Pequeño circo. Nando Cruz
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СКАЧАТЬ Heaven»: una patada al diccionario.

      Artemio Pérez, Josele Santiago y Fino Oyonarte, de Los Enemigos, en 1987. (Cedida por Fino Oyonarte.)

      Kike Turmix, de The Pleasure Fuckers (con camiseta de Motörhead), varios músicos de Blackmoon Fire, Pop Crash Colapso y Los Clavos, y Carlos Galán (al fondo con la boca abierta), en los camerinos de la sala Revolver. (Cedida por Carlos Calán.)

      FINO OYONARTE: Éramos grupos muy dispares: Los Enemigos, Sex Museum, Las Ruedas, Los Ronaldos, Los Cardíacos… Éramos gente que queríamos tocar bien y teníamos referencias del rock americano. Me hace gracia lo del «sonido Malasaña»… ¡Malasaña éramos nosotros que estábamos todo el puto día allí metidos! Había desde rockabillys hasta garajeros, pasando por rock castizo. Y luego, gente de la Movida que había sido muy conocida y que en verano hacía el agosto. Glutamato eran de esta gente, aunque ni ellos ni Derribos ni Sindicato Malone tenían cachés tan altos.

      FERNANDO PARDO: Los Enemigos empezaron con una visión de «nos metemos aquí, cogemos fuerza y tumbamos el muro», pero con el tiempo era más «esa es vuestra movida, nosotros estamos aquí para hacer música».

      FINO OYONARTE: En Malasaña, como en cualquier sitio, cada cinco años hay un cambio generacional y la gente joven viene con unas energías y unos gustos diferentes. Yo conecté a través de Glutamato con la última etapa de la Movida, pero no viví su eclosión ni me relacioné tanto con ellos.

      Los Enemigos estábamos cansados de que se diera tanta bola a la Movida, pero íbamos a lo nuestro. Quedábamos para pasarlo bien, tomar unas cervezas, intentar que se nos escuchara, poder grabar discos y tirar p’alante.

      JAVIER CORCOBADO: Tanto Sex Museum como Los Enemigos eran grupos amigos. Compartíamos la noche y la ebriedad y los escenarios, aunque musicalmente estábamos lejos.

      FINO OYONARTE: Yo no vi a Sonic Youth, pero a quien sí vi y cambió mi vida fue a Yo La Tengo. También fue en el Rock Club y en el 88. Kike Turmix nos vio un día por Malasaña a Josele y a mí y nos dijo, «tengo unas entradas para un grupo de puta madre que tenéis que ver». Nos invitó y fuimos los tres. Me quedé impresionado. Josele quizá no tanto. Me desbordó la intensidad del ruido y luego los temas tan angelicales. A Kike también le gustó; era muy garajero, pero también tenía muy buen gusto.

      FERNANDO PARDO: La escena malasañera tenía un posicionamiento político. Tanto Kike como nosotros y mucha otra gente éramos extremistas de izquierda. Queríamos cambiar ciertas cosas. Daba la sensación de que los mayores iban a hacer la revolución a corto plazo para forrarse. En las segundas elecciones, yo ya era consciente de que el PSOE era un acercamiento a la socialdemocracia de Willy Brandt y que al verdadero PSOE se lo habían quitado de en medio. Tenía muy claro que esa democracia era un tongo. A Kike le hacían una entrevista en la tele y salía con una camiseta de las Brigadas Rojas. Había que marcar las diferencias.

      JAIME GONZALO: Turmix era un epatador. Que llevase una camiseta de las Brigadas Rojas tenía el mismo significado que llevar una de Charlie Rivel. Muy lícito, pero se reía de todo. Había sido uno de los máximos apóstoles de ese rock militante, religioso y obtuso. Y mucha gente se lo creyó.

      Entonces, o eras auténtico o no lo eras. Y «auténtico» era otro adjetivo que yo odiaba. Eso era un cambio de moda, y lo que yo pretendía era un cambio de mentalidad. Eso no se consiguió y nos quedamos con una visión de fan. Casi toda la gente que escribía en esos tiempos era fan pura, dura y sectaria. Y eso se fue recrudeciendo. Malasaña, en los primeros 80, ya era lo que luego conoceríamos, pero aún no existía ese «o eres del [bar] Louie Louie o eres de los otros» y toda esa serie de bobadas que le prestan una identidad muy valiosa a esa escena pero que acabarán asfixiándola.

      Esa influencia del Ruta nunca fue buscada y siempre me ha molestado profundamente. Yo no pretendí crear ese capillismo casi infantil y fetichista. Fue una influencia negativa. Yo perseguía generar una conciencia, que la gente se preguntara de dónde provenía esa música socialmente y qué papel jugó con el avance del capitalismo y del imperialismo cultural estadounidense. Era una lectura un poco más profunda. Yo quería contribuir a ampliar la visión de la gente: creía que el rock nos podía llevar a otros sitios. Y no nos ha llevado a ninguna parte. Fue un callejón sin salida absolutamente megalómano. Fue gente construyéndose identidades ficticias a partir de residuos culturales. En ese sentido, reniego de esa influencia que ejerció Ruta. Yo no la quería.

      SUBTERFUGE, EL FANZINE DEL BARRIO

      CARLOS GALÁN: Nací en Madrid en 1968. Mi padre era abogado y mi madre, ama de casa. Mi hermana mayor fue la que trajo la música a casa y mi primera influencia. Fue a estudiar un verano a Inglaterra y ese mes, con trece años, vio el punk. Me trajo el Never Mind the Bollocks.

      Me fui de Madrid con diez años y estuve fuera de la ciudad de los diez a los dieciocho. Primero en San Sebastián, luego en Murcia y luego en Alicante. Desde el 78 el 81 vivimos en San Sebastián y mi hermana vio a los Ramones en Anoeta. Cuando volvía a casa, me explicaba que había cogido una púa, y a mí, con nueve años, me parecía fascinante.

      Justo debajo de casa, había una tienda que se llamaba Disco-Comic. Vendían cómics y algunos discos. Eran los inicios del cómic underground posfranquista. Allí me compré el número uno del Víbora y me aficioné a ver discos. El chico que estaba allí siempre me ponía discos: de los Clash, de aquel grupo de Valencia que se llamaba Glamour, de Puskarra, de Mikel Laboa… Ya de niño, cogía la portada del disco, la giraba y miraba quién lo editaba. Siempre he sido fan de la música y del que la editaba, pero viví desde fuera de Madrid el nacimiento de las compañías independientes.

      Llegué a Murcia con trece años. Había una librería de cómic que empezó a traer fanzines de todo el Estado. Allí compré mi primer fanzine, De luto riguroso. Hablaba de grupos de Murcia y tenía el formato que luego usé para el Subterfuge.De los dieciséis a los dieciocho años, vivimos en Alicante. Allí empecé mi primer fanzine: Diarrea real. El primer número era muy punk, pero en el tercero ya conocía un poco el mundo del garaje y abrí mi abanico. Lo hacía yo solo en casa. Solo saqué cuatro números.

      Desde Alicante ya hice alguna escapada a Madrid; para ver el ambiente, ir al Rastro, ir a Discos Melocotón a por el single de alguna compañía independiente que no era fácil encontrar en Alicante, comprar una camiseta o una chapa… Leyendo fanzines y escuchando a Jesús Ordovás, empecé a interesarme por aquello.

      Yo quería estudiar en la universidad y las opciones en Alicante no eran muchas. Volver a vivir en Madrid fue un break positivo. No tenía una intención muy clara de estudiar Historia del Arte, pero me matriculé. En la facultad conocí unos chicos que tenían un grupo, Arena 69. Eran surferos en Santander y tocaban en plan los Byrds. Por medio de ellos conocí a Gema de Valle20 y a Vicente Úbeda, «el Rana»21.

      En una de esas escapadas que hice desde Alicante, Madrid me había decepcionado un poco. Se había apagado la Movida. Pero cuando me instalé en el 88, descubrí una Malasaña de siete u ocho bares, donde vendían anfetaminas en la calle, había conciertos, cierta eclosión de grupos… ¡Era algo! Kike Turmix pinchaba en La Vaca Austera, en La Vía Láctea estaba David Krahe y César Strawberry de Def Con Dos era el camarero, Miguel Pardo era camarero en el Freeway, Fernando Pardo era el disc-jockey del Agapo… El cantante de Sex Museum había ido conmigo al colegio. Lo supimos años después. Íbamos a la misma clase e hicimos la comunión el mismo día.

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