de todo tipo de controles del Estado al movimiento de capitales y a la formación de precios. Estos paquetes, convertidos en un modelo, el FMI los propone o impone a cambio de financiamiento.6 Con más o menos dureza, se aplicaron de forma casi calcada en países tan distintos como Argentina o Uganda y fueron fuertemente criticados hacia fines de los noventa en vista de los desastres en materia política, social y económica que produjeron. Todo esto implicó un retroceso del peso mundial del FMI como voz autorizada para ser bombero de crisis. El Premio Nobel de Economía en 2001 y ex directivo del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, mentor del actual ministro de Economía de Alberto Fernández, Martín Guzmán, fue uno de los más importantes detractores de las recetas impulsadas por el organismo internacional en esos años. La explosión de la Argentina en diciembre de 2001 guardó relación con el FMI, que siguió impulsando y financiando la convertibilidad y el ajuste cuando este ya era inviable desde hacía tiempo, tanto por las condiciones políticas y sociales internas como las externas del país. La Argentina sostenía la convertibilidad desde 1994/5, solo gracias al flujo de endeudamiento externo. Sobre la crítica al FMI y sus recetas ortodoxas de shock, el kirchnerismo construyó la idea de la corresponsabilidad del endeudamiento para que el FMI asumiera su parte en la responsabilidad del quiebre de Argentina en el marco de la negociación exitosa por la reestructuración de la deuda durante 2005 y 2010.
En nuestro país, los antecedentes de la aplicación de políticas de shock son anteriores a la popularización de los paquetes estandarizados del FMI y son, sobre todo, de autoría local.
Rodrigo y Martínez СКАЧАТЬ