Название: Pedro Casciaro
Автор: Rafael Fiol Mateos
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Libros sobre el Opus Dei
isbn: 9788432152313
isbn:
Las palabras de aquel joven sacerdote tuvieron una eficacia insospechada. A la vuelta de los años, Pedro comentaba que, muchas veces, cuando releía las homilías del Padre sobre la Eucaristía o escuchaba su catequesis, cuando estuvo en México, le venía a la memoria la primera vez que lo oyó hablar de la maravilla del amor de Cristo de haber querido permanecer entre los hombres, en todos los sagrarios del mundo[31].
Con el tiempo, Pedro fue profundizando en la devoción de san Josemaría a Jesús sacramentado y pudo comprender mejor su inmenso gozo cuando el obispo le concedió aquella autorización. Daba gracias a Dios por esa gran lección, por haberle confiado esa noticia y por haberla vivido tan de cerca: el primer sagrario de un centro del Opus Dei.
LOS CÍRCULOS DE SAN RAFAEL[32]
Después de esa conversación, comenzó a asistir a los círculos o clases de doctrina cristiana que impartía don Josemaría. Quienes lo escuchaban, notaban que amaba a Dios de veras, con pasión de enamorado, y que portaba en su corazón el deseo ardiente de acercar al Señor muchas almas. Pedro recordaba: «El Padre aludía con frecuencia, en aquellas charlas, al fuego del amor de Dios: nos decía que teníamos que pegar este fuego a todas las almas con nuestro ejemplo y nuestra palabra, sin respetos humanos; y nos preguntaba si tendríamos entre nuestros amigos algunos que pudieran entender la labor de formación que se llevaba a cabo en la residencia»[33].
En los meses siguientes, Pedro llevó a la academia de Ferraz a cuatro o cinco amigos de la Escuela de Arquitectura, entre ellos, a Ignacio de Landecho. «Desde que, como un provinciano despistado, aparecí en 1932 en la Facultad de Ciencias de la calle de San Bernardo —recordaba Casciaro—, Ignacio de Landecho y yo nos hicimos buenos amigos»[34]. Como hemos anticipado, ambos coincidían en la universidad y en las clases de dibujo del pintor José Ramón Zaragoza. Estudiaban por las noches en el cuarto de Pedro, en la pensión de la calle de Arenal. Iban juntos a las aulas de la facultad y a la Academia Górriz.
Eran amigos de verdad y, como tales, compartían confidencias y sucesos. Pedro ya le había hablado de don Josemaría y de la Academia DYA. Posteriormente lo invitó a ver la residencia. Ignacio accedió, conoció el ambiente de aquella casa y comenzó a asistir a los círculos que daba el Padre. En poco tiempo tomó mucho cariño a la Obra[35].
UN ABRIGO MUY ELEGANTE
Un rasgo característico de Pedro fue su finura de espíritu. La finura de espíritu es una actitud moral que consiste esencialmente en la atención al otro[36]. Esta cualidad perfecciona el espíritu humano, haciéndolo cada vez más delicado. Efectivamente, la persona fina no solo es moralmente recta, sino que capta, percibe con delicadeza, los detalles.
Pedro tenía esta virtud, porque se volcaba en una atención activa a los demás. Tendremos ocasión de recordar muchos ejemplos de este rasgo de su personalidad. Por el momento, puede servir como botón de muestra esta anécdota de su juventud que relata su hermano José María:
Hacia 1935, al llegar a Albacete de vacaciones, recuerdo que le habló a nuestra madre de un abrigo que le había visto llevar a una señora muy elegante días antes en Madrid. Mi madre, con intención, le pidió que le esbozase un dibujo para hacerse mejor idea. Pedro tomó unos papeles e hizo los trazos pertinentes del conjunto y de algunos detalles. Pocos días después llevó mi madre los dibujos a su modista, que encontró perfectos los diseños y le confeccionó sin dificultades la prenda[37].
VERANO EN LOS HOYOS
La santificación del trabajo, aspecto esencial de la espiritualidad del Opus Dei[38], supuso para Pedro un ensanchamiento de sus grandes ilusiones profesionales. En la convocatoria de junio de 1935, después de haber superado los dos primeros años de la licenciatura en Matemáticas, consiguió el ansiado ingreso en la Escuela de Arquitectura. Había logrado un buen nivel de rendimiento académico en sus primeros años universitarios.
Al llegar el verano, Pedro dejó Madrid y se fue a Torrevieja, a la finca familiar de Los Hoyos. Habían pasado seis meses desde su primer encuentro con san Josemaría, al que siguieron las sucesivas conversaciones y los círculos. Durante aquellos tres meses de vacaciones en el litoral mediterráneo, su relación con la Obra consistió en recibir cada mes unas letras del Padre y un ejemplar de Noticias[39].
«Pero —como recordaba Pedro— ya sentía que formaba parte no de un pequeño grupo circunstancial, sino de una labor naciente que duraría siempre y se extendería por todo el mundo»[40]. Como participante en el apostolado con gente joven, que el Padre encomendaba especialmente al arcángel san Rafael,
sentía que “aquello” era para mí una vocación de por vida, que llenaba plenamente mis ideales de vivir cerca de Dios y de hacer apostolado; ideales que, por otra parte, no había sentido hasta conocer al Padre y frecuentar el centro de Ferraz.
Recuerdo que releía con frecuencia y a solas en mi cuarto de Los Hoyos los números de Noticias; los contestaba escribiendo largas cartas y, a medida que pasaban las semanas en Torrevieja —muy divertidas, pero sin hallar a mi alrededor eco alguno a mis inquietudes— sentía mayor deseo de volver a ver al Padre y a mis amigos de Ferraz y hallarme de nuevo en aquel ambiente.
La semilla de la universalidad [de la Obra] ya estaba germinando [en mí en aquel verano], porque recuerdo que contemplaba con rara nostalgia los vapores que zarpaban del puerto, cargados de sal y con rumbo a países para mí desconocidos. Al mismo tiempo me preguntaba cómo llegarían a ser compatibles las exigencias de la familia y de mi futura profesión con el deseo de participar de alguna manera en la expansión de aquella inquietud apostólica, que las conversaciones con el Padre habían sembrado en mi alma (...).
En cuanto a la expansión del Opus Dei, no reflexioné entonces demasiado. Era algo que formaba parte de la fe que sentía en las palabras del Padre. Quizá consideraba al principio esa expansión geográfica como una serie de realizaciones lejanas que apenas llegaría a ver en mi vida. Y sin embargo, ya entonces el Padre nos decía: «Soñad y os quedaréis cortos». La realidad se encargó de hacerme ver que, a pesar de haber sido bastante soñador en mi juventud, mis sueños se quedaron verdaderamente cortos[41].
Pedro disfrutó de unas vacaciones largas y placenteras. Por las mañanas solía salir a nadar o a remar en una piragua. Por las tardes participaba en apacibles y larguísimas tertulias familiares, mecidas por el aire fresco del levante. Después salía a dar una vuelta por los balnearios o por el paseo marítimo con algunos chicos y chicas conocidos. En ocasiones participaba en las verbenas del pueblo o acudía al cine, acompañando a sus primas[42].
Las cartas del Padre y de los demás amigos de DYA influyeron en su vida espiritual: le daban nuevas fuerzas para perseverar en la oración y para aprovechar el tiempo. Junto a las actividades de descanso mencionadas, Pedro seguía —aunque con poca constancia— con sus prácticas de piedad habituales, con el estudio —al que dedicaba algunos ratos— y con la atención a los demás. Esos meses fueron dando su fruto: Pedro comenzó a preguntarse acerca del sentido de su vida y sobre los planes que Dios habría previsto para él.
[1] R. PEREIRA SOMOZA, Pedro Casciaro Ramírez, op. cit., p. 212.
[2] J. C. MARTÍN DE LA HOZ, Mons. Pedro Casciaro Ramírez, en SetD 10 (2016), p. 98.