Revolución y guerra. Tulio Halperin Donghi
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Название: Revolución y guerra

Автор: Tulio Halperin Donghi

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia y cultura

isbn: 9789876294263

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СКАЧАТЬ a los grupos dirigentes. Reveladora de esta estimación es la manera despectiva que un letrado surgido de una familia de modestos funcionarios de la corona, Mariano Moreno, cree posible utilizar para referirse a Bernardino Rivadavia que, por su parte, es hijo de uno de los hombres más ricos de Buenos Aires por cuyo influjo comienza ya a ocupar un lugar entre los dignatarios del cabildo, pero que no es doctor…

      Resulta también original en Buenos Aires la estructura de los sectores bajos: la proporción de esclavos entre los que se dedican a las actividades propias de ese sector es abrumadoramente alta. La gravitación de la esclavitud se hace sentir también sobre los sectores medios artesanales; pone en constante crisis a la organización gremial, que ya antes de la revolución pierde relevancia. La presencia de esa vasta masa esclava contribuye sin duda a mantener un sector marginal de blancos pobres y sin oficio; este rasgo, común a las ciudades del Litoral y del Interior, acaso es aún más acusado en las primeras. Pese a una más dinámica vida económica, las ciudades litorales aparecen ciertamente como menos capaces de asegurar trabajo para toda su población; en esta región marcada por el predominio de la ganadería la población urbana es, en términos relativos y absolutos, demasiado abundante; el hecho, bien conocido, es condenado por nuestros economistas ilustrados como un desperdicio de fuerza de trabajo y por observadores peninsulares igualmente sagaces como un peligro potencial para el orden político colonial.

      En el Litoral, la población urbana no vinculada con la nueva economía de mercado no logra –tal como ocurre en el Interior– desarrollar actividades al margen de esta; es inútil buscar aquí por ejemplo tejeduría doméstica. La plebe sin oficio, consumidora en escala mínima, no es productora. El hecho es encontrado justamente alarmante, pero resulta difícil corregirlo. Al lado del desprestigio de las posiciones subalternas dentro de los oficios –identificadas con la mano de obra esclava– pesa la relativa facilidad de la vida, que permite subsistir de expedientes si se renuncia a satisfacer necesidades que no sean las elementales.

      Esa abundancia de pobres ociosos –característica de Buenos Aires y de casi todos los centros urbanos del Litoral– se continúa en una mala vida relativamente densa, que se teme sobre todo podría ampliarse en tiempos de crisis: el temor a esa plebe urbana, por el momento más indisciplinada que levantisca, está detrás de más de una de las medidas precaucionales del cabildo. Esta plebe es ubicada al margen de la gente decente; esta línea de separación en el Litoral se aparta más resueltamente de la que opone los linajes europeos a los indígenas y africanos.

      Si el sistema de casta funciona mal en el Litoral, las diferenciaciones sociales están sin embargo menos afectadas de lo que podría esperarse por los cambios económicos que comienzan; la sociedad urbana conserva fuertes caracteres estamentarios; aquí como en el Interior los elementos nuevos que se incorporan a los sectores altos tienen su origen principalmente en el exterior, en la metrópoli; por el contrario, el ascenso económico y social dentro de la estructura local es muy difícil. Y por más que esos elementos nuevos sean aquí más independientes con respecto a la administración virreinal, sus actitudes son esencialmente conservadoras; sólo un reducido sector del gran comercio muestra –como ya se ha visto– tendencias más innovadoras. Pero este sector, cuya debilidad a largo plazo se ha puntualizado, carece por otra parte de prestigio, y no sin motivo: está demasiado ligado a un clima de aventurerismo comercial que ya ha atraído a Buenos Aires a más de un mercader extranjero de poco claro pasado.

      Menos cómodamente que la estructura familiar, el refinado sistema de diferenciaciones sociales –dotado de plena vigencia en el Interior– se mantiene en las ciudades del Litoral pese a su desajuste con un estilo de economía más moderno. El mismo Azara descubre entre los pastores de las pampas una total indiferencia para las variedades étnicas que –reales o sólo nominales– están en la base de las diferenciaciones sociales en el resto de la comarca. Esto es inevitable, teniendo en cuenta que no es infrecuente que en ausencia del patrón la autoridad máxima en la estancia de ganados sea un capataz mulato o negro emancipado, cuando las hijas de ese capataz, habitante estable, son buscadas por los peones conchabados con un afán provocado a la vez por la escasez y por el prestigio social que las rodea. Pero la estancia no fija la única jerarquía social válida en esta región en progreso tumultuoso; estructuras de comercialización que se continúan con frecuencia en modos de comercio ilícito y aun en actividades de bandidaje crean otras aún menos institucionalizadas. En esta zona que es a la vez la más moderna y la más primitiva de la región rioplatense, la riqueza, el prestigio personal, superan a las consideraciones de linaje.

      Las zonas cerealeras y de pequeña ganadería aparecen a la vez mucho más ordenadas y más tradicionales. La agricultura litoral es, por su origen, derivación de la del Interior; el estilo de los cultivos, las dimensiones de la explotación, repiten en estas vastas extensiones desiertas el modelo elaborado en los estrechos oasis regados de las provincias de arriba. Hay razones decisivas para ello: la primera es la dificultad de cercar los campos, la dificultad aún mayor de defenderlos de otro modo de las devastaciones del ganado que obligaban a reducir las dimensiones de la explotación. La carestía de la mano de obra asalariada incidía en el mismo sentido; su costo era lo bastante alto y su rendimiento lo bastante bajo como para que, aun pocos años antes de la revolución, los propietarios que poseían los recursos para comprarlos prefiriesen acudir a los esclavos; los pequeños cultivadores cerealeros sólo podían en esta situación reducir al mínimo las necesidades de peones, reduciendo también el tamaño de la explotación.