La luna sobre el Soho. Ben Aaronovitch
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La luna sobre el Soho - Ben Aaronovitch страница 7

Название: La luna sobre el Soho

Автор: Ben Aaronovitch

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Ríos de Londres

isbn: 9788416224913

isbn:

СКАЧАТЬ para darles la noticia a los seres queridos y entre ellas no se encuentra soltarlo en medio de la calle. Le pregunté si querría sentarse en el coche conmigo, pero no quiso.

      —Será mejor que me lo diga ya.

      —Me temo que tengo malas noticias —dije.

      Cualquiera que haya visto alguna vez Policía de barrio o Casualty sabrá lo que significa aquello. Melinda empezó a retroceder y tuvo que agarrarse. Estuvo a punto de perder el control, pero entonces vi que volvía a ponerse la coraza.

      —¿Cuándo? —preguntó.

      —Hace dos noches —respondí—. Tuvo un ataque al corazón.

      Me miró como a un idiota.

      —¿Un ataque al corazón?

      —Eso me temo.

      Asintió.

      —¿Por qué está usted aquí? —me preguntó.

      Me salvé de tener que mentir porque un taxi se detuvo delante de la casa e hizo sonar el claxon. Melinda se volvió, miró con atención la puerta principal y obtuvo su recompensa cuando Simone salió con dos maletas. El conductor, con un nivel inusual de caballerosidad, se apresuró a agarrar las maletas y las metió en la parte trasera del taxi mientras ella cerraba la puerta principal. Me fijé en que echó la llave en las dos cerraduras.

      —¡Zorra! —gritó Melinda.

      Simone la ignoró y se dirigió al taxi, lo que tuvo el efecto exacto que yo me esperaba en Melinda.

      —Sí, tú —exclamó—. ¡Está muerto, cabrona! Y ni siquiera podías molestarte en decírmelo, ¡joder! Esa es mi casa, ¡vaca gorda!

      Simone escuchó aquello, levantó la mirada y, al principio, no pareció reconocer a Melinda, pero entonces asintió para sí misma y, de forma distraída, lanzó las llaves en nuestra dirección. Aterrizaron a los pies de Melinda.

      Sé reconocer los arranques de furia en cuanto veo que se acercan, de manera que ya le había agarrado por la parte superior del brazo antes de que pudiera cruzar corriendo la calle e intentara darle una buena paliza a Simone. Salvaguardar la paz del país, en eso consiste todo. Para ser tan poca cosa, Melinda era bastante fuerte y terminé utilizando las dos manos mientras ella soltaba palabrotas por encima de mi hombro, y eso hizo que me pitaran los oídos.

      —¿Quiere que la arreste? —pregunté.

      Era un viejo truco policial: si solo avisas a la gente, suelen ignorarte, pero si les haces preguntas entonces tienen que pensar en ello. Cuando empiezan a pensar en las consecuencias casi siempre se tranquilizan, a no ser que estén borrachos, por supuesto, o colocados, tengan entre catorce o veintiún años, o sean naturales de Glasgow.

      Por suerte tuvo el efecto esperado en Melissa, que dejó de gritar el tiempo suficiente para que el taxi se alejara. Una vez me aseguré de que no iba a atacarme debido a la frustración, un riesgo que va incluido en el cargo si eres policía, me agaché, recogí las llaves y las deposité en sus manos.

      —¿Hay alguien a quien pueda llamar? ¿Alguien que pueda venir y quedarse con usted durante un rato?

      Ella negó con la cabeza.

      —Me quedaré esperando en el coche —contestó—. Gracias.

      «No me lo agradezca, señora, solo estoy…». No, no se lo dije. ¿Sabía alguien lo que estaba haciendo? Dudaba que pudiera sonsacarle algo de utilidad aquella tarde, así que me marché solo.

      ***

      A veces, después de un día duro de trabajo, no hay nada más satisfactorio que un kebab. Me detuve delante de un sitio kurdo mientras iba por Vauxhall y aparqué en Albert Embankment para comérmelo. No se comen kebabs en el Jaguar, esa es la regla. Un lado del dique había sido modificado por un brote de modernismo en los sesenta, pero le di la espalda a las fachadas aburridas de hormigón y, en su lugar, contemplé cómo el sol refulgía en lo alto de la torre Millbank y del Palacio de Westminster. La tarde seguía siendo lo suficientemente cálida como para ir en mangas de camisas y la ciudad se aferraba al verano como una aspirante a mujer florero lo haría con un delantero centro.

      Oficialmente yo pertenecía a ESC9, siglas de la Unidad de Delincuencia Económica y Especializada 9, que también era conocida como La Locura, o como la unidad de la que los oficiales bien educados no hablan en ambientes respetables. No tiene sentido intentar recordar ESC9 porque Scotland Yard se reorganiza una vez cada cuatro años y cambian todos los nombres. Por eso, a la Unidad de Robos Comerciales de Grupos Criminales Organizados se la llama la Brigada Móvil desde que la introdujeron en 1920, o Sweeney, si quieres dejar constancia de que eres un cockney.3 Por si os lo estáis preguntando sería Sweeney Todd = Flying Squad.

      A diferencia de Sweeney, es sencillo pasar por alto La Locura: en parte porque hacemos cosas de las que a nadie le gusta hablar, pero sobre todo porque no tenemos un presupuesto apreciable. No tenerlo significa que la burocracia no nos observa y que, por lo tanto, no hay pruebas documentales. También ayuda que, hasta enero de este año, solo contara con un empleado: un tal inspector jefe del cuerpo de detectives, Thomas Nightingale. A pesar de doblar el número del personal cuando me uní y de poner al día unos diez años de papeleo sin procesar, seguimos manteniendo una presencia sigilosa dentro de la jerarquía burocrática de Scotland Yard. Por consiguiente, pasamos desapercibidos entre el resto de policías, y cumplimos con nuestro deber.

      Uno de esos deberes es la investigación de los magos no autorizados y de otros practicantes de magia, pero no pensaba que Cyrus Wilkinson hubiera practicado con nada, salvo con el saxofón alto. También tenía dudas de que se hubiera suicidado con el cóctel de drogas y bebida tan típico del jazz, pero tendría que esperar la confirmación del test de intoxicación. ¿Por qué mataría alguien a un músico de jazz en medio de su actuación? Me refiero a que yo también tenía mis reservas con respecto al New Thing y el resto de modernistas atonales, pero no mataría a alguien que los interpretara… a no ser que estuviéramos encerrados en la misma habitación.

      Al otro lado del río, un catamarán dejó atrás el muelle de Millbank con un rugido de motor diésel. Hice una bola con el papel del kebab y lo tiré en una papelera. Volví a subirme al Jaguar, arranqué y me dirigí hacia el crepúsculo.

      En algún momento tendría que volver a la biblioteca de La Locura y buscar casos antiguos. Normalmente, Polidori estaba bien para chismes sensacionalistas relacionados con la bebida y el libertinaje. Quizás por todo el tiempo que pasó haciendo el loco con Byron y los Shelley en el lago Ginebra. Si alguien sabía de muertes prematuras y antinaturales era Polidori, quien, literalmente, escribió un libro sobre el asunto antes de beber cianuro. El libro se llama Investigación sobre las muertes antinaturales en Londres durante los años 1768-1810 y pesa casi un kilo; solo esperaba que leerlo no me llevara a mí también al suicidio.

      Era bastante tarde cuando llegué a La Locura y aparqué el Jaguar en la cochera. Toby empezó a ladrar tan pronto como abrí la puerta trasera y vino correteando por el suelo de mármol del patio interior para lanzarse sobre mis espinillas. Molly se deslizó desde donde estaban las cocinas, como si fuera la ganadora de todas las promesas participantes en el concurso mundial de Lolitas góticas espeluznantes. Ignoré los ladridos de Toby y pregunté si Nightingale estaba despierto. Molly me dedicó un movimiento leve de cabeza que significaba que «no» y después una mirada inquisitiva.

СКАЧАТЬ