La Reina Roja. Victoria Aveyard
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Название: La Reina Roja

Автор: Victoria Aveyard

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Reina Roja

isbn: 9786077357254

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СКАЧАТЬ al patriarca de Samos.

      —Magnetrón —creo que dice, pero no tengo idea de qué significa.

      Atravieso los angostos corredores, que antes eran pasillos descubiertos, hasta los Plateados que requieren el servicio. El palco está al fondo, pero soy rápida y no tardo en llegar. Ahí me encuentro con un clan particularmente obeso, cubierto de chillante seda amarilla y plumas horribles, que disfruta de un pastel de gran tamaño. Hay platos y copas regados por el suelo, y me pongo a recogerlos, con manos ágiles y diestras. Una pantalla a todo volumen en el palco presenta a Evangeline, aparentemente quieta en el escenario.

      —¡Qué farsa es ésta! —se queja uno de los bichos gordos y amarillos al tiempo que se retaca la boca—. La joven Samos ya ganó.

       Qué raro. Ella parece la más débil de todas.

      Apilo los platos, aunque sin retirar los ojos de la pantalla, para ver a Evangeline dar vueltas por el escenario devastado. Todo indica que ahí no queda nada con lo que ella pueda trabajar, mostrar lo que es capaz de hacer, pero eso no parece importarle. Su sonrisita de suficiencia es terrible, como si estuviera totalmente convencida de su magnificencia. Pero a mí no me parece magnífica.

      En ese momento, los estoperoles de hierro de su chamarra se mueven. Flotan en el aire, cada uno de ellos se convierte en una dura y redonda bala metálica. Luego, como los tiros de un arma, salen disparados, se clavan en el suelo y las paredes, e incluso en el escudo de rayos.

       Evangeline es capaz de controlar el metal.

      Varios palcos la ensalzan, pero ella está lejos de haber terminado. Chirridos y ruidos metálicos suben hasta nosotros desde lo hondo de la estructura del Jardín Espiral. Hasta la familia gorda deja de comer para mirar, perpleja. Está confundida e intrigada, pero yo puedo sentir las vibraciones debajo de mis pies. Sé que hay que tener miedo.

      Con un ruido demoledor al perforar el piso, unos tubos de metal traspasan el escenario, emergiendo desde lo profundo. Atraviesan las paredes y rodean a Evangeline con una retorcida corona de metal gris y argentino. Parece que ríe, pero el crujido ensordecedor del metal la ahoga. Del escudo de rayos se desprenden chispas, pero ella se protege con su chatarra. No exuda una sola gota de sudor. Por fin, deja caer el metal con un estruendo horrible. Vuelve los ojos al cielo, a los palcos de arriba. Boquiabierta, deja ver sus dientecitos afilados. Parece tener hambre.

      Aquello empieza poco a poco, con un ligero cambio de equilibrio hasta que el palco entero se tambalea. Caen platos al suelo y ruedan copas de cristal que escapan de la barandilla para ir a estrellarse contra el escudo de rayos. Evangeline está descoyuntando y volteando nuestro palco, lo que provoca que nos ladeemos. Los Plateados que están a mi alrededor graznan y buscan dónde apoyarse, convertido su aplauso en pánico. No son los únicos; cada palco de nuestra fila se mueve con nosotros. Muy abajo, Evangeline dirige todo con una mano y arruga la frente, concentrada. Como los luchadores Plateados en el ruedo, quiere mostrarle al mundo de qué está hecha.

      Pienso en eso cuando una bola amarilla de plumas y carne choca contra mí, y me lanza por la barandilla junto con el resto del servicio de plata.

      Lo único que veo mientras caigo es púrpura, el escudo de rayos que sale a mi encuentro. Silba de energía y chamusca el aire. Apenas tengo tiempo para comprenderlo, pero sé que el cristal jaspeado de color púrpura me cocerá viva, al electrocutarme en mi uniforme rojo. Apuesto que lo único que les preocupará a los Plateados es quién tendrá que recogerme.

      Pego de cabeza contra el escudo y veo estrellas. No, estrellas no. Chispas. El escudo hace su trabajo y me incendia con descargas eléctricas. Mi uniforme arde hasta quemarse y echar humo, y supongo que veré cómo sucede lo mismo con mi piel. El olor de mi cadáver será delicioso. Pero, no sé por qué, no siento nada. Seguro que me duele tanto que no lo puedo sentir.

      Sin embargo… lo siento. Siento el calor de las chispas subir y bajar por mi cuerpo, prendiendo fuego a cada uno de mis nervios. Pero no es una sensación desagradable. De hecho, me siento… viva. Como si hubiera pasado ciega toda mi vida y acabara de abrir los ojos hace apenas un instante. Algo se mueve bajo mi piel, pero no son las chispas. Miro mis manos, mis brazos, me maravillo del rayo mientras se desliza sobre mí. Mi ropa se quema, se calcina por el calor, pero mi piel no cambia. El escudo sigue intentando matarme, pero no puede.

      Todo está mal.

       Yo estoy viva.

      El escudo despide humo negro, y comienza a partirse y cuartearse. Las chispas son más radiantes, más feroces, pero también más débiles. Yo trato de incorporarme, ponerme en pie, pero el escudo se hace pedazos bajo mis talones y vuelvo a precipitarme al vacío.

      De un modo u otro, caigo sobre un montón de tierra no cubierta de metal dentado. Maltrecha y con los músculos doloridos, es cierto, pero todavía de una pieza. Mi uniforme no corrió con tanta suerte, y casi se está cayendo a pedazos achicharrados.

      Me pongo en pie con dificultad, y siento que otras partes de mi uniforme se desprenden. Arriba de nosotras, los murmullos y las exclamaciones recorren el Jardín Espiral. Siento que todos me observan: la chica Roja quemada. Al pararrayos humano.

      Evangeline me mira fijamente, con los ojos muy abiertos. Parece presa de la furia, la confusión… y el miedo.

      De mí. Por alguna razón, tiene miedo de mí.

      —¡Hola! —digo tontamente.

      Ella contesta con una ráfaga de trozos de metal, todos ellos puntiagudos y mortales, que vuelan directo a mi corazón.

      Sin pensarlo, levanto las manos para protegerme de lo peor de ese ataque. Pero en vez de atrapar con las palmas una docena de cuchillas con picos, siento algo muy diferente. Al igual que antes con las chispas, mis nervios vibran, avivados por un fuego que viene de adentro. Este fuego se mueve en mí, detrás de mis ojos, bajo mi piel, hasta que siento que me rebasa. Luego se vierte desde mi cuerpo en poder y energía puros.

      El chorro de luz, no: el rayo, hace erupción entre mis dedos y quema el metal. Las piezas crepitan y humean, se parten por efecto del calor. Caen inofensivamente al suelo mientras el rayo impacta en la pared del fondo, deja un agujero humeante de más de un metro de ancho y casi arrasa con Evangeline.

      Ella se queda boquiabierta, conmocionada. Seguramente mi aspecto es el mismo que el de ella cuando miro mis manos, mientras me pregunto qué diablos acaba de ocurrirme. En lo alto, un centenar de los Plateados más poderosos se pregunta lo mismo. Cuando alzo la mirada, veo que todos me observan.

      Incluso el rey se inclina sobre el filo de su palco, perfilando contra el cielo su corona llameante. Cal está junto a él, y me mira asombrado.

      —¡Centinelas!

      La voz del rey es aguda como un cuchillo cargado de amenazas. De repente, los uniformes rojo anaranjado de los centinelas resplandecen en casi todos los palcos. Los guardias de elite esperan otra palabra, otra orden.

      Soy buena para robar porque sé cuándo correr. Y éste es uno de esos momentos.

      Antes de que el rey pueda decir cualquier cosa, yo salgo disparada, empujo a la atónita Evangeline y me escurro de pie por la trampilla que sigue abierta en el suelo.

      —¡Deténganla! —resuena la voz detrás de mí cuando caigo en la semioscuridad de la estancia de СКАЧАТЬ