Название: Pequeño circo
Автор: Nando Cruz
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
isbn: 9788418282126
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Mi problema con los Pleasure Fuckers era un problema de ego; suyo. No podían asumir que no fuesen el grupo más grande de la escena. Yo les decía que eso no estaba en mi mano, que era cosa suya y que tenían que ser conscientes de sus limitaciones. Pero si sales de noche, te tomas tres tercios y te metes cuatro rayas, el mundo es de color. Empezaron a ponerme verde en entrevistas y a llamar a todos los grupos diciéndoles que dejasen el sello porque ya no era guay. Uno fue Doctor Explosion. Otro, Los Clavos. Juan Carlos Parlange me pidió la carta de libertad y le dije que no había problema. Le pregunté por qué y me contó que le acababa de llamar Kike. A partir de ahí todo empeoró muchísimo. Luchar contra Kike era imposible.
Todo eso me afectó hasta el punto de que no volví a trabajar con ningún grupo de Malasaña. Me hubiese gustado colaborar con los Vancouvers, pero eso suponía meterles en un fuego cruzado con Turmix que no molaba.
JUAN SANTANER: Lo nuestro fue muy rápido. La primera maqueta de Vancouvers es del 88, la segunda es del 89 y el primer disco es del 90. Movimos la maqueta por varios sellos, pero surgió tan rápido lo de Polar y nos pareció tan bien que lo cogimos. Polar era un sello de Max Music22. Creyeron que la música alternativa iba a ser el siguiente filón. Nos ficharon con unos contratos brutales y unas condiciones maravillosas. Fuimos a tocar a la sala KGB de Barcelona y vino a la prueba de sonido Ladis Montes, que era el asesor y consejero de Polar. Era malasañero y lo conocíamos de toda la vida porque era el dependiente de la tienda Record Runner. Ladis nos dijo que por la noche nos reuniríamos con los jefes del sello.
Nos llevaron a un restaurante de moda de Barcelona y nos metieron en un apartado. Teníamos veinte años y allí estábamos, cenando en un privado, un grupo sin disco. Entró el jefe, Miguel Degá, con una americana de cien mil pesetas de la época, un peluco de oro y un copa de coñac de medio metro de diámetro. Mientras la iba moviendo, dijo, «¿estos son los chavales?». Se sentó y nos dijo que nos iba a fichar, pero que teníamos que tocar mucho. Dijimos, «pues vale». Sacó un contrato y lo firmamos ahí mismo. Sabíamos que Cancer Moon ya habían firmado. Como a lo largo de la historia tantos sellos han creado una subdivisión indie, pensábamos que podía funcionar. Polar tenía medios y era mejor que la cutrez de los sellos de Madrid.
Sex Museum en directo en la sala Ya’sta de Madrid en 1989. (Cedida por Fernando Pardo.)
Vancouvers en directo en la sala Revolver de Madrid en 1992. (Cedida por Marta Romero.)
JUAN HERMIDA: Polar surgió de forma meteórica y hasta consiguió la distribución de mi sello. Un día Josep [Fontdevila], de Hardcore Records, me dijo, «quiero quedarme en exclusiva la distribución de Romilar en Catalunya». Le dije que yo no trabajaba con nadie en exclusiva y me respondió que eso era una cuestión de dinero. Me dijo, «me voy a quedar trescientos discos de cada referencia y de Sex Museum, quinientos». Cogí la calculadora y… estábamos hablando de dos millones de pesetas. Sacó una chequera y me hizo un talón. Cuando lo llevé al banco la mañana siguiente, no se lo creían.
JUAN SANTANER: Nos preguntaron qué productor queríamos para el disco y les dijimos que Alex Chilton. Le pagaron los billetes de avión y lo trajeron a Barcelona quince días. No se pasó quince días durmiendo, pero a ratos, sí. Todo le parecía bien. Contaba historias y anécdotas, pero tampoco hizo nada especial. Proponía ideas, pero no se metía con el sonido. El técnico del estudio había sido técnico de Dire Straits y tampoco le pilló el punto.
A los pocos meses vimos que esto de Polar no había sido una buena idea.
JUAN HERMIDA: Tenían los discos quietos en el almacén. Y sus vendedores, los mismos de Max Music, iban a las cadenas supervendedoras y, claro, lo de Romilar no les encajaba.
Hablé con Josep días antes de que desapareciese. Me llamó muy preocupado diciendo que igual me pedirían en Polar que les confirmase lo de la distribución en exclusiva. Me llamó el financiero preguntando por la operación con Romilar. Se dio cuenta de que era cierta y que a ese tío —por las drogas o lo que fuera— se le había ido la olla. Entre los discos que me compraron y la fabricación y producción de los de Vancouvers y Cancer Moon se habían gastado diez millones de pesetas. Para ellos era calderilla. Lo destruyeron todo y fuera.
JUAN SANTANER: Al cabo de un año, cerraron en plan mítico. El sello desapareció. No había teléfono, dirección ni discos. Se fabricarían mil copias de nuestro disco y no se reeditó. Hoy no sabría dónde buscar el máster.
Ladis montó el sello Mondo Estereo en Barcelona. Y pasó lo mismo: también desapareció. Nuestra historia discográfica es tremenda. Luego montamos Mojave con Ladis. Marta y yo éramos accionistas. Teníamos un empleado que nos dijo que Ladis llevaba quince días sin pasar por la oficina y que el casero había venido para decir que hacía meses que no pagábamos el alquiler. Ladis desapareció durante años y se llevó el dinero. Allí solo había deudas.
Las drogas hicieron mucho daño en Malasaña. El consumo nasal fue otra característica de esa época. ¡La cantidad de gente que trabajaba en bares o tocaba en grupos y que ahora aparenta sesenta años y tiene el pelo blanco! Algunos tienen historias duras. Como en cualquier escena rock, son muchos los que cayeron. No solo músicos, sino también dueños de bares.
FERNANDO PARDO: Yo pinché en el Agapo, en La Vía Láctea y en casi todos los bares. Después estuve trabajando de mensajero hasta que las giras empezaron a ser tan largas que, cuando volvía, ya me habían echado. Encontré que lo único que podías combinar con tocar en un grupo y que diera dinero en las épocas chungas era trabajar en un bar. Muchos músicos pinchaban, trabajaban de porteros o ponían copas. ¡Benditos bares!
JUAN HERMIDA: Dejé de ir a La Vaca Austera porque todos los clientes eran músicos. Yo iba a relajarme con mi novia y ellos miraban con quién hablaba o dejaba de hablar. «Tío, ayer coincidí contigo y no me saludaste», me decían. Y yo, «pues haber venido tú». «Ya, pero es que estabas hablando con ese otro que nos ha robado un bolo.» Había un componente de ego muy fuerte motivado por el alcohol y las drogas. Y el corral era muy pequeño.
El ambiente fuera de Madrid era muy diferente. Todo el mundo te abría los brazos y te hacía sentir como en casa. Esto siempre me pasó en Euskadi: allí el espíritu de bares, tiendas, medios y grupos era de colaboración.
Malasaña duró muy poco: apenas tres años. El alcohol y las drogas lo degradaron.
FERNANDO PARDO: Los años dorados de Malasaña fueron del 88 al 91.
EL CORTE EN TECNODISCO Y LAS PORTADAS EN ALG
CARLOS GALÁN: El piso de Hortaleza 70 donde nos instalamos estaba en un edificio infecto. Suena a tópico neoyorquino, pero es real: llegaba por las mañanas y había gente durmiendo por las escaleras, mendigos… Compartía oficina con una editorial de música, Fuga. A la entrada había un pequeño espacio que me realquilaron y donde puse unas estanterías, una mesa hecha con un tablón y un teléfono. Ahí tuve mi primer fax.
En esa oficina viví la misma sensación que había vivido en Munster. Era un cuchitril y tenía delante a Mikel Sagües, de Purr23, mirándome y diciendo, «jo, qué suerte dedicarte a esto». Y yo pensaba, «¿pero no ves dónde estoy metido?».
Al principio estaba yo solo. Gema aún estudiaba y no se podía dedicar al sello. СКАЧАТЬ