Название: La caída
Автор: Guillermo Levy
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789878303260
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El clima instalado de la necesidad de cambio de época que se montaba sobre el desgaste de los doce años de gobierno peronista, el tibio apoyo que recibió el candidato oficialista de parte de buena parte del kirchnerismo, el quiebre del peronismo por el espacio armado por Sergio Massa y algunas gobernaciones peronistas peleadas con el kirchnerismo, sumado a la campaña publicitaria de diseño profesional más eficiente de la historia argentina y el cambio de clima político regional con el declive de los gobiernos progresistas del hemisferio, produjeron un combo demasiado fuerte para no ganar la elección.
Cuatro años después, Cambiemos ha demostrado ser mucho más un éxito como marca y como expresión política, que da cuenta de las demandas ideológicas de una buena parte de la sociedad civil, que como fuerza política con capacidad para gestionar el Estado.
Macri, en su discurso inaugural, no presentó un programa de gobierno, no enunció medidas, solo calibró estados de ánimo y formuló apreciaciones generales: describió el pasado reciente en términos de autoritarismo, corrupción y falta de institucionalidad. El enfrentamiento innecesario y una reivindicación de la justicia independiente que “en estos años fue el baluarte de la democracia e impidió que el país cayera en un autoritarismo irreversible”. Es interesante la defensa de la justicia en el discurso de Macri –“frente a los intentos del kirchnerismo de cooptarla”– y la centralidad que tendrá la justicia, sobre todo la justicia federal, en el discurso de Alberto Fernández, en el cual por primera vez no se apela a formulaciones generales acerca de la necesidad de una justicia independiente y se asume una denuncia durísima contra el entramado entre servicios de inteligencia, periodistas y fuero federal para perseguir opositores y acomodar la justicia a los poderes de turno.
El discurso de inicio de Mauricio Macri transcurrió pocas horas después de que la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner se despidiera frente a aproximadamente 400 000 personas con una reivindicación de su gestión que sería denostada horas después por el nuevo presidente en la Asamblea Legislativa. Nunca en 36 años se había convocado una despedida masiva para un gobierno que se iba. Alfonsín se fue antes de tiempo, Menem se fue sin aplauso, De la Rúa, en helicóptero, dejando más de treinta muertos en todo el país, Néstor Kirchner se fue sin despedida porque quedaba su sucesora que estaría ocho años y que sería reelegida en 2011 con el 54% (el porcentaje más alto en una elección presidencial después de Perón tanto en 1951 como en 1973, en ambas elecciones tuvo el 62%). Cristina Fernández se fue con una Plaza de Mayo llena. Macri se fue con una elección sorpresivamente muy buena en relación a las PASO de agosto de 2019, pero con una Plaza apenas colmada que como máximo llegó a las 100 000 personas: entre tres y cuatro veces menos que la que había logrado juntar antes de la elección con la esperanza de la remontada que le permitiese llegar al ballotage. La Plaza del millón del 19 de octubre de 2019, que no tuvo un millón, pero sí algo menos de 400 000 personas. La derrota, en general, no moviliza. El caso de Cristina y la Plaza del 9 de diciembre sería la excepción a la regla. Hubo derrota, pero ya había épica de retorno. En esa noche de retirada y de épica, nació el canto “vamos a volver”.
Alberto Fernández (2019-2023)
La épica de la reparación en equilibrio
Nunca más a los sótanos de la democracia.
Alberto Fernández produjo uno de los discursos de asunción más importantes de nuestra historia reciente. Cargado de referencias a la historia, recuperó la ideología sin ocultarla ni disfrazarla de lugares comunes. En muchos de los puntos que tocó, anunció líneas de acción. Lo contrario al discurso de asunción de Macri, cuatro años atrás, cargado solo de frases y enunciados generales, con referencias negativas al gobierno anterior.
Alberto Fernández combinó en su discurso lo que logró en su perfil: moderación y firmeza combinadas, toda una novedad en la política argentina. La moderación en Argentina siempre quedó en el baúl de la debilidad y la resignación. Pareciera que Alberto Fernández irrumpió en otra lógica. Un político tradicional que se dejó asesorar, que produjo una campaña efectiva, pero que abandonó a la intemperie toda la batería que parecía haberse instalado en la Argentina para siempre con Cambiemos: la política solo como marketing. Los discursos, caras, gestos, gritos y silencios perfectamente producidos y guionados por profesionales del marketing político y dictados por el uso del big data, que incorpora todas las innovaciones tecnológicas de las redes sociales y los datos que producen para practicar de manera sofisticada un nuevo tipo de guerra psicológica que es sin duda hija de la guerra psicológica aplicada durante la Guerra Fría.
Alberto Fernández se presenta como un hombre común y dentro de su marketing de alguien sencillo y confiable presenta su relación con Dylan, el perro de la familia. A diferencia de la tradición cultural argentina del “hombre común” –más limitado que sencillo, de humor chabacano y machista y valores siempre reaccionarios–, Alberto no se vuelve un costumbrista conservador. Es un hombre común que se presenta en la radicalidad del progresismo, implementando desde el día uno el protocolo para el aborto no punible, derogando medidas emblemáticas del Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich y mostrándose de la mano de su hijo drag queen al que no solo no esconde, sino que muestra y reivindica. Estanislao, su hijo, ya antes de asumir Alberto Fernández, se había constituido en una autopista de amor y adhesión hacia el presidente de muchísimas y muchísimos que no llegan a la política por las vías tradicionales. También su hijo aparece en una línea de confrontación con el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cuyo hijo, que es diputado, se muestra en las redes fotografiándose con un conjunto de armas, expresando claramente en una imagen una grieta que es mucho más verdadera en cuanto a la mirada sobre la vida que representan y quieren representar uno y otro. Antagonismo que pasa de lo simbólico a las políticas concretas cuando, frente a la crisis desatada por la pandemia del coronavirus, Bolsonaro, imitando a Donald Trump, privilegia mantener la maquinaria económica por sobre la protección de vida en forma exactamente inversa que el Gobierno argentino.
Alberto no es un líder carismático, como fueron Alfonsín, Menem, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, pero reúne en su perfil la sensatez y la sencillez, que no impiden fuertes convicciones, una combinación muy original en la política argentina. Es un hombre que se muestra moderado y de diálogo, pero que visitó a Lula en la cárcel cuando acababa de ser electo el presidente que lo hizo encarcelar. Alberto se enfrentó a Bolsonaro, presidente del principal socio comercial del país, se permitió criticar a Piñera, el presidente de Chile, por las consecuencias de las políticas neoliberales y por la represión a los jóvenes que la enfrentan, y denunció como golpe el desplazamiento de Evo Morales y lo invitó a residir en la Argentina. Es un moderado y dialoguista que se anima a denunciar la prisión de arbitraria de funcionarios kirchneristas –más allá de la discusión sobre la pertinencia de la calificación de presos políticos–, durante la jura de sus ministros hizo una reivindicación pública de Carlos Zannini, ex funcionario de Cristina Fernández, preso varios meses durante el Gobierno de Cambiemos por el acuerdo con Irán de 2013. Si bien no reivindica a ningún acusado por hechos de corrupción, denuncia fuertemente la práctica punitiva e inconstitucional del abuso de las prisiones preventivas durante el Gobierno de Macri. En su discurso inicial ese fue justamente unos de los ejes que presentó como una batalla a dar durante su presidencia.
Alberto es el hombre que le va a dar un cierre a la reivindicación inorgánica que hizo el último kirchnerismo de la figura de Raúl Alfonsín. Alberto empezó y terminó su discurso –en general no se han nombrado otros presidentes en los discursos iniciales– reivindicando a Alfonsín. Reivindicó su agenda reformista para retomarla y propuso ser evaluado en esa perspectiva inicial de 1983 cuando termine su mandato, que será a los cuarenta años de recuperada la democracia. Empezó con Alfonsín y terminó su discurso con una de sus frases célebres como cierre de un programa de gobierno СКАЧАТЬ