La Inteligencia del Amor. Jorge Lomar
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Название: La Inteligencia del Amor

Автор: Jorge Lomar

Издательство: Bookwire

Жанр: Общая психология

Серия:

isbn: 9788415306207

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СКАЧАТЬ separatidad, de la que hablaba Eric Fromm en su Arte de Amar, ha determinado nuestra sociedad. Desde muchos puntos de vista parece ser éste un escollo fundamental, algo que hace que la evolución en realidad parezca no ir a ninguna parte. En cierto modo, los problemas más importantes que afrontaba el hombre de Cro-Magnon hace unos 20.000 años —enfermedad, desastres naturales, disputas y violencia entre los grupos, asesinato, afán de poder entre los miembros de un mismo grupo, manipulación del conocimiento, etc.— siguen estando vigentes hoy día tan solo vistiendo formas más sofisticadas.

      El vacío que hemos dejado entre nosotros, cada cual con su piel-frontera, inunda

      nuestro corazón de soledad y reclama Amor a gritos, un regreso a casa que nuestra alma anhela.

      Vivir en el temor

      Sin lugar a dudas, lo que es realidad para nuestra mente, es lo que experimentamos internamente como realidad, es decir, lo que sentimos, independientemente de aquello que tradicionalmente llamamos lo de afuera. Puede ser que haya un sol precioso y un clima perfecto. Si nuestra mente está atormentada, tendremos un día tormentoso. Por tanto, es más preciso hablar de experiencia que de realidad. La realidad, vista por nuestros sentidos, o explorada por nuestra mente, depende del observador y cada mente vive una realidad distinta. En concreto, la experiencia finalmente depende de cómo nos percibimos.

      En general, nos percibimos como materia mortal y nos identificamos con ella. Vemos que allí «afuera» las formas materiales mueren constantemente. En la experiencia de nuestros sentidos, todo tiene un principio y un fin. Todo cambia. Desde la sonrisa de un niño hasta un lavavajillas, pasando por todos los parientes y amigos a los que vemos marcharse del mundo en nuestro caminar, todo está sujeto a un tiempo de caducidad. Si nos percibimos en la misma calidad que esas formas externas, convivimos constantemente con el miedo al final, en cada pensamiento, palabra y en cada acto. Esto ha determinado el mundo en el que vivimos de modo que se manifieste inestable y temible. Nuestra experiencia emocional, como consecuencia, es un sentir de inestabilidad y temor.

      Este modo generalizado y socializado de pensar y sentir, lo denomino vivir en el temor.

      Vemos que las formas materiales «mueren», muy a pesar de que la ciencia haya demostrado y explicado que la materia/energía no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma. Para empezar, recordemos que la materia y la energía es lo mismo manifestándose en frecuencias distintas. Todos los objetos que percibimos son en realidad campos magnéticos manejando grupos de energía, esencialmente luz, cuyas variables físicas están en permanente cambio. Las características especiales de nuestros sentidos hacen que «sintonicemos» de un modo particular con estos grupos ordenados de energía y los veamos como materia concreta. Sin embargo, la materia es energía en una banda concreta de frecuencias particularmente baja. Por ello, algunos científicos llaman a la materia «energía congelada».

      La energía permanece, nunca muere ni se destruye. Son las formas las que desaparecen, permutan y renacen. El árbol es procesado por el hombre para llegar a convertirse en un mueble. Una vez que es inútil, es tratado como combustible, convirtiéndose en calor y ceniza. El calor regresa a la atmósfera y la ceniza a la tierra. El aire y la tierra vuelven a formar parte de un nuevo árbol.

      Las formas mueren aunque la energía permanezca, y nosotros percibimos nuestro ser como una forma, no como una energía en transformación. Por tanto, bajo esta percepción somos mortales.

      Convivimos con el miedo al final de la forma —a la muerte—, al identificarnos con cuerpos. Y nos pasamos toda la vida buscando mayores posibilidades de supervivencia, acumulamos bienes, dinero y recursos, manejamos la información para competir y luchar, ya que solo saldrá adelante el más fuerte, el que mejor se adapte, el que mejor compita. Buscamos los modos de proporcionar placer al cuerpo como única posibilidad de felicidad, aunque sea efímera y escasa como todo lo relacionado con lo material. Y hacemos sagrado el hecho de «trascender» mediante una familia. Nuestros hijos se convierten en nuestra máxima realización.

      Aunque sea lo normal o habitual, es exactamente a esta forma de vida a la que yo llamo vivir en el miedo. No es natural vivir así, si llamamos natural a lo que corresponde a nuestra auténtica naturaleza. Tarde o temprano, nuestra intuición hace que sintamos un profundo vacío. Aquello que verdaderamente anhelamos no puede encontrarse en esta estructura mental.

      El primero de todos los disfraces que el ser humano adopta, es el de «un cuerpo». La piel es nuestro primer disfraz, y como hemos visto hoy día la mayor parte de las personas creen ser este disfraz básico.

      Nuestra mente también ha desarrollado otras definiciones de nosotros mismos que se aventuran más allá de nuestra dimensión material. Aunque nos relacionamos y dirigimos con pautas materialistas, los humanos nos consideramos como algo más que materia. Decimos como mínimo «no soy solo un pedazo de carne, tengo sentimientos y pienso». Si bien se suele sostener la creencia de que tanto los pensamientos como los sentimientos surgen del cuerpo, intuitivamente son muy respetados como una cualidad superior que nos hace humanos.

      Disfraces mentales

      Ser arquitecto, abogado o albañil, ser padre, esposo, novio, estudiante, músico, pertenecer a una tribu urbana o étnica, a un grupo, una ideología, un equipo de futbol, una religión o comunidad, disfrutar de un mismo hobby o ser motero son algunos de los diversos ejemplos de vestiduras de origen mental. Igualmente son formas, solo que de tipo mental. Formas cambiantes que vienen y van, es decir, disfraces, máscaras, roles y papeles que tomamos y representamos en el teatro del mundo. Evidentemente, haciendo un rápido repaso a tu pasado te darás cuenta que cada una de esas formas solo ocupa cierto espacio de tiempo en tu vida. No siempre fuiste padre. Ni esposa. Tampoco fuiste madre en todo momento. Ni arquitecto. Ni socio del club de futbol. Esas formas mentales fueron cambiando con el tiempo, se redefinieron. No eran tu esencia, no eran tu identidad, sino disfraces.

      Prácticamente con cada persona con la que nos relacionamos adoptamos distintos disfraces. Dentro de estos disfraces sociales, hay «microdisfraces» expresados en comportamientos relacionados con el concepto que tenemos de una persona o de un grupo con el que puntualmente interactuamos. Es un arte en el que el ser humano está especializado. Somos unos grandísimos actores.

      Los disfraces son útiles para experimentar. Son herramientas para expresarnos con las que desarrollamos nuestra conciencia día tras día. Crean escenarios y situaciones que sirven de verdadero entramado vital. Se trata de formas mentales con las que nos identificamos fuertemente en momentos puntuales o durante toda la vida.

      Hay ocasiones en las que una persona experimenta un disfraz como una identidad toda la vida excepto en sus últimos minutos. En otras, una situación de cambio drástico, una crisis, un accidente o una depresión facilita el abandono de un disfraz. Por lo general, los disfraces van mutando alrededor del desarrollo de tu personaje o personalidad. Esto es normal y todos pasamos por ello.

      Cuando eras un bebe y empezaste a explorar este mundo que no recordabas en absoluto, te encontraste poco a poco con seres a tu alrededor. Probablemente estableciste relación con tus padres. Ellos se comunicaban contigo de mil maneras e insistían en que tenías un nombre y que eras un cuerpo. Eso no tenía mucho que ver con lo que verdaderamente eres, pero aceptaste poco a poco el modelo que se te presentaba. De hecho, no tenías alternativa. Era como si tu memoria ancestral hubiera sido borrada.

      Entonces en algún momento te dijeron «eso está mal» y te mostraron cara de pocos amigos. Verdaderamente trastornado por la súbita retirada de afecto, prestaste mucha atención a aquello que estaba mal. También había cosas que fueron apreciadas por aquellos seres, y que eran recompensadas con alabanzas y gestos especiales de cariño. ¡Eras muy importante de repente! Te sentías amado. También era, por СКАЧАТЬ