Название: Nuestro grupo podría ser tu vida
Автор: Michael Azerrad
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
isbn: 9788418282102
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—A ellos les dio por Dio, Black Sabbath y ese tipo de música. ¡Pero nosotros ya habíamos pasado por ahí! Crecimos imitando esos discos. Ellos, no.
Boon estudió Arte en la universidad y lo dejó porque no quería acabar utilizando su arte con fines comerciales. Watt estudió electrónica y nunca se dedicó a ello para ganarse la vida porque los puestos de trabajo para un ingeniero electrónico se encontraban en el sector de defensa. El punk rock era una bendición por su ética. Quizá incluso un premio.
—A veces tienes que exteriorizar tus sueños, porque las circunstancias te pueden ahogar —explica Watt—. Y en lugar de cabrearte y envidiar lo que tienen los demás, ¿por qué no recurrir a tu vena artística y crear un pequeño lugar de trabajo, un pequeño feudo? Mientras no oprimas a alguien o algo con ello, pienso que, en cierto modo, es sano.
Watt se sentía corrompido por la experiencia de aprender versiones y envidiaba a los punks más jóvenes por su pureza. The Minutemen gastaron mucha energía artística intentando desaprender los arquetipos asfixiantes que les habían impuesto durante los 70; a favor de ellos, cabe decir que celebraron este proceso y los emocionantes descubrimientos que realizaron a lo largo del camino.
Ginn les dio trabajos de poca categoría como radio operadores aficionados de SST; posteriormente, trabajaron para el propio sello. Por ejemplo, el trabajo de Watt era el de enlace con las tiendas de discos, a quienes daba la tabarra para que compraran y vendieran los discos de SST. No quedaba bien que los artistas del sello hiciesen ese trabajo, de modo que Watt adoptó el nombre de Spaceman, y su energía incansable y enorme labia se adecuaron perfectamente al puesto.
Paranoid Time vendió trescientas copias, de modo que Ginn les invitó a hacer otro disco. Ese otoño grabaron Punch Line —dieciocho canciones en quince minutos—. Aparentemente, la música era esquelética, pero con la guitarra discordante de Boon, los acordes del bajo de Watt y la percusión enérgica de Hurley conseguían algo más que la suma de las partes. Aunque la música era excéntricamente funky, como un Captain Beefheart cargado de cafeína tocando canciones de James Brown, sus canciones clamaban contra la injusticia, el materialismo, la ignorancia y la guerra; la letra la podría haber escrito un joven idealista en prácticas en el semanario The Nation. Y eso mientras muchos jóvenes iluminados escuchaban a grupos ingleses oscuros como Echo & The Bunnymen y The Cure.
Punch Line atrajo mucho más la atención de los críticos, especialmente de Craig Lee del L.A. Times. La radio universitaria empezaba a descubrir el grupo y Rodney Bingenheimer lo ponía en su influyente programa Rodney on the ROQ. Pronto tocaron fuera de la ciudad. Solían salir de gira con Black Flag y otros compadres de SST como Hüsker Dü o los Meat Puppets. A menudo, tomaban prestada la furgoneta de Black Flag, a la que habían bautizado como «the Prayer» [la plegaria].
—La puerta ni siquiera se abría del todo —explica Watt—. Tenía un enorme agujero de tiempos inmemoriales, así que el conductor llevaba una bufanda y gafas de sol para protegerse del vendaval que le daba de lleno en la cara. El salpicadero no funcionaba, el embrague estaba completamente quemado, olía mal, era horrible, una pesadilla. Una vez, el conversor catalítico se embozó y el humo empezó a entrar en la furgoneta —éramos nosotros y Saccharine [Trust]; en total, en la furgoneta, éramos diez—, y esos tipos empezaron a agujerear el salpicadero con destornilladores para que entrara un poco de aire.
También empezaron a descubrir otras duras realidades de las giras.
—D. Boon tenía que cagar veinte minutos después de comer… quiero decir, clavados —explica Watt—. Estábamos en la autovía y gritaba: «¡Para en la cuneta!». Y luego hacía ¡pffft! Allí mismo, tanto le daba. D. Boon no tenía la menor vergüenza. Comía mucha Spirulina y mierdas de esas. Y siempre acababa viniéndole la canalera. Me dijo que tenía una teoría para saber si serías artista cuando eras un niño. Consistía en la relación que establecías con tu mierda: o bien eras de los que la acumulaba, o bien de los que la esparcía. Me decía: «Tío, lo he dejado todo hecho una mierda». Y yo le contestaba: «¡Como siempre!».
En 1982 habían conseguido forjar un modesto grupo local de seguidores y algunas noches entre semana eran cabezas de cartel en pequeños clubs de Los Ángeles. El mejor local de hardcore de Los Ángeles era el Whiskey, pero The Minutemen no podían tocar en el Whiskey porque habían vetado a todos los grupos de SST por su reputación de violentos. (Finalmente, el grupo Fear consiguió que contrataran a The Minutemen en el club —«Ya sabes, Fear, un grupo nada violento», dice Watt con sorna—. Justo después, esa misma noche, volvieron rápidamente a San Pedro para lo que ellos creían que sería un concierto triunfal en su ciudad natal, solo para ver cómo el público les echaba del escenario lanzándoles huevos y humo de extintores.)
Por aquel entonces, el grupo era algo formidable en directo, cuando no peculiar.
—Simplemente, era uno de los grupos más raros que jamás hayas podido ver —dice Spot, todavía maravillado—. Eran tres tipos de aspecto bobalicón tocando canciones cortísimas de una forma totalmente rudimentaria. Al principio, no estabas seguro de si las estaban tocando bien. Porque no es que tuvieran unos cuantos versos y estribillos y solos; estaban haciendo cosas completamente alejadas de la estructura convencional. Además, con ese aspecto que tenían… D. Boon subía al escenario y empezaba a temblar. Te peguntabas si acaso no tendría algún tipo de enfermedad nerviosa congénita. El único del grupo que parecía tener algo que ver con el punk rock era D. Boon. La primera vez que le vi, llevaba una cresta. Era un tipo grandote que llevaba un mono de mecánico y parecía una pelota de fútbol americano con cresta. Cuando le veías la primera vez, pensabas: «¡Oh! ¿Qué coño es esto?». Pero tras cuatro o cinco canciones, te decías: «¡Esto es genial! ¡Es buenísimo! ¿Cómo no se me había ocurrido?».
El sentido de altruismo indie del grupo era tan fuerte que donaban canciones a prácticamente cualquiera de la infinidad de fanzines alternativos que habían empezado a surgir a principios de los 80. Finalmente, tuvo que intervenir Joe Carducci de SST, que le dijo a Watt que pensaba que se estaban aprovechando de ellos. Pero como SST no podía ocuparse de toda la prodigiosa producción del grupo, Carducci editó el EP Bean-Spill, un recopilatorio de rarezas, en su sello Thermidor; SST editó una colección parecida, The Politics of Time, al cabo de un par de años.
D. Boon y Mike Watt en acción en el Whisky a Go Go de Hollywood, California, alrededor de 1982. © 1981, Glen E. Friedman, de la imagen reproducida con permiso de Burning Flags Press, originalmente incluida en My Rules.
The Minutemen empezaron a despuntar con What Makes a Man Start Fires?, producido por Spot y grabado en julio de 1982. La interpretación del grupo es fresca y profundamente original, y establecía con firmeza lo que una vez Watt llamó los «recursos» del grupo: «cancioncillas, guitarra preciosista, bajo melódico y mucho tambor». La guitarra hormigueante de Boon abría espacio sónico para el bajo de Watt, y este aprovechaba la oportunidad para dibujar figuras melódicas rápidas o acordes densos con un tañido juguetón pero firme; Hurley sacaba riffs de funk modificados totalmente originales que parecían salir en todas las direcciones de golpe y, aun así, propulsaban la música con una tremenda precipitación.
Los ritmos irregulares del grupo emulaban a sus ídolos Captain Beefheart en un nivel muy profundo. «El rock & roll es una fijación sobre el latido materno: bom-bom-bom», dijo Beefheart en una ocasión. «No quiero hipnotizar, hago una música no hipnótica para romper el estado catatónico.» Si algo se puede decir de la América de los 80 es que estaba en estado catatónico, y la música de The Minutemen —repleta СКАЧАТЬ