Название: Tormenta de guerra
Автор: Victoria Aveyard
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Reina Roja
isbn: 9788412177923
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Juro que les cortaré la lengua a todos. ¿No dicen que los secretos son sagrados?
—No sé de qué habla —digo entre dientes.
—¡Claro que lo sabe! Ella está casada con su hermano, como parte de un trato, ¿no es así?
Mis manos se tensan sobre un barandal de piedra; su fresca lisura no contribuye a serenarme. Clavo los dedos, las agudas y enjoyadas puntas de mis zarpas decorativas calan hondo. Davidson continúa con sus palabras en tropel, suaves, rápidas e imposibles de ignorar.
—Si todo fuera como usted quisiera, si usted no fuese una pieza negociable de una corona y ella no estuviera desposada, ¿podrían casarse? En las mejores circunstancias, ¿los Plateados de Norta accederían a su deseo?
Me vuelvo hacia él y le muestro los dientes. Está demasiado cerca; no se arredra ni retrocede. Veo las diminutas imperfecciones de su piel: arrugas, cicatrices, poros incluso. Podría sacarle los ojos con las manos si quisiera.
—El matrimonio no tiene nada que ver con el deseo —espeto—. Es sólo para los herederos.
Por razones que no comprendo, sus ojos dorados se suavizan. Veo lástima en ellos, pesar. No lo soporto.
—Así que se le niega lo que quiere a causa de lo que es. De una decisión que nunca tomó, una pieza suya que no puede ni quiere cambiar.
—Yo…
—Menosprecie a mi país lo que le plazca —veo una sombra del carácter que se empeña en ocultar—, cuestione cómo son las cosas aquí; quizá las respuestas sean de su agrado —se aparta y recobra la imagen del político, un hombre ordinario con un encanto ordinario—. Espero que disfrute nuestra cena esta noche; Carmadon, mi esposo, ha puesto mucho empeño en prepararla para ustedes.
¿Qué? Apenas puedo pestañear. ¡Desde luego que no! Oí mal. Mis mejillas se inflaman de calor, se ponen grises de la vergüenza. No negaré que el corazón dio un salto en mi pecho y una descarga de adrenalina se apoderó de mí, sólo para apagarse en un soplo. Es inútil desear imposibles.
Pero el primer ministro hace una leve inclinación.
No escuché mal ni él cometió un error.
—Ésta es otra minucia que permitimos en Montfort, princesa Evangeline.
Suelta mi brazo sin ceremonia alguna y acelera el paso para poner un poco de distancia entre nosotros. Siento que el corazón me late con fuerza. ¿Miente? ¿Lo que dijo es posible siquiera? Para mi desconcierto, las lágrimas acuden a mis ojos y mi pecho se pone rígido.
—La diplomacia nunca fue tu fuerte.
Cal me fulmina con una mirada desde mi hombro, su abuela cuchichea a unos pasos con uno de los señores Iral.
Oculto un momento el rostro bajo una cortina de cabello plateado, justo el tiempo indispensable para recuperar el control o aparentarlo. Por fortuna, él sigue ocupado en mirar a Mare, cuyos desplazamientos rastrea con una añoranza lastimera.
—¿Por qué me elegiste entonces? —respingo al fin, con la esperanza de que sienta toda mi rabia y mi dolor—. ¿Por qué te obstinas en volver reina a alguien como yo cuando no seré para ti otra cosa que una espina?
—Hacerte la tonta tampoco es tu fuerte, sabes cómo funciona esto.
—Sé que pudiste escoger entre dos caminos, Calore, y elegiste el que pasa por mí.
—Escoger —protesta—. A las mujeres les encanta esta palabra.
Pongo los ojos en blanco.
—Que al parecer desconoces, porque no haces más que culpar a todos y sólo por una decisión que tú tomaste.
—Una decisión que tuve que tomar —me mira con ojos destellantes—. ¿Acaso crees que Anabel, tu padre y el resto se habrían aliado con los Rojos, sin recibir nada a cambio? ¿Piensas que no buscaron a otro que apoyar, alguien peor? Si soy yo, al menos puedo…
Me paro frente a él, pecho contra pecho, y me enderezo preparándome para la batalla. Una vida de entrenamiento se solidifica bajo mi piel.
—¿Qué, hacer mejor las cosas? ¿Crees que cuando acaben las hostilidades te sentarás en tu nuevo trono, atizarás tus absurdas flamas y cambiarás el mundo? —lo mido de pies a cabeza con un aire de desdén—. ¡No me hagas reír, Tiberias Calore! Eres un títere igual que yo, pero tú al menos tuviste la oportunidad de cortar tus hilos.
—¿Y tú no?
—Lo haría si pudiera —creo que hablo en serio. Si Elane estuviera aquí, si hubiera un modo de que permaneciéramos…
—Cuando… cuando llegue el momento de que debamos casarnos… —se le atora la lengua, tartamudear no es digno de un Calore— trataré de facilitarte lo más posible las cosas, visitas de Estado, reuniones. Elane y tú podréis hacer lo que deseéis.
Me recorre un escalofrío.
—Siempre que cumpla mi parte del acuerdo…
Esta perspectiva nos asquea a ambos y apartamos la mirada.
—No haré nada sin tu consentimiento —susurra.
Aunque esto no me convence, hace surgir un poco de alivio en mi corazón.
—Te amputaría algo si lo intentaras.
Ríe débilmente, es más que nada una expulsión de aire.
—¡Qué horror! —sisea, con voz tan baja que quizá no se da cuenta de que lo escucho.
Respiro con dificultad.
—Puedes elegirla aún.
Estas palabras flotan en el aire y nos torturan a los dos.
No replica, se mira los pies dentro de las botas. En el jardín, Mare le da la espalda todavía y sigue a su hermana. Pese a que el cabello de ambas no es del mismo color, advierto el parecido: se mueven de la misma manera, cuidadosa, lenta, callada, como ratones. La hermana corta una flor, un capullo verde pálido de pétalos rozagantes, y la prende a su cabello. Mientras miro, el Rojo joven y larguirucho que Mare insiste en llevar consigo a todas partes hace lo mismo; la flor se ve ridícula detrás de su oreja y las hermanas Barrow se desternillan de risa. Su carcajada llega hasta nosotros, es una pulla más que otra cosa.
Son Rojas e inferiores, y son felices. ¿Cómo es posible?
—Deja de deprimirte, Calore —digo entre dientes; es un consejo para los dos—. Tú forjaste esta corona, úsala ahora, o no lo hagas jamás.
SIETE
Iris
Las márgenes del Ohius son altas. Ésta fue una primavera húmeda; las granjas del sur de la comarca de los Lagos estuvieron СКАЧАТЬ