La caída. Guillermo Levy
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СКАЧАТЬ ocuparon los derechos humanos para la administración de Néstor Kirchner en la construcción de una agenda progresista que no va a tener los índices de crecimiento ni reparación económica que tuvo el kirchnerismo en siete de los ocho primeros años.

      Hacia el final, el agradecimiento a Esteban Righi, casi al mismo tiempo que a Cristina Fernández, fue un gesto de independencia política que no muchos comprendieron. Esteban Righi, penalista, ex ministro de Héctor Cámpora durante los pocos días de su presidencia, autor de la más grande amnistía de presos políticos de la historia el 25 de mayo de 1973, formador de Alberto Fernández y procurador General de la Nación entre 2005 y 2012, fue denunciado por el entonces vicepresidente Amado Boudou y renunció al no tener el apoyo de la presidenta Cristina Fernández.

      La unidad del peronismo, donde la figura de Cristina Fernández tiene un lugar central, parecía imposible a fines de 2017 y se fue gestando al calor de la posibilidad cierta de evitar la reelección de Mauricio Macri. Sin embargo, el “es con todos” tendrá seguramente pruebas de fuego: conviven sectores con posicionamiento muy diversos en temas claves y no será tarea sencilla equilibrar los intereses de una gestión eficiente con el loteo a los tan distintos y diversos espacios que aportaron sus acciones al Frente de Todos.

      Alberto Fernández puso la vara para la evaluación de su mandato muy alta. Lo terminará el día que se cumplan cuarenta años de la recuperación de la democracia. Así como Macri pidió ser evaluado por la efectividad en la erradicación de la pobreza, Alberto redobló la apuesta, la evaluación que pide está en un marco epocal de la historia argentina: el presidente de la “unidad de todos los argentinos”, como se hizo anunciar cuando ingresó a la Asamblea Legislativa, puso como objetivo avanzar en algunas reformas básicas que se han vuelto grandes metas para cerrar estos cuarenta años: ampliación democrática con el fin de la grieta, la erradicación del hambre, una estrategia de desarrollo y la definitiva integración regional.

      1 Entrevista a Martín Hourest en Espóiler (20.5.19). Disponible en

      www.espoiler.sociales.uba.ar

      2 Un libro excelente para reconstruir el origen y las articulaciones que conformarán al PRO es el de Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti: Mundo PRO. Anatomía de un partido fabricado para ganar, Buenos Aires, Planeta, 2015.

      Alfonsín tuvo la gran habilidad política de hacer ver a ese peronismo de la post recuperación democrática como un espacio político atravesado por la violencia. Como si fuesen parte de un hilo que los uniese a Montoneros y a la Triple A. La violencia quedó del lado del peronismo. Es cierto también que, con la irrupción de la renovación peronista a mediados de los años ochenta, ya recuperada la democracia, y el desplazamiento de casi toda la conducción partidaria de 1983, el alfonsinismo debió modificar en parte su relato: había un peronismo vinculado a la violencia, pero otro peronismo de la democracia con el que competiría en el mismo terreno, que sería un jugador plenamente comprometido con la democracia y que mostraría las flaquezas del radicalismo en su lucha contra los poderes fácticos. Esa lectura tan binaria, que le posibilitó a la UCR el triunfo contundente de octubre de 1983, ya no sería un arma efectiva pocos años después.

      Al progresismo que irrumpió en la transición a la democracia no le gustaban las guerras, sino la recreación de la resolución de los conflictos en los espacios institucionales que aparecían como el lugar de la política, del acuerdo y del disenso. El discurso tan potente de Raúl Alfonsín, “con la democracia se come, se cura y se educa”, es generador de ese progresismo argentino que buscaba en la democracia la ampliación del bienestar social. El influjo progresista va a legar una marca importante en el debate político argentino: la democracia debe apuntar a la reparación y a sortear desigualdades y no a provocarlas.

      A ello se sumó un hecho fundamental: la expulsión de la amenaza militar y el Juicio a las Juntas, donde se exhibió la muerte despiadada provocada por el Estado. El Nunca más (1984), uno de los libros más vendidos de la historia argentina, constituyó el anabólico espiritual del progresismo. Juzgar el horror con las instituciones democráticas. Sin venganzas. Aplicando la ley, como nos explica el Nunca más en el prólogo escrito por Ernesto Sabato, como se hizo en el caso italiano. El Gobierno de Italia había derrotado a la guerrilla de las Brigadas Rojas con la ley y sin apelar a la tortura. Ernesto Sabato era la figura ideal de identificación de ese progresismo reformista que no quería más golpes de Estado, pero tampoco lucha revolucionaria. Sabato, que había defendido el accionar represivo en los primeros años y que después de la guerra de Malvinas había pasado al campo de la lucha por la recuperación democrática, expresaba en buena medida y daba cuenta del mismo recorrido que había hecho una parte importante de la clase media argentina, que lograba con el alfonsinismo y los relatos que imponía, sentirse a gusto en esa democracia de ciudadanos libres sin excesos. Sobre todo, no se le exigía responder qué había hecho o dicho en los años de represión más dura.

      Tan fuerte fue ese legado, que el kirchnerismo daría cuenta de esta premisa poniendo como punto central de su agenda no matar ni reprimir en la protesta social. Al mismo tiempo, y cortando con casi veinte años de impunidad, retomaría el impulso del “Nunca más” de una manera mucho más contundente y sin ambivalencias. Anuló las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de Alfonsín y los decretos de indultos de Menem e impulsó los juicios de genocidio y lesa humanidad que pusieron a la Argentina a la cabeza en el mundo por juzgamientos de crímenes de Estado en juicios impulsados por el mismo Estado, sin tribunales especiales ni internacionales, con todas las garantías del Estado de derecho. Se vuelve llamativo, desde una mirada retrospectiva de la agenda progresista de principios de los años ochenta, que estas acciones no impidieran que una buena parte del progresismo cincelado al calor del alfonsinismo no se sintiera representado por un gobierno que, como el de Cristina Fernández, produjo logros concretos impensables en la Argentina de los años ochenta. Solo se puede entender parcialmente esto viendo el recorrido del progresismo argentino en esta etapa democrática y desgranando el antiperonismo que convivió mezclado en ese universo hasta la llegada del kirchnerismo.

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