La buena hija. Karin Slaughter
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La buena hija - Karin Slaughter страница 24

Название: La buena hija

Автор: Karin Slaughter

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Suspense / Thriller

isbn: 9788491391845

isbn:

СКАЧАТЬ Una alumna —dijo.

      Y, en efecto, lo era. Era ambas cosas. A pesar de tener dieciocho años, Kelly Wilson era muy menuda, el tipo de chica que siempre parecería una niña, incluso cuando fuera una mujer adulta con hijos.

      —No me queda clara la sucesión temporal —reconoció Delia.

      —Lo siento. —Charlie trató de explicarse—. Estar en una situación así te trastorna. El tiempo pasa de ser una línea recta a ser una esfera, y hasta más tarde no puedes hacerte una idea clara de lo ocurrido, verlo desde distintos ángulos y pensar: «Ah, ahora me acuerdo; primero pasó esto, y luego esto y después…». Solo a posteriori puedes volver a situarlo todo linealmente para que tenga sentido.

      Ben la observaba con atención. Charlie sabía lo que estaba pensando porque le conocía mejor de lo que se conocía a sí misma. Con aquellas pocas frases, había desvelado más respecto a cómo había vivido el tiroteo que truncó las vidas de su madre y de Sam que en sus dieciséis años de matrimonio.

      Charlie siguió concentrada en Delia Wofford.

      —Lo que trato de decirle es que no recordé que había visto a Kelly hasta que la vi por segunda vez. Fue como esa sensación de haber vivido ya un instante concreto, solo que en este caso fue real.

      —Entiendo. —Delia asintió con la cabeza mientras seguía escribiendo—. Continúe.

      Charlie tuvo que reflexionar un momento para retomar el hilo de su relato.

      —Kelly no se movió en el tiempo que transcurrió entre que la vi por primera y por segunda vez. Tenía la espalda pegada a la pared y las piernas estiradas hacia delante. La primera vez, cuando corría por el pasillo, recuerdo que la miré de pasada para asegurarme de que estaba bien. Para cerciorarme de que no era una víctima. En ese momento no reparé en la pistola. Iba vestida de negro, como una chica gótica, pero no miré sus manos. —Hizo una pausa para respirar hondo—. La matanza parecía haber quedado limitada a un extremo del pasillo, frente a las oficinas de administración. El señor Pinkman estaba tendido en el suelo. Parecía muerto. Debería haberle tomado el pulso, pero me acerqué a la niña, a Lucy. La señorita Heller estaba con ella.

      El bolígrafo de Delia se detuvo.

      —¿Heller?

      —¿Qué?

      Se miraron, visiblemente desconcertadas. Fue Ben quien rompió el silencio.

      —Heller es el apellido de soltera de Judith Pinkman.

      Charlie sacudió la cabeza dolorida. Quizá debería haber ido al hospital, a fin de cuentas.

      —Está bien. —La agente pasó a una nueva página de su libreta—. ¿Qué estaba haciendo la señora Pinkman cuando la vio usted al fondo del pasillo?

      Charlie tuvo que reflexionar de nuevo para situarse.

      —Gritaba —dijo—. No en ese momento, sino antes. Lo siento, no se lo he dicho. Antes de eso, cuando estaba en el aula de Huck, después de que me empujara detrás de la cajonera, oímos gritar a una mujer. No sé si fue antes o después de que sonara el timbre, pero gritaba «¡Ayúdennos!».

      —¿Ayúdennos? —preguntó Delia.

      —Sí —contestó Charlie. Por eso había echado a correr: porque conocía la pavorosa desesperación que suponía esperar a que alguien, quien fuese, te ayudara a recomponer el mundo tal y como lo conocías.

      —¿Y? —insistió Delia—. ¿En qué lado del pasillo estaba la señora Pinkman?

      —Estaba arrodillada junto a Lucy, agarrándola de la mano. Rezaba. Yo cogí la otra mano de la niña. La miré a los ojos. Todavía estaba viva. Movía los ojos, abrió la boca.

      Trató de sofocar su pena. Había pasado las horas anteriores reviviendo la muerte de la pequeña, pero hablar de ello en voz alta le resultaba demasiado doloroso.

      —La señorita Heller siguió rezando. La mano de Lucy se soltó de la mía y…

      —¿Falleció? —preguntó Delia.

      Charlie cerró la mano con fuerza. Todavía, después de tantos años, aún recordaba la sensación de los dedos trémulos de Sam entre los suyos.

      No sabía qué era más duro de contemplar: si una muerte repentina y traumática, o la lenta pero implacable agonía de Lucy Alexander.

      Ambas formas de morir pertenecían a la esfera de lo insoportable.

      —¿Quiere que paremos un momento? —dijo Delia.

      Charlie dejó que su silencio respondiera a la pregunta. Miró hacia el espejo, más allá del hombro de Ben. Por primera vez desde que la habían encerrado en aquella sala, observó su reflejo. Había tomado la decisión consciente de no arreglarse para ir al colegio: no quería que Huck malinterpretara sus intenciones. Vaqueros, deportivas, una camiseta de manga larga que le quedaba grande. El emblema descolorido de los Devils de Duke estaba salpicado de sangre. Su cara no presentaba mucho mejor aspecto. El hematoma rojizo que rodeaba su ojo derecho se estaba convirtiendo en un moratón en toda regla. Se sacó de los orificios de la nariz los pegotes de papel higiénico. La piel se desgarró como una postilla. Se le saltaron las lágrimas.

      —Tranquila —dijo Delia.

      Pero Charlie no quería estar tranquila.

      —Oí a Huck decirle al policía que bajara su arma. Llevaba una escopeta —recordó—. Antes de eso había resbalado. El policía de la escopeta. Pisó un charco de sangre y…

      Meneó la cabeza. Todavía veía la cara de pánico del agente, el ciego sentido del deber que reflejaba su rostro. Estaba aterrorizado, pero, al igual que ella, había corrido hacia el peligro en lugar de evitarlo.

      —Quiero que mire estas fotografías. —Delia volvió a hurgar en su bolso.

      Dispuso tres fotografías sobre la mesa. Tres primeros planos. Tres hombres blancos. Tres cortes de pelo a cepillo. Tres cuellos gruesos. Si no hubieran sido policías, habrían sido mafiosos.

      Charlie señaló al del medio.

      —Este es el que tenía la escopeta.

      —El agente Carlson —dijo Delia.

      Ed Carlson. Iba un curso por delante de Charlie en el colegio.

      —Carlson apuntaba a Huck con la escopeta. Huck le dijo que se calmara o algo parecido. —Señaló otra fotografía. Debajo ponía RODGERS. A aquel no le conocía de nada—. Rodgers también estaba. Tenía una pistola.

      —¿Una pistola?

      —Una Glock 19 —respondió Charlie.

      —¿Entiende usted de armas?

      —Sí. —Había pasado los últimos veintiocho años de su vida aprendiendo todo lo posible sobre armas de fuego.

      —¿A quién apuntaban con sus armas los agentes Carlson y Rodgers? —preguntó Delia.

      —A Kelly Wilson, СКАЧАТЬ