Название: Stranger Things
Автор: Brenna Yovanoff
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Ficción
isbn: 9788412198966
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En realidad nunca había pensado en San Diego de una manera u otra hasta que descubrí que nos iríamos. Neil y mamá nos sentaron en el salón y nos dijeron que habían decidido que nos mudaríamos a Indiana, pero eso era mentira. Neil lo había decidido. Mamá sólo asintió, sonrió y aceptó su jugada.
Billy fue el que perdió el control con la noticia. Puso su música a todo volumen, dio portazos por toda la casa y no apareció a la hora de la cena.
Yo sólo decidí que no iría.
Sin embargo, mi fuga duró poco. La policía me llevó de regreso a casa, reuní todas mis cosas en diez cajas de cartón de la licorería y observé cómo los de la mudanza las apilaban en la parte trasera de un camión alquilado. Ahora estábamos aquí, en Hawkins.
El pueblo era más pequeño de lo que había imaginado, pero también algo dulce. Podría estar bien. El centro de la ciudad era pequeño y se encontraba en mal estado, pero al menos lo decoraban para Halloween. Y tenían una sala de juegos. ¿Podía ser malo un lugar con un salón de juegos?
A mi lado, Billy miraba la carretera como si ésta le ofendiera.
La escuela secundaria Hawkins era un largo edificio de ladrillos al otro lado del estacionamiento del instituto. Era sencillo y robusto, más parecido a una cárcel del condado que a una escuela. Mamá había dicho a Billy que me llevara y entrara conmigo para asegurarse de que tuvieran todo listo para mi primer día, pero él pasó volando más allá de la puerta principal y entonces aceleró de pronto hacia el aparcamiento del instituto.
—¡Eh! —lo miré y golpeé el salpicadero con la mano—. Se suponía que debías dejarme.
Billy giró la cabeza para mirarme.
—Pero no quiero, Max. No me pagan para ser tu niñera. Si no te gusta, quizá mañana puedas ir andando.
No respondí, sólo tomé mi monopatín y mi mochila. Cuando salí del coche, no miré atrás.
Encontré fácilmente la oficina, en un pequeño pasillo a un lado de las puertas principales.
La mujer detrás del mostrador vestía una brillante blusa pasada de moda. Cuando le dije por qué estaba allí, me miró como si fuera una especie de criatura extraña.
Finalmente, se volvió y llamó a otra señora que estaba hurgando en un archivador.
—Doris, ¿tenemos un horario de clases para Mayfield?
La otra mujer dejó sus carpetas y se acercó al mostrador.
—¿Para qué necesitas un horario a mitad de semestre? —dijo, como si estuviera confundida.
No respondí, sólo suspiré y abrí los ojos ampliamente en señal de impaciencia. Era una mirada que mamá no podía soportar. Ella decía que ese gesto sólo me haría las cosas más difíciles, pero me daba cuenta de que la hacía sentir avergonzada, como si tuviera que disculparse por mí. Yo no estaba siendo amable.
Estaba casi segura de que las mujeres de la oficina me harían guardar el monopatín. En California, la regla era que tenías que guardarlo en tu taquilla, pero aquí nadie parecía tener una opinión al respecto. Tal vez ni siquiera tenían una regla para monopatines. Tal vez nunca habían visto uno.
Mi primera clase era Ciencias, y me presenté en el aula después de que sonara el timbre.
A pesar de que todos ya estaban sentados, en el aula había muchos pupitres vacíos, como si el grupo tuviera que haber sido más grande. Sabía que era sólo porque el aula era grande y Hawkins un pueblo pequeño, pero los sitios vacíos hacían que pareciera como esa parte de una historia en la que no todos han regresado tras enfrentarse con un monstruo.
El profesor me puso al frente del aula mientras me presentaba. Es muy molesto que cierto tipo de adultos te llamen siempre por tu nombre completo, como si hubieras hecho algo indebido. Cuando lo corregí, creo que algunas de las chicas rieron o cuchichearon, pero los chicos sólo miraban fijamente.
El resto de la mañana fue aún peor, como si la escuela intentara demostrarme exactamente de cuántas maneras yo no pertenecía a ella. En Historia, todos estaban trabajando en sus proyectos semestrales. El señor Rogan me hizo llenar una hoja de trabajo fotocopiada mientras los demás juntaban sus escritorios en equipos de tres y cuatro, y al final ni siquiera recordó pedirme que se la entregara.
No había tenido que hacer amigos desde que era pequeña.
Nunca había descubierto cómo hablar con otras chicas. En mi hogar siempre criticaban que no me importaran las uñas postizas y las permanentes, o que cuando veía películas de monstruos, no lo hacía sólo para chillar y gritar. Todos los días durante el verano se tumbaban junto a la piscina, se frotaban los hombros unas a otras con aceite de bebé y hablaban de chicos. Yo no estaba interesada en quemarme tratando de conseguir un hermoso bronceado, y conocía chicos reales y casi por ninguno de ellos valía la pena derretirse.
Mamá había entrado en un frenesí de ama de casa durante todo el fin de semana anterior, deshaciendo el equipaje, luego doblando la ropa y planchando. Finalmente acabó y la atrapé en mi habitación, revisando las cajas. Esa mañana, ella sacó el suéter Esprit que me había comprado hacía un año en Fashion Barn y lo puso sobre mi cama. Era de tonos pastel a rayas, con grandes botones de plástico. Nunca lo había usado. Me quedé mirándolo, tratando de averiguar exactamente lo que ella quería. Ya estaba vestida con vaqueros y un suéter como los que usaba todos los días.
—¿Para qué es eso? —dije. Sabía que debería complacerla, pero no estaba dispuesta a asistir a mi primer día en una nueva escuela vestida como otra persona.
Ella sonrió débilmente.
—Es tu primer día. Pensé que te gustaría usar algo un poco especial.
—¿Por qué?
Su sonrisa se desvaneció y miró hacia otro lado, jugueteando con la manga del suéter.
—Oh, no lo sé. Es sólo que parece un desperdicio, ¿sabes? Eres guapa, pero nunca te arreglas ni intentas verte bien.
La idea de que tuviera que vestirme de manera particular para ir a clases en Hawkins me parecía tan estúpida que estuve a punto de reír. No me sentía muy guapa, y definitivamente no era una chica agradable.
En el almuerzo comí cecina y pretzels directamente de la bolsa y me senté en los agrietados escalones de cemento junto al gimnasio. Todavía no habíamos sacado de las cajas las cosas de la cocina, y necesitábamos ir al supermercado. Por primera vez desde que había dejado San Diego, me permití realmente sentir un vacío en el pecho. Tardé un minuto en reconocerlo. Soledad.
En mi casa tenía a Ben Voss, Eddie Harris y Nate. Pasábamos los veranos y las tardes después de la escuela patinando, o construyendo fuertes en el arroyo seco detrás de mi casa. E incluso después de que se mudó a Los Ángeles, tenía a papá. Él estaba lleno de ideas y sabía cómo hacerme sentir acompañada incluso cuando no era verdad.
Él siempre se emocionaba con los juegos mentales: equipos de espionaje, códigos secretos, escondites. СКАЧАТЬ