Название: La verdad en los tiempos de la posverdad
Автор: Rafael Gómez Pérez
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Pensamiento Actual
isbn: 9788432152238
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Poco tiempo dura la alegría de Saint-Amour. Inocencio IV muere 15 días después de firmar la bula, el 7 de diciembre de 1254. El 21 del mismo mes hay un nuevo papa, Alejandro IV, que al día siguiente de su elección publica la Nec insolitum, anulando la Etsi animarum. El 14 de abril de 1255 Alejandro IV publica otra Bula, Quasi lignum vitae, que asegura los derechos de los mendicantes. La batalla está ya perdida para los partidarios del Saint-Amour. Guillermo escribe el Tractatus brevis de periculis novissimorum temporum, que es un libelo difamatorio contra los mendicantes; pero, incluso si no hubiese aparecido el ponderado opúsculo tomista Contra impugnantes Dei cultum et religionem[3], contestándole, la suerte de los seculares estaba ya echada. Guillermo fue privado de todos sus beneficios por el papa.
¿Qué hace Tomás mientras sucede todo esto? Trabaja, explica. No era un luchador; no tuvo nunca la habilidad política de Saint-Amour; a sus críticas respondió con el Contra impugnantes, que es, ciertamente, fuerte y enérgico, pero poco polémico, algo impersonal. En 1254 Tomás acaba sus lecciones como bachiller bíblico, y empieza el bienio (1254-1256) en el que debía explicar los cuatro libros de las Sentencias de Pedro Lombardo. Tomás no se limita a explicar, sino que va dejando por escrito —ampliadas y documentadas— el conjunto de sus explicaciones. Se conservan autógrafos de este Comentario[4]. Es un trabajo rápido —la letra muy ágil— lleno de supresiones y de adiciones. A veces repite lo mismo hasta cuatro veces, siendo cada versión más clara que la anterior. Los comentarios de Tomás al Libro de las Sentencias son un trabajo profundísimo sobre un libro clásico, fraguado mientras a su alrededor arreciaban calumnias y una persecución injusta. El comentario al libro III se guarda en la Biblioteca Vaticana.
[1] Otros, como Boyer (cfr. edit. crit. Romae 1950) ponen la composición del opúsculo De ente et essentia en 1256 ya en París. Parece más convincente la opinión de los que lo sitúan en Colonia. De todos modos, en este tipo de cuestiones señalaré solamente una opinión, la más común. Además la mayoría de los datos no se documentarán, sino solo aquellos que por lo insólito o poco oídos podrían aparecer infundados.
[2] Cfr. DENIFFLE, H. Chartularium Universitatis Parisiensis, Ex typis Fratrum Delalain, París, 1989, I, pp. 243-244.
[3] Cfr. GLORIEUX, P. La Contra impugnantes de S. Thomas, ses sources, son plan, Mélanges-Mandonet, I, París. 1930, pp. 51-81.
[4] DENIFFLE, Obra citada., pp.319 y 324.
6.
INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DE LA VERDAD EN EL COMENTARIO AL LIBRO I DE LAS SENTENCIAS
LA DISTINCIÓN 19 DEL COMENTARIO al primer libro de las Sentencias plantea esta cuestión: si las tres divinas personas son iguales.
Ha escrito Gilson que la metafísica de santo Tomás es la metafísica de un teólogo; esta afirmación —tan cierta— se patentiza una vez más en el modo con que se afronta la cuestión de la verdad en esta distinción del Comentario al libro I de las Sentencias.
Después de decir que introduce el tema de la verdad para probar la igualdad de las tres divinas personas según la magnitud, añade que antes es preciso saber: qué es la verdad (q.5, art. 1), si todas las cosas son verdad por una sola verdad increada y primera (id. art. 2) y, además, cuáles son las condiciones de la verdad, es decir, la inmutabilidad y la eternidad[1].
Situados por fin en el art. 3, Tomás se pregunta si hay muchas verdades eternas. Y con esto se refiere ya concretamente a la verdad en la inteligencia humana. Preguntarse si hay muchas verdades eternas es inquirir si son eternas todas o algunas de las verdades que habitan en el intelecto humano.
Antes de analizar la solución que ofrece Tomás, conviene exponer las objeciones, porque darán más peso y profundidad al planteamiento del problema. No hay que olvidar, además, que aquí interesa, más que la eternidad de la verdad, todo lo que trate de su inmutabilidad, y son precisamente las objeciones las que introducen la cuestión de la inmutabilidad.
La objeción 4 suena así:
«Lo que no puede entenderse no ser es eterno: porque lo que puede no ser, puede entenderse no ser. Pero la verdad no puede entenderse no ser, porque todo lo que se entiende lo es por el juicio de verdad. Por tanto, parece que la verdad que está en el intelecto (humano) es eterna e inmutable».
Quae est in intellectus: se habla, pues, de verdad lógica, de la verdad de nuestro entendimiento. Interesante señalar esto, porque es como el talón de Aquiles de la objeción. Más adelante se verá cómo la resuelve santo Tomás.
La última objeción es esta:
«El todo es mayor que su parte es una verdad que de ningún modo se ve como mudable, y de modo semejante muchas otras. Luego parece que hay muchas verdades eternas e inmutables».
Pertenece esta al número de las objeciones acostumbradas. Tomás la traerá, con otra verdad como ejemplo, a la Suma (Iª Pars, a. 16, a. 7). Y la respuesta será siempre lo mismo de lacónica: es cierto, se trata de una verdad eterna e inmutable, pero no en nuestro entendimiento, sino en el divino.
Se puede pasar ya a la respuesta que resuelve a la vez la cuestión de la eternidad y de la inmutabilidad:
«Respondo diciendo que hay una sola verdad eterna, la divina. Porque la verdad se da en la acción del intelecto y tiene como fundamento el mismo ser de la cosa; el juicio de verdad es un juicio del ser de la cosa en su relación al intelecto. Pero solo un ser es eterno y por eso solo hay una verdad eterna»[2].
La verdad se funda en el ser, aunque se perfeccione en un entendimiento. Pero solo el ser de Dios es eterno; el ser de las cosas es participado, tiene una realización histórica, temporal. Por tanto, la verdad de las cosas es eterna en el entendimiento divino, en cuanto imita la ejemplaridad divina. Pero como el entendimiento humano es finito, contingente, la verdad está en él de un modo también finito, contingente, de un modo, por decirlo de una vez, mudable, histórico.
La respuesta a la cuestión sigue, y trata ya explícitamente de la inmutabilidad y mutabilidad: similiter, de modo semejante a la mutabilidad de la verdad se puede decir de la mutabilidad de los seres. Se ha afirmado ya que en sí mismo inmutable no hay más que el ser divino; por tanto, de por sí inmutable no hay sino una verdad, la divina.
Similiter anuncia que la prueba viene por el mismo carril que la anterior: la verdad —podría decirse— se funda en el ser; pero solo el ser divino es eterno e inmutable, luego solo la verdad divina es eterna e inmutable también. Santo Tomás describe a continuación con rasgos fuertes, bien trazados, la mutabilidad y contingencia del ser de todo lo que no es Dios, de toda verdad que no sea la divina. «El ser de las otras cosas se dice mudable con mutación de variabilidad, como en las contingentes; y la verdad sobre ellas es también mudable y contingente».
No se trata aquí expresamente de la verdad lógica; se habla directamente de la verdad del ser de las cosas o, lo que es lo mismo, de su capacidad de causar verdad. Pero la mutabilidad y la contingencia de la verdad lógica está siempre presente, porque la verdad, aunque fundamentum habet ipsum esse rei, completur in actione intellectus, tiene su fundamento en el mismo ser de la cosa, se completa en el intelecto.
Tomás ha seguido para demostrar la inexistencia y la imposibilidad de muchas СКАЧАТЬ