Sońka. Ignacy Karpowicz
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Название: Sońka

Автор: Ignacy Karpowicz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Rayos Globulares

isbn: 9788417925178

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СКАЧАТЬ miró aquella tela medio deshecha. Tenía entre sus manos un ramillete de flores secas, un trapo sucio y raído con una gran mancha color bronce. Concentró su mirada en esa mancha: ¿café, cacao?

      —Heta yaho krou19 —dijo Sońka en voz baja.

      Le di al cachorro leche con un trozo de pan mojado en ella. Tenía miedo de que mi padre no me dejara quedarme el regalo. Volvió muy borracho, tanto que ni siquiera me pegó, sino que se tiró sobre el jergón y se durmió como un ceporro. Deseé que en su sueño tuviera una muela de molino atada a su cuello y que el peso lo arrastrara a los abismos; que mi padre sintiera la noche y el frío, murciélagos en el pelo y sanguijuelas en los párpados, que se asustara y regresara cambiado, que fuera bueno con Janek y Witek, conmigo y con nuestros animales.

      Porque mi padre era un demonio. Los demonios se habían apoderado de él, unos muy trabajadores y de fervientes rezos. Mi padre no se diferenciaba de otros padres, en los pueblos de por aquí los demonios crecen en tal cantidad que ni siquiera un camello entraría en el paraíso.

      No podía dormirme. Todo en mí había cambiado. Por eso salí de casa y fui al banco en el que había estado sentada unas horas antes; hace mucho, mucho tiempo. Desoí la orden de mi padre: Pa nochy tolki katy i bladzi laziać,20 solía decir. Tenía miedo de esa arbitrariedad suya, pero más miedo aún me daba mi propio coraje. Todo había cambiado en mí. Era la misma y a la vez otra completamente distinta, vuelta del revés como un vestido con lo de dentro hacia fuera. Temía más el futuro que la furia de mi padre, porque la furia la conocía, pero el futuro no. Miré al cielo. Vi la bóveda con millones de estrellas. Mi Dios, recé, tienes millones de estrellas, dame una, la más pequeña, hazla fugaz, impúlsala con el dedo o con un estornudo y yo pensaré un deseo. La estrella más pequeñita; puede estar desconchada, no importa, pero dámela, te lo suplico.

      Se ve que mi mamá intercedió por mí ante el Todopoderoso, porque escogió una estrella, que quizá no fuera grande pero sí muy bien hecha y casi nueva, y la empujó para que pasara fugaz sobre la tierra. Cerré los ojos y pensé un deseo. Tuve los ojos cerrados durante un buen rato y mi deseo grabó a fuego una señal en mi corazón. Fue un deseo como la tapa de un ataúd. Un deseo muy corto, una palabra a lo sumo, o quizá menos.

      —Joachim —dijo Igor, rememorando con voz tranquila el eco del deseo ansioso y desdichado de Sońka.

      Sońka miraba ahora con ojos muy abiertos al joven de la ciudad, de piel dorada y cuyos cabellos empezaban a escasear, con una calva que avanzaba como un río apacible; un chico de olor elegante y sin manchas de sudor debajo de las axilas, que había envejecido y se hacía cada vez más transparente e incluso quizá más juicioso a medida que pasaban los minutos. Un chico que había venido desde la lejanía más invisible para escuchar, comprender y despedir a Sońka. Un joven con un algo que daban ganas de llevárselo a casa, aunque no se sabe si para mucho tiempo.

      Sońka lo miraba y no podía apartar la vista, los agujeros de su nariz aspiraban el olor a almidón de hacía un millón de años, sus ojos veían aquella estrella anterior al Diluvio, muy bien hecha y que no estaba en absoluto desconchada, pues al fin y al cabo el deseo —una palabra a lo sumo, o quizá menos— se cumplió de inmediato.

      Y del ojo derecho de Sońka, al que los años habían borrado el color, surgió una enorme lágrima. No corrió deprisa; primero se formó lentamente, poco a poco, para al final desprenderse a duras penas. No era una lágrima transparente, sino lechosa. No era una lágrima empapada, sino tan solo un poco húmeda. En realidad, aquella lágrima era un grano de sal. Avanzó siguiendo las arrugas del rostro de Sońka, como una oruga por una hoja vieja y retorcida, sin esperanza de metamorfosearse o transformarse; hasta que al final, rodeando los labios, cayó desde la barbilla al suelo, donde se desintegró en polvo de sal.

      Y cuando de la lágrima solo quedó un polvillo, entonces el ojo derecho de Sońka recuperó el color. Se volvió azul, un azul profundo y alegre, brillante y triste.

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