Por y Para Siempre. Софи Лав
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Название: Por y Para Siempre

Автор: Софи Лав

Издательство: Lukeman Literary Management Ltd

Жанр: Современные любовные романы

Серия:

isbn: 9781094304137

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СКАЧАТЬ peor, en la habitación libre de su madre.

      ―¿Pero y si necesita algo? Como más cojines, o…

      ―¿O más bananas? ―la interrumpió Daniel con una sonrisa de satisfacción.

      Emily suspiró, reconociendo la derrota. Daniel tenía razón; el señor Kapowski tampoco esperaría que estuviera esperándolo en todo momento. De hecho, lo más seguro era que prefiriese que Emily no interfiriera demasiado. Después de todo, estaba de vacaciones, y la mayoría de la gente lo que buscaba era paz y tranquilidad.

      ―Venga ―la animó Daniel―. Será divertido.

      ―De acuerdo ―accedió ella―. Iré.

      *

      Allá donde mirase, Emily veía banderas de Estados Unidos. Su visión se había convertido en un caleidoscopio de barras y estrellas que le arrancó un jadeo de sorpresa. Las banderas colgaban de los escaparates de todas las tiendas y entre cada par de lámparas había una cuerda de banderas anudadas, y aquello ni siquiera se podía comparar al número de banderas que agitaban los paseantes. Parecía que todo el mundo que circulaba por la acera tenía una.

      ―Papi ―dijo Emily, alzando la vista hacia su padre―. ¿Puedo tener yo también una bandera?

      El hombre le sonrió desde arriba.

      ―Desde luego que sí, Emily Jane.

      ―¡Y yo, y yo! ―se sumó una vocecita.

      Emily se giró para mirar a su hermana, Charlotte, vestida con una brillante bufanda púrpura alrededor del cuello que no encajaba para nada con sus botas de mariquitas. Era una niña pequeña a la que todavía le costaba mantener el equilibrio.

      Las niñas siguieron a su padre, cada una de ellas aferrándose con fuerza a una de sus manos, y cruzaron con él la calle para entrar en una pequeña tienda que vendía encurtidos y salsas caseras en tarros.

      ―Vaya, hola, Roy. ―La mujer de detrás del mostrador sonrió de oreja a oreja, y después les sonrió también a las dos pequeñas―. ¿Habéis subido durante estos días festivos?

      ―Nadie celebra el Día de los Caídos como Sunset Harbor ―contestó su padre con amabilidad y simpatía―. Dame dos banderas para las niñas, por favor, Karen.

      La mujer cogió las banderas de detrás del mostrador.

      ―¿Y por qué no tres? ―dijo―. ¡No te olvides de ti!

      ―¿Qué tal cuatro? ―dijo Emily―. Tampoco deberíamos olvidarnos de mamá.

      Roy tensó la mandíbula y Emily supo al instante que había dicho algo que no debía. Mamá no querría una bandera, mamá ni siquiera había ido con ellos a Sunset Harbor para el viaje de fin de semana. Una vez más, sólo estaban ellos tres. Parecía que últimamente ocurría cada vez con más frecuencia.

      ―Dos serán más que suficientes ―contestó su padre con algo de rigidez―. En realidad es por las niñas.

      La mujer de detrás del mostrador le tendió una bandera a cada una de las pequeñas; su amabilidad se había visto sustituida por cierta incomodidad avergonzada al comprender que había cruzado sin querer una línea invisible.

      Emily miró cómo su padre pagaba a la mujer y le daba las gracias, notando que ahora su sonrisa era forzada y su postura más fría. Deseó no haber mencionado a mamá. Miró la bandera que llevaba entre los dedos enguantados y de repente no le apeteció tanto celebrar nada.

      Emily jadeó, volviendo a la calle principal de Sunset Harbor con Daniel. Sacudió la cabeza, sacudiéndose de encima el remolino de aquellos recuerdos. No era la primera vez que experimentaba el regreso repentino de un recuerdo perdido, pero cada vez que ocurría volvía a dejarla profundamente afectada.

      ―¿Estás bien? ―dijo Daniel, tocándole ligeramente el brazo con expresión preocupada.

      ―Sí ―contestó ella, pero su voz sonó aturdida. Intentó sonreír, pero sólo consiguió elevar débilmente las comisuras de los labios. No le había hablado a Daniel del modo en que sus recuerdos de infancia estaban volviendo poco a poco. No quería ahuyentarlo.

      Decidida a no dejar que sus recuerdos intrusivos echaran a perder su día, Emily se lanzó de cabeza a las celebraciones. Habían pasado muchos años desde la última vez que había asistido, pero aun así seguía sintiéndose asombrada ante todo aquel espectáculo. La maravillaba el modo en que el pequeño pueblo lo daba todo en las celebraciones. Una de las cosas que estaba empezando a adorar de Sunset Harbor eran sus tradiciones, y tenía el presentimiento de que el Día de los Caídos se iba a convertir en otra festividad a la que adorar.

      ―¡Hola, Emily! ―la llamó Raj Patel desde el otro lado de la calle. Iba caminando con su esposa, la doctora Sunita Patel. Emily los consideraba a ambos amigos.

      Los saludó con la mano y se giró hacia Daniel.

      ―Oh, mira. Ahí están Birk y Bertha. ¿Y es ésa la pequeña Katy, en el cochecito que llevan Jason y Vanessa? ―Señaló al dueño de la gasolinera y a su mujer minusválida. Junto a ellos estaba su hijo, el bombero que había salvado la cocina de Emily de acabar reducida a cenizas. Su esposa y él habían tenido a su primera hija, una pequeña llamada Katy, y se habían quedado a uno de los cachorritos de Emily como regalo para el bebé―. Deberíamos acercarnos a saludar ―continuó, deseosa de hablar con sus amigos.

      ―En un segundo ―dijo Daniel, dándole un empujoncito con el hombro―. Se acerca el desfile.

      Emily miró calle abajo y vio a la banda del instituto local formando, listos para empezar la procesión. El tambor empezó a marcar el ritmo y se vio seguido rápidamente por los instrumentos de viento tocando «La Marcha de los Santos». Observó encantada mientras la banda pasaba frente a ellos, seguida de las animadoras vestidas con conjuntos a juego en rojo, blanco y azul, que recorrieron toda la calle dando volteretas hacia atrás y levantando las piernas.

      Después desfiló un grupo de preescolares con las caras de mejillas redondeadas y angelicales pintadas. Emily sintió un pinchazo al verlos. Para ella tener niños nunca había sido una gran prioridad y no había tenido prisa alguna en convertirse en madre considerando la relación abismal que mantenía con la suya propia, pero ahora, al ver a aquellos niños en el desfile, comprendió que algo había cambiado en su interior. Ahora había un nuevo deseo, un pequeño anhelo que tiraba de ella. Miró a Daniel y se preguntó si él también lo sentía, si la imagen de aquellos niños adorables le hacía sentir lo mismo. Pero, como siempre, la expresión de Daniel era indescifrable.

      El desfile continuó. Después les tocó a un grupo de mujeres de aspecto duro del equipo de roller derby local y pasaron saltando y corriendo sobre sus patines, seguidas de un par de zancudos y de una gran carroza echa con papel maché de la estatua de Abraham Lincoln.

      ―Emily, Daniel ―dijo una voz a sus espaldas. Era el alcalde Hansen junto a su ayudante Marcella, que parecía bastante agobiada―. ¿Estás disfrutando de la fiesta? ―preguntó el alcalde―. Si no recuerdo mal no es tu primer año, pero quizás sí sea el primero que recuerdas.

      Soltó una risita inocente, pero Emily se agitó incómoda. Intentó adoptar una postura tranquila y feliz.

      ―Tienes razón. Por desgracia СКАЧАТЬ