La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
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Название: La urgencia de ser santos

Автор: José Rivera Ramírez

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия: Espiritualidad

isbn: 9788412049732

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СКАЧАТЬ que hago una cosa buena es lo que Jesucristo quiere; ahora, que la gente me atribuya la cosa buena no, porque entonces no ven la luz de Dios, lo que ven es que yo hago tal o cual cosa, y esto es mentira sencillamente y, en la medida que voy teniendo más amor a Cristo, como Cristo es la verdad, me van molestando las mentiras. Tampoco es que me tenga que coger un infarto cada vez que me digan algo, pero me está molestando ver que la gente se empeña que yo tengo tales cualidades u otras porque hago eso.

      Por una parte, saber que tenemos que hacer tal o cual cosa –estudiar, estar preparado, tener virtudes– y, por otra parte, darnos cuenta de que no podemos apoyarnos en ello sino usarlo; además, el usarlo es una gracia de Dios, aun en el sentido de un don natural. El que una persona tenga una capacidad intelectual, aun en el nivel natural es un don de Dios; el que la pueda usar espiritualmente es el mismo don pero elevado. El teólogo más experto hará mal en no darse cuenta que sabe teología, porque estaría negando lo que Dios le está dando, hará mal en no profundizar, en no usar ese don; pero haría muy mal si se apoyara en ello, porque es una cosa que le tenía que dar Dios. Por eso, [hay que] estar dispuesto a poner en cuestión –esto es el examen– las cosas que hacemos; por aquí es por donde tenemos que ir.

      Si nos apoyamos en las cualidades naturales o sobrenaturales que tenemos se ve enseguida por una razón muy simple: porque es una especie de apego; una señal de los apegos siempre es que nos molestan cuando nos los contradicen. El que yo esté empleando cualquier cualidad que Dios me ha dado y la esté empleando porque Cristo me mueve a emplearla y reconozco incluso que aquello es una cualidad que Dios me da, esto se llama agradecimiento y reconocimiento de la verdad; puedo disfrutar incluso haciéndolo. Pero si, cuando me contradicen aquello o me lo niegan, me está molestando, quiere decir que, de alguna manera lo estaba considerando como mío porque, si no, no me molestaría, me dolería que no reconocieran a Jesucristo, que es completamente distinto. Por ejemplo, generalmente no he visto que a los curas nos dé ninguna vanidad decir misa. Nos puede doler que la gente no vaya a misa, pero no se nos ocurre que es un desprecio a nosotros; pues igual que pasa con la celebración de la misa pasa con cualquier otra cosa. Todo es un don de Dios. Cuando estamos registrándolo como algo nuestro, no estamos reconociendo que es una llamada de Cristo a la santidad, sino que estamos pensando que nuestra colaboración pasa por una autonomía que ya no es don de Dios –una llamada de Dios– sino que es un empeño mío.

      La única llamada - Responsabilidad

      Y la conciencia de que esta es la única llamada: “buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. O sea, que si las demás cosas, que las hay, claro, las necesitamos en el plan de Dios, forman parte de la llamada en resumidas cuentas; cosas de tipo natural: la salud, el estudio, que nos salga un viaje... o lo que sea. En esto de la última llamada, ¿qué cosas pueden suceder que busque yo que no sean precisamente el reino de Dios? Estas es evidente que no vienen del impulso de Jesucristo.

      Hay otros dos aspectos de la llamada de Jesucristo, tal como aparece en el evangelio de san Mateo sobre todo. Uno es la responsabilidad: tenemos que responder por nosotros y por los demás. Pero esta responsabilidad [significa] que hay que responder y que nos coloca ante un dilema definitivo y absoluto. Recuerdo siempre –y esto también nos pasa a nosotros– la tendencia que sentimos muy frecuentemente a la mediocridad. De manera que, tanto en la tarea pastoral como respecto de nosotros mismos, lo que entendemos es que no hay que exagerar “por arriba”, que somos hombres, y que “por abajo” al infierno no vamos a ir, no vamos a condenarnos... Hace unos cuantos años había más gente que decía: “pues que se vaya al infierno” ... y se quedaban tan frescos; ahora no, ahora somos más compasivos; yo creo que somos más compasivos porque nos desahogamos más, porque, de hecho, cuando tenemos odio matamos a la gente y ya estamos desahogados... de manera que las conversaciones pueden ser mucho más suaves; hace unos cuantos años, como la gente no se atrevía a matarse, con esa facilidad, las matanzas eran verbales; ahora es al revés: generalmente hablando siempre hay que respetar a las personas porque uno ya se ha desahogado suficientemente cargándoselas cuando llega la ocasión, ¡quién no se ha cargado un niño ya a estas fechas!... si no por lo menos en la carretera, aunque sea sin querer... se va desahogando.

      Actualmente tendemos a pensar que no se condena nadie, que Dios es muy bueno. El evangelio, que es la buena noticia, no habla así ni de lejos. Repasar un poco los primeros capítulos de san Mateo, que se hace bien fácil; daos cuenta de la cantidad [de veces] que habla Jesucristo del infierno ¡es algo tremendo! Se presenta como algo que tienes que elegir; por ejemplo: que tengáis cuidado porque si uno entra por la puerta ancha, por la puerta ancha se va a la perdición; y la perdición está claro lo que él entiende: la gehenna; y que tengáis cuidado, porque sois la sal de la tierra y si la sal se torna insípida, no sirve para nada más que para arrojarla y arrojarla es, igual que al invitado, arrojarlo a las tinieblas exteriores y allí será el llanto y el rechinar de dientes; y al que se queda con un solo talento y no negocia con él, se lo quitan y ¡ala! a arrojarle; y arrojarle es, sencillamente, arrojarle del cielo, es condenarse. Jesucristo está hablando con un tono enormemente tajante, más claro no puede ser... La fuerza de decisión que tienen las cosas –que lo dice dos veces hablando en distintos contextos–: que si tu mano o tu ojo te son ocasión de escándalo que te lo cortes y ya está: ¡más definitivo no puede ser!

      Sería bueno que nos paráramos un poco, por una parte, preguntándonos: ¿me planteo yo las cosas así? ¿vivo con el temor –y vamos a ser sinceros: no somos tan altruistas ni tan desinteresados que no nos importe condenarnos– o ya hemos decidido que estamos situados bien y, por tanto, es imposible que nos condenemos? En el fondo, vivimos como si no existiese ese peligro; de manera que la frase “velad y orad para no caer en tentación”, que Jesucristo dice a los discípulos, no será para asustarles, vamos, es que él mismo va a morir por ellos en ese momento. Pues nosotros no nos la creemos; ¡por poco que recemos siempre será bastante para salvarnos...! Cristo no dice eso. ¿Esta posibilidad de condenarnos angustia? Yo pongo siempre el mismo ejemplo: cuando yo voy a Madrid no es tan difícil que me agarre un coche... simplemente tengo algo de cuidado, no soy tan insensato que me dedique a pasar por los semáforos cuando están en rojo, simplemente tengo cuidado, y lo hago instintivamente, de pasar por los semáforos cuando están en verde y además mirar; hasta ahora no parece que estoy mal del corazón...y a Madrid he ido millares de veces en mi vida. O sea, que se puede tener cuidado y no angustiarse en absoluto. Puedo vivir tan tranquilo pensando que, efectivamente, hay la posibilidad de condenarse.

      En una noche oscura, espiritualmente hablando –y en temperamentos angustiados claro–, no parece que sea raro el que [uno se angustie por la posibilidad de la condenación]. Un san Alfonso María de Ligorio... He estado leyendo la vida de san Juan de Sahagún: pasó unas temporadas tremendas pensando si se iba a condenar..., luego tenía visiones todos los días; pero de vez en cuando le venían estas ideas. Yo no digo que tengamos que estar pensando que nos vamos a condenar, pero otra cosa es que hayamos decidido que nosotros no nos podemos condenar, y esto no está en el evangelio, es evidente. Buena noticia quiere decir que Dios se me ofrece, no que se haya dado ya mientras estoy en la condición terrena. Pero es que, hablando de los demás, ¿qué estoy planteando a los demás? La tarea, la de que el Espíritu Santo me invada, es lenta, porque el progreso del hombre es lento.

      Leyendo unas conversaciones con Sartre, él dice que ser ateo es muy difícil –y dice igual que nosotros pero al revés–; dice que ser ateo, idealistamente, es muy fácil, negar a Dios es muy fácil, pero vivir como si no hubiera Dios es dificilísimo. Estamos tan empapados de la idea de la divinidad que estamos actuando siempre en la suposición de que hay una divinidad. Aquí en nosotros digo lo mismo: el ser cristiano, idealmente, es muy fácil, pero llevarlo a la totalidad es difícil porque el hombre tiende a la mediocridad, a la superficialidad; en la superficialidad, es difícil de creer que vive Cristo, pero que hay algo divino es muy fácil; y entonces hacemos ahí unas mezclas...

      Pues bien, veamos si tenemos esta tendencia de sentirnos responsables. La respuesta es: o que recibimos la vida que se nos ofrece en plenitud –y podemos recibirla en plenitud– o, al revés, que СКАЧАТЬ