Como desees. Cary Elwes
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      Aunque resultaba irónico (dado que nuestros personajes eran los protagonistas), Robin y yo éramos los novatos del grupo. Incluso André era un actor mucho más experimentado que nosotros. Aparte de aparecer en El hombre de los seis millones de dólares, había participado en numerosos programas de televisión, incluido Billy Joe y su mono, The Fall Guy y El Gran Héroe Americano, y había hecho una aparición anónima como favor a su amigo Arnold Schwarzenegger en Conan, el Destructor. También podía decirse que era un artista en todos los sentidos de la palabra. Después de todo, era un tipo que se ponía un maillot casi cada noche de su vida y montaba un espectáculo para miles de fans.

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       ROB REINER

      Sentía que Mandy estaba muy nervioso por hacer la película, y tuve que hablar con él un par de veces para evitar que se derrumbara. Pero nunca tuve que hacerlo con Cary. Sabía mantener el tipo, o lo que sea que hagan los británicos. Seguía adelante.

      ~

      Hasta ese momento, yo solo había hecho películas británicas, y las mesas italianas no eran algo muy común en Inglaterra por aquel entonces. Una mesa italiana tiene básicamente dos propósitos. El primero es que todo el mundo se haga una idea del ritmo del guion (hay una diferencia entre leer las palabras para ti mismo en silencio y oírlas recitadas en voz alta por todos los actores interpretando sus papeles), y el segundo, permitir que todos se conozcan en un ambiente relajado y divertido. Básicamente, es como una reunión para jugar, al final de la cual, si sale bien, puedes empezar a formarte una idea de la película en tu cabeza.

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       CHRIS SARANDON

      Cary y Robin eran simplemente perfectos. Eran los candidatos perfectos para esos dos personajes. De Cary recuerdo que pensé que es un protagonista, pero puede hacer mucho más. Sabe imitar dialectos y cuenta grandes historias. Es un tipo con mucho talento. Y creo que todos estábamos un poquito enamorados de Robin porque era encantadora. Tiene algo misterioso. Así que no pensé ni una vez: «Madre mía, estos dos novatos nos van a traer problemas». Sencillamente sentí que todos conectábamos. Además, es mucho más fácil cuando estamos todos juntos y nos hacemos amigos en el plató, porque entonces confiamos los unos en los otros. Llegamos a conocernos muy bien. Sabes en qué puedes salirte con la tuya y qué es pertinente. Aprendes a llevarte bien.

      ~

      Tras un largo rato, Rob le hizo señas a nuestro mánager de producción, David Barron, para que comenzáramos.

      —Sentaos todos, por favor —anunció David.

      Tomamos asiento alrededor de la mesa en nuestros sitios asignados; había un pequeño cartel con nuestros nombres enfrente de cada uno. Rob presidía la mesa, a su izquierda estaba Andy y, a su derecha, Bill Goldman.

      —Vamos a empezar con las presentaciones —anunció Rob—. Soy Rob Reiner, el director. Gracias a todos por estar aquí. Solo quiero decir lo emocionado y entusiasmado que estoy por rodar esta película. Sé que nos lo vamos a pasar muy bien. —Hizo una pausa, luego señaló a su izquierda y añadió—: Y este es Andy Scheinman, nuestro productor, que también dirigirá la segunda unidad. Y como Billy y Carol no están aquí todavía, yo leeré las líneas del Milagroso Max y Andy leerá las de Valerie.

      Andy levantó la mano y dijo:

      —Hola, soy Valerie. —Hubo una carcajada como respuesta.

      Como descubriría más tarde, es habitual en las mesas italianas que cada persona se presente seguido del personaje que interpretan. Yo estaba sentado junto a Robin, el cuarto o quinto en la lista de presentaciones. Recuerdo notar que me sudaban las manos solo de pensarlo. Las cerré sobre el regazo para que nadie se diera cuenta. Cuando llegó el momento y el corazón me latía más rápido que nunca, solté:

      —Hola, soy Cary Elwes, e interpreto el papel de Westley.

      No tenía ni idea de si esta lectura era una prueba. ¿Y si oían mi interpretación del personaje y decidían reemplazarme?

      «¡Calma, Cary! ¡Intenta mantener la calma!», me decía a mí mismo.

      Lo único que consiguió que me bajaran las pulsaciones fue mirar a Bill. Si había una persona en la mesa que parecía más nervioso que yo, era él. Como pronto sabría, a pesar de su colosal talento, Goldman era conocido por ser un escritor ansioso. Mientras lo miraba, parecía estar encogiéndose en sí mismo, tratando de hacerse más pequeño. Cuando llegó su turno de presentarse, nos ofreció un poco de contexto sobre por qué había escrito la novela, y como la novela se había convertido en un guion. Había sido una auténtica obra de amor y un libro de cuentos que regalar a sus hijas. Durante años se había preguntado si alguna vez sería adaptado a la gran pantalla; incluso si podría ser una película.

      Entonces, habló aún más bajo.

      —Por favor, entended que este es un proyecto muy personal —dijo Bill mientras su voz se convertía casi en un susurro—. Normalmente no me importan mucho mis obras. Pero esta es diferente. Es mi favorita de todo lo que he escrito en mi vida. Así que si se me ve un poco nervioso, este es el motivo.

      Dio las gracias a Rob y a todos nosotros por estar allí y nos aseguró que el proyecto estaba en buenas manos.

      Creo que, de alguna manera honda y profunda, la perspectiva de que La princesa prometida cobrara vida debió de aterrorizarlo. Después de todo, este era el logro más preciado de toda su vida artística. Y no creo que mucha gente en la sala supiera que se trataba de un proyecto tan personal para él hasta que lo mencionó. En retrospectiva, tenía sentido que hubiera establecido un vínculo tan personal con Rob. No quería que cualquiera hiciese la película. Quería que se hiciera bien de verdad.

      Apenas imagino cómo debió de ser para él: sentado allí en silencio y escuchando a otras personas leer las líneas que tan meticulosamente había escrito. Ver a los actores dar vida a sus palabras y a sus personajes, y esperar y rogar a Dios que funcionara. No era solo que quisiera que la película tuviese éxito; creo que, en realidad, tenía miedo de que fracasara. Estoy seguro de que estaba pensando: «¿Y si nadie se ríe de las bromas? O aún peor, ¿y si se ríen cuando no se tienen que reír? Hay tantísimas cosas que podrían salir mal». Entonces, después de que el último actor se presentara, Rob leyó el guion.

      —La princesa prometida, de William Goldman… Fundido en negro: un videojuego en una pantalla de ordenador…

      Miré a Goldman. Desde ese momento, permaneció sentado en silencio, asimilándolo todo. No había duda de que estaba diseccionando cada palabra pronunciada mientras pasaba las páginas en silencio. Cada cierto tiempo, tomaba el lápiz y anotaba algo en el margen. Me fijé en que lo hizo un par de veces mientras yo leía. Tal vez, solo estaba haciendo algún apunte sobre el diálogo. Desde luego esperaba que esa fuera la razón. Rob también lo hacía, pero, más que nada, se reía mucho.

      Debería tomarme un momento antes de continuar para explicar a aquellos que no han visto la película o leído el libro de qué trata el extraordinario cuento de La princesa prometida. Para aquellos que conocéis un poco la historia, o incluso os la sabéis de memoria, podéis saltároslo si lo deseáis. Pero para aquellos que no, por la presente, ofrezco un poco de contexto. Si no queréis que os la destripe, entonces tal vez deberíais ver la película primero antes de continuar o saltaros esta sección.

      Así que, después de disculparme sinceramente СКАЧАТЬ