Название: Crimen, locura y subjetividad
Автор: Héctor Gallo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789587149319
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J. A., contrario a Louis Amadeo Brihier Lacroix (alias Émile Dubois) —un francés clasificado como asesino en serie por haber matado en Chile a varios hombres adinerados—, era un ser aislado que no se representaba el sexo como un asunto que podía lograrse con una pareja. Nunca se observó indicio alguno de que un aspecto de su vida se caracterizara por la búsqueda de una satisfacción que pasara por el consentimiento de una pareja-mujer. Se veía empujado insistentemente a quedarse con algunas partes del cuerpo de las mujeres que asesinaba, por ejemplo, su cabeza, para convertirlas en “el instrumento de un goce8 solitario y autoerótico”.9
Otro que también se quedaba con partes del cuerpo de las víctimas fue Jack el Destripador, pero en este caso las atacadas, si bien también eran mujeres humildes, tenían la característica de ser prostitutas de bajo perfil, que trabajaban en la parte más deprimida del Londres de finales del siglo xix. Después de cortarles “la garganta de lado a lado hasta la tráquea”10 y de acuchillarlas, se quedaba, por ejemplo, con el útero, la vagina y la vejiga. No fue atrapado porque, contrario a otros criminales de esta índole, nunca dejó escapar con vida a ninguna de sus víctimas y tampoco decidió entregarse por sus propios medios a la Policía. Era sumamente certero en su ataque, y de una forma tan cuidadosamente planeada que no fue sorprendido ni condenado. Este es “el primer asesino en serie mediático de la historia, y hoy sin duda el más famoso del mundo”.11
De la vida de Jack el Destripador nada se supo, ya que al no ser aprehendido no pudo ser interrogado, ni evaluado o entrevistado, aunque sí clasificado. Él mismo fue quien se autobautizó con este nombre en una carta que envió a las autoridades, fechada el 25 de septiembre de 1888, donde se burlaba “del fracaso en la investigación”.12
J. A. y el francés Dubois sí cometieron errores que permitieron su captura para ser interrogados, evaluados, clasificados y condenados. Dubois era atractivo, organizado, se insertaba fácilmente en el plano social, gracias al buen uso de su condición de extranjero; J. A., en cambio, no tenía nada particular que lo hiciera atractivo, no daba la impresión de que hubiera en él algún objeto escondido que lo hiciera interesante. Digamos que era un ser insignificante que vivía aislado, no tenía amigos, ni dinero. Pero, sobre todo, no tenía la menor idea de cómo conducirse en el plano social y libidinal para acercarse a una mujer humilde con un objetivo distinto a asesinarla.
Otros criminales de mujeres han tenido a su lado, por largo tiempo, al menos una mujer, sin interesarse en asesinarla, como es el caso de Peter Sutcliffe, llamado el moderno “Destripador de York”, “un camionero que asesinó a trece mujeres entre 1975 y 1980”.13 Durante todo este tiempo actuó con total impunidad.
Contrario a Jack, que nunca fue descubierto, Peter sí tuvo cara para la Policía y los medios hablados y escritos. No se dice de él, como usualmente sucede con los criminales en serie, que haya tenido una infancia particularmente difícil:
Si bien creció demasiado pegado a las faldas de su madre. Solitario y huraño, en 1967 conoció a Sonia, hija de inmigrantes checoslovacos, que se convirtió en su esposa tras siete largos años de noviazgo. En este periodo Peter comienza a atacar a varias de las prostitutas con las que solía alternar. Una disputa por diez libras provocó su primera agresión, con una piedra, a una de ellas.14
Después se dedicó a matarlas de manera poco “delicada”, pues les propinaba martillazos y luego había cruel ensañamiento con el cadáver.
Ni Peter ni Dubois introducen en la cadena del crimen a su mujer y tampoco a la familia. En el caso de J. A., que nunca pudo tener una pareja estable, tomaba a las mujeres por detrás y las atacaba con arma blanca en un paraje solitario. No les daba tiempo a defenderse; su única explicación era: “me nace hacerles daño, es que a mí me gusta tirarle a las mujeres […] me daba ganas de matarlas o de privarlas para poder tener relaciones sexuales. Ya cuando las tenía listas me iba […], por lo general no me doy cuenta de lo que estoy haciendo, pero a veces sí”.15
Por su parte, Sutcliffe, después de ser aprehendido, “cuando estaba a punto de asesinar a su decimocuarta víctima en el interior de su coche”,16 y de finalmente confesar que era el “Destripador de York”, dijo que unas voces de ultratumba le ordenaban cometer los asesinatos; cuestión que desde luego el jurado no creyó y fue condenado a cadena perpetua. Luego perdió todas sus facultades mentales, lo que nuevamente deja la interrogación de si en efecto no se trataba de una psicosis.
En el caso de J. A., su modo delirante de razonar con respecto a sus víctimas era más o menos el siguiente: si ellas no me aceptan y hacen como si yo no existiera, es porque no me quieren; luego, entonces, no es que yo las odie por ser mujeres, sino que al no quererme son ellas las que me odian; por lo tanto, son mis enemigas y debo aniquilarlas antes de que ellas lo hagan conmigo. O sea, que si bien estas mujeres no eran cercanas a él en ningún sentido, en el plano de su delirio sí, pues como no lo querían eran sus enemigas íntimas más peligrosas. J. A. tenía problemas imaginarios y reales con las mujeres porque no lograba simbolizar un deseo con respecto a ellas, y de este modo no tenía cómo formularles una demanda que pusiera freno a la satisfacción destructiva a la que era empujado. A este empuje, a eso íntimo desconocido y fuera de sentido (o real íntimo) que insiste, se refería de distintos modos; por ejemplo:
cuando sueño me nace hacerles daño a todas las mujeres […]. Me daba por tirarles a las mujeres, me daba por tirarles y salía corriendo, no es que me gustaba, ni buscaba lastimar a nadie, es un problema en el que se relaciona la agresión con la sexualidad. [...] Eso más que todo es un odio contra las mujeres […].17
En lugar de formular su deseo a una mujer por vía amorosa, se imponía en él una insistente e incontrolable voluntad de hacerles daño, la misma que se expresaba en la violencia letal con la cual las abordaba, hasta el punto en que las trataba como si no fueran seres humanos sino solo instrumentos de su satisfacción.
El problema de Dubois, por su parte, no era con las mujeres ni con cualquier hombre, sino con los hombres adinerados, ya que le gustaba apropiarse de lo que poseían, pero con la característica de que no se conformaba con robarles y matarlos para evitar ser denunciado o señalado, sino que, más allá de esto, procedía a actuar contra sus cuerpos de manera excesiva, como si algo pasional fuera puesto en juego. “Una vez con la víctima acostumbraba actuar con extremada violencia golpeándola con un laque y apuñalándola con una daga, a veces innecesariamente, dado que muchos de ellos eran hombres en avanzada edad sin gran capacidad de oponer resistencia al asalto”.18
Las mujeres, contrario a lo que sucedía con J. A., no representaban para Dubois ningún peligro: eran para él seres familiares, pues lograba tener más de una al mismo tiempo. Incluso, una joven llamada Úrsula, a quien conoció cuando vivió en Colombia —donde también cometió algún asesinato antes de partir—, lo siguió como hipnotizada: “desde su paso por Colombia hasta su destino final, Chile. Durante esa odisea ella pagó el costo de tener que aceptarle sus habituales deslices amorosos e infidelidades, pero no solo eso. Además, se vio forzada a convertirse en cómplice de varios de sus crímenes”.19
Pese a que en Dubois el móvil era el robo, de sus excesos de violencia con las víctimas los peritos dedujeron que había una satisfacción en juego, y al parecer fue esto lo que los animó a considerarlo más un criminal serial que un simple delincuente. En el caso de J. A. no se encontró intención de apropiarse de ninguna pertenencia de las víctimas, salvo partes del cuerpo que quería conservar, a la manera de un fetiche; por lo tanto, su satisfacción no se agotaba en el crimen, sino que había algo más allá que entraba en el juego de su voluntad pulsional.
Los criminales referidos y muchos otros que, por razones de espacio, dejamos de lado, son muy cercanos a lo que en la psiquiatría clásica se ha denominado “psicopatía”, propia de la conducta antisocial; también se habla de la “conducta antisocial” de la criminalidad, del “trastorno de personalidad antisocial”. Los psicópatas, inicialmente, СКАЧАТЬ