Название: Misericordia
Автор: Benito Pérez Galdós
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4064066060480
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Pues señor, atando ahora el cabo de esta narración, sigo diciendo que aquel día comió la señora con buen apetito, y mientras tomaba los alimentos adquiridos con el duro del ciego Almudena, digería fácilmente los piadosos engaños que su criada y compañera le iba metiendo en el cuerpo. Había llegado a tener Doña Paca tal confianza en la disposición de Benina, que apenas se inquietaba ya por las dificultades del mañana, segura de que la otra las había de vencer con su diligencia y conocimiento del mundo, valiéndole de mucho la protección del bendito D. Romualdo. Ama y criada comieron juntas, y de sobremesa Doña Paca le decía: «No debes escatimar el tiempo a esos señores; y aunque tu obligación es servirles no más que hasta las doce, si algún día quieren que te estés allí por la tarde, estate, mujer, que ya me entenderé yo aquí como pueda.
—Eso no—respondió Benina—, que tiempo hay para todo, y yo no puedo faltar de aquí. Ellos son gente buena, y se hacen cargo...
—Bien se les conoce. Yo le pido al Señor que les premie el buen trato que te dan, y mi mayor alegría hoy sería saber que a D. Romualdo me le hacían obispo.
—Pues ya suena el run run de que van a proponerle; sí, señora, obispo de no sé qué punto, allá en las islas de Filipinas.
—¿Tan lejos? No, eso no. Por acá tienen que dejarle para que haga mucho bien.
—Lo mismo piensa la Patros, ¿sabe? la mayor de las sobrinas.
—¿Esa que me has dicho tiene el pelo entrecano y bizca un poco?
—No; esa es la otra.
—Ya, ya... Patros es la que tartamudea, y padece de temblores.
—Esa. Pues dice que a dónde van ellas por esos mares de tan lejos... No, no; más vale simple cura por aquí, que arzobispo allá, donde, según dicen, son las doce del día cuando aquí tenemos las doce de la noche.
—En los antípodas.
—Pero la hermana, Doña Josefa, dice que venga la mitra, y sea donde Dios quisiere, que ella no teme ir al fin del mundo, con tal de ver al reverendísimo en el puesto que le corresponde.
—Puede que tenga razón. ¿Y qué hemos de hacer nosotras más que conformarnos con la voluntad del Señor, si nos llevan tan lejos al que, amparándote a ti, a mí también me ampara? Ya sabe Dios lo que hace, y hasta podría suceder que lo que creemos un mal fuera un bien, y que el buen D. Romualdo, al marcharse, nos dejara bien recomendadas a un obispo de acá, o al propio Nuncio...
—Yo creo que sí. En fin, allá veremos».
No pasó de aquí la conversación referente al imaginario sacerdote, a quien Doña Paca conocía ya como si le hubiera visto y tratado, forjándose en su mente un tipo real con los elementos descriptivos y pintorescos que Benina un día y otro le daba. Pero lo demás que picotearon se queda en el tintero para dar lugar a cosas de mayor importancia.
«Cuéntame, mujer. Y Obdulia ¿qué dice?
—Pues nada. ¿Qué ha de decir la pobre? El pillo de Luquitas no parece por allí hace dos días. Asegura la niña que tiene dinero, que cobró de un embalsamado, y se lo gasta con unas pendangas de la calle del Bonetillo.
—¡Jesús me valga! Y su padre, ¿qué hace?
—Reprenderle, castigarle, si le coge a mano. Lo que es a ese no le enderezan ya. A la niña le mandan comida de casa de los padres; pero tan tasada, que no le llega al colmillo. Se moriría de hambre si no le llevara yo lo que le llevo. ¡Pobre ángel! Pues verá usted: estos días me la he encontrado contenta. Ya sabe usted que la niña es así. Cuando hay más motivos para que esté alegre, se pone a llorar; cuando debiera estar triste, se pone como unas castañuelas. Sólo Dios entiende aquella zampoña y la manera de templarla. Pues la he visto contenta, sí señora, y es porque da en figurarse cosas buenas. Más vale así. Es de las que se creen todo lo que fabrican ellas mismas en su cabeza. De este modo, son felices cuando debieran ser desgraciadas.
—Pues si le da por lo contrario, ayúdame tú a sentir... ¿Y estaba sola, enteramente sola con la chica?
—No, señora: allí estaba ese caballero tan fino que la acompaña algunas mañanas; ese que es de la familia de los Delgados, paisanos de usted.
—Ya... Frasquito Ponte. Figúrate si lo conoceré. Es de mi tierra, o de Algeciras, que viene a ser lo mismo. Ha sido elegantón y se empeña en serlo todavía... porque te advierto que es más viejo que un palmar... Buena persona, caballero de principios, y que sabe tratar con damas, de estos que no se estilan ya, pues ahora todo es grosería y mala educación. Viene a ser Ponte cuñado de unas primas de mi esposo, porque su hermana casó con... en fin, ya no me acuerdo del parentesco. Me alegro de que trate a mi hija, pues a esta le convienen relaciones de sujetos dignos, decentes y de buena posición.
—Pues la posición del tal D. Frasquito me parece a mí que es como la del que está montado al aire, lo mismo que los brillantes.
—En mis tiempos era un solterón que se daba buena vida. Tenía un buen empleo, comía en casas grandes, y se pasaba las noches en el Casino.
—Pues debe de estar ahora más pobre que una rata, porque las noches se las pasa...
—¿Dónde?
—En los palacios encantados de la señá Bernarda, calle de Mediodía Grande... la casa de dormir, ¿sabe?
—¿Qué me cuentas?
—Ese Ponte duerme allí cuando tiene los tres reales que cuesta la cama, en el dormitorio de primera.
—Tú estás trastornada, Benina.
—Le he visto, señora. La Bernarda es amiga mía. Fue la que nos prestó los ocho duros aquellos, ¿sabe? cuando la señora tuvo que sacar cédula con recargo, y pagar un poder para mandarlo a Ronda.
—Ya... la que venía todos los días a reclamar la deuda y nos freía la sangre.
—La misma. Pues con todo, es buena mujer. No nos hubiera reclamado por justicia, aunque nos amenazaba. Otras son peores. Sepa usted que está rica, y con las seis casas de dormir que tiene, no le baja de cuarenta mil duros lo que ha ganado, sí señora, y todo ello lo ha puesto en el Banco, y vive del interés.
—¡Qué cosas se ven! Bueno está el mundo... Pues volviendo al caballero Ponte, que así le llamaban en Andalucía, si es tan pobre como dices, dará lástima verle... Y más vale así, porque la reputación de la niña podría sufrir algo, si en vez de ser el tal una ruina, un pobre mendigo de levita, fuera un galán de posibles, aunque viejo.
—Yo creo—dijo Benina riendo, pues su condición jovial se mostraba en cuantito que los afanes de la vida le daban un respiro—, que va allá... para que le embalsamen... Buena falta le hace. Y que se den prisa, antes que esté corruto».
Doña СКАЧАТЬ