La buena hija. Karin Slaughter
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Название: La buena hija

Автор: Karin Slaughter

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Suspense / Thriller

isbn: 9788491391845

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СКАЧАТЬ a la universidad.

      —¿Cómo era la abuela?

      Su madre sonrió, un poco nerviosa.

      —Se parecía mucho a Charlie. Era muy lista. Infatigablemente feliz. Siempre atareada y rebosante de energía. Una de esas personas que caen bien. —Meneó la cabeza. A pesar de sus títulos académicos, Gamma aún no había descifrado la ciencia de la sociabilidad—. Tenía mechones de canas antes de cumplir treinta. Decía que era porque su cerebro trabajaba a marchas forzadas, pero ya sabes, naturalmente, que el pelo es, de partida, blanco. Recibe melanina a través de células especializadas llamadas melanocitos que se encargan de llevar el pigmento a los folículos pilosos.

      Samantha se recostó en brazos de su madre. Cerró los ojos y disfrutó de la melodía, tan familiar para ella, de su voz.

      —El estrés y las hormonas pueden reducir la pigmentación, pero en aquella época su vida era muy sencilla: era madre, esposa y maestra de la escuela parroquial, así que podemos dar por sentado que sus canas eran resultado de un rasgo genético, lo que significa que a Charlie o a ti, o a las dos, podría ocurriros lo mismo.

      Samantha abrió los ojos.

      —Tú no tienes canas.

      —Porque voy a la peluquería una vez al mes. —Su risa se apagó enseguida—. Prométeme que siempre cuidarás de Charlie.

      —Charlotte no necesita que nadie la cuide.

      —Hablo en serio, Sam.

      Samantha sintió que le temblaba el corazón al advertir el tono insistente de Gamma.

      —¿Por qué?

      —Porque eres su hermana mayor y ese es tu cometido. —Agarró las manos de su hija. Tenía la mirada fija en el espejo—. Estamos pasando por una mala racha, mi niña. No voy a decirte que las cosas van a mejorar, sería mentirte. Charlie necesita saber que puede apoyarse en ti. Tienes que ponerle el testigo en la mano firmemente cada vez, esté donde esté. Búscala, no esperes a que ella te busque a ti.

      Samantha sintió una opresión en la garganta. Gamma le estaba hablando de otra cosa, de algo más serio que una carrera de relevos.

      —¿Es que te vas a ir?

      —No, claro que no. —Su madre frunció el ceño—. Solo digo que tienes que ser una persona útil, Sam. Creía de verdad que habías superado esa fase tan tonta y dramática de la adolescencia.

      —Yo no…

      —¡Mamá! —gritó Charlotte.

      Gamma hizo volverse a Samantha. Agarró su cara entre sus manos ásperas.

      —No voy a ir ninguna parte, cielo. No puedes librarte de mí tan fácilmente. —La besó en la nariz—. Dale otro martillazo a ese grifo antes de venir a cenar.

      —¡Mamá! —chilló Charlotte.

      —Santo cielo —se quejó Gamma al salir del baño—. ¡Charlie Quinn, no me grites como una verdulera!

      Samantha cogió el martillito. El fino mango de madera estaba siempre mojado, como una esponja maciza. La cabeza redondeada tenía el mismo color rojo óxido que la tierra de la explanada. Golpeó el grifo y esperó para asegurarse de que no goteaba.

      —Samantha… —dijo su madre.

      Notó que arrugaba la frente y se volvió hacia la puerta abierta. Su madre nunca la llamaba por su nombre completo. Incluso Charlotte tenía que soportar que la llamara Charlie. Gamma decía que algún día se lo agradecerían. A ella le habían publicado muchos más artículos y había conseguido más fondos para investigar cuando firmaba como Harry que cuando firmaba como Harriet.

      —Samantha. —Su tono era frío como una advertencia—. Por favor, asegúrate de que la llave del grifo está bien cerrada y ven cuanto antes a la cocina.

      Samantha volvió a mirar el espejo, como si su reflejo pudiera explicarle qué sucedía. Su madre no solía hablarles así, ni siquiera cuando les explicaba pormenorizadamente el funcionamiento de su plancha de rizar el pelo.

      Sin pararse a pensar, Samantha metió la mano en el lavabo y asió el mango del martillo. Lo ocultó a su espalda mientras recorría el largo pasillo en dirección a la cocina.

      Todas las luces estaban encendidas. Fuera, el cielo se había oscurecido. Se imaginó sus zapatillas de correr junto a las de Charlie en el umbral de la cocina, y el testigo de plástico tirado en la explanada. La mesa estaba puesta: platos de papel, tenedores y cuchillos de plástico.

      Oyó una tos ronca, puede que de un hombre. O quizá de Gamma, porque últimamente tosía así, como si el humo del incendio se le hubiera metido de algún modo en los pulmones.

      Otra tos.

      Se le erizó el vello de la nuca.

      La puerta trasera de la casa se hallaba en el otro extremo del pasillo. Un halo de luz tenue rodeaba el cristal esmerilado. Samantha miró hacia atrás mientras avanzaba por el pasillo. Vio el pomo. Se imaginó girándolo, sin dejar de alejarse de él. Con cada paso que daba, se preguntaba si estaba comportándose como una idiota o si tenía razón en estar preocupada, o si todo aquello era una broma, porque a su madre solía gustarle gastarles bromas, como pegar ojos de plástico en el jarro de la leche del frigorífico o escribir Ayúdenme, estoy esclavizado en una fábrica de papel higiénico dentro del canuto del papel higiénico.

      Solo había un teléfono en la casa, el de disco de la cocina.

      La pistola de su padre estaba en un cajón de la cocina. Las balas, en una caja de cartón, en alguna parte.

      Charlotte se reiría de ella si la veía con el martillo. Samantha se lo metió en la parte de atrás de los pantalones de correr. Notó el frío del metal en los riñones, el mango húmedo como una lengua enroscada. Se levantó la camiseta para taparlo antes de entrar en la cocina.

      Sintió que se le agarrotaba el cuerpo.

      No era una broma.

      Había dos hombres en la cocina. Olían a sudor, a cerveza y nicotina. Llevaban guantes negros. Negros pasamontañas de esquí cubrían sus caras.

      Samantha abrió la boca. El aire había adquirido de pronto la densidad del algodón. Le oprimía la garganta.

      Uno era más alto que el otro. El bajo era más grueso. Más corpulento. Vestía vaqueros y camisa negra de botones. El alto llevaba una camiseta blanca descolorida, vaqueros y zapatillas de bota azules, con los cordones rojos sin atar. El bajo parecía más peligroso, pero costaba trabajo estar segura porque lo único que veía Samantha detrás de sus máscaras eran las bocas y los ojos.

      Y a los ojos no los miraba.

      El de las zapatillas de bota empuñaba un revólver.

      El de la camiseta negra, una escopeta con la que apuntaba directamente a la cabeza de Gamma.

      Ella tenía las manos levantadas. Le dijo a Samantha:

      —No pasa nada.

      —No, СКАЧАТЬ