Название: La buena hija
Автор: Karin Slaughter
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Suspense / Thriller
isbn: 9788491391845
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Charlie esperó.
—¿La ayudaría a hablar con mayor libertad que su marido no estuviera presente? —preguntó Delia.
Charlie se lamió los labios.
—Ben sabe por qué fui al colegio esta mañana.
Si la agente se llevó una decepción al comprobar que había perdido el as que guardaba en la manga, no lo demostró. Cogió de nuevo el bolígrafo.
—Empecemos a partir de ese punto, entonces. Sé que su coche estaba estacionado en el aparcamiento de personal que hay a la derecha del acceso principal. ¿Cómo entró en el edificio?
—Por la puerta lateral. Estaba abierta.
—¿Se fijó en que estaba abierta cuando aparcó?
—Siempre está abierta. —Charlie meneó la cabeza—. Quiero decir que siempre lo estaba cuando yo estudiaba allí. Es la manera más rápida de llegar del aparcamiento a la cafetería. Solía ir a la… —Se interrumpió, porque aquel detalle era irrelevante—. Dejé el coche en el aparcamiento lateral y entré por la puerta de ese lado porque supuse, dada mi experiencia como exalumna del centro, que estaría abierta.
El bolígrafo de Delia se movía por la libreta. No levantó la vista al preguntar:
—¿Fue directamente al aula del señor Huckabee?
—No, me desorienté y di un rodeo. Pasé por delante de la oficina de administración. Estaba a oscuras, pero la luz del despacho del señor Pinkman estaba encendida, al fondo.
—¿Vio a alguien?
—No vi al señor Pinkman, solo que la luz estaba encendida.
—¿Vio a alguna otra persona?
—A la señora Jenkins, la secretaria del colegio. Me pareció verla entrar en la oficina, pero en aquel momento ya estaba al final del pasillo. Se encendieron las luces. Me volví. Estaba a unos treinta metros de distancia, más o menos. —En el lugar aproximado en el que se hallaba Kelly Wilson cuando mató al señor Pinkman y a la pequeña—. No estoy segura de que fuera la señora Jenkins quien entró en la oficina, pero era una señora mayor que se parecía a ella.
—¿No vio a nadie más? ¿Solo a una señora mayor entrando en la oficina?
—Sí. Las puertas de las aulas estaban cerradas. Dentro había algunos profesores, así que supongo que también debí verlos. —Se mordisqueó el labio, tratando de ordenar sus ideas. No era de extrañar que sus clientes se metieran en líos cuando abrían la boca. Ella ni siquiera era sospechosa de un crimen; solo era una testigo, y ya estaba confundiendo las cosas—. No reconocí a ninguno de los profesores que había detrás de las puertas. No sé si me vieron, pero es posible que sí.
—De acuerdo, entonces ¿a continuación fue al aula del señor Huckabee?
—Sí. Estaba en su aula cuando oí el disparo.
—¿El disparo?
Charlie apretó las toallitas formando con ellas una bola sobre la mesa.
—Cuatro disparos.
—¿Muy seguidos?
—Sí. No. —Cerró los ojos. Intentó recordar. Solo habían pasado unas horas. ¿Por qué tenía la impresión de que habían pasado siglos?—. Oí primero dos disparos y luego… ¿dos más? ¿O tres y luego uno?
Delia levantó su bolígrafo, esperando.
—No me acuerdo de la sucesión —reconoció Charlie, y se recordó de nuevo que estaba haciendo una declaración jurada—. Hasta donde yo recuerdo, hubo cuatro disparos en total. Recuerdo que los conté. Y entonces Huck me tiró al suelo. —Carraspeó y resistió el impulso de mirar a Ben para ver cómo se lo estaba tomando—. El señor Huckabee me tiró al suelo detrás de la cajonera, deduzco que para intentar protegerme.
—¿No hubo más disparos?
—Yo… —Meneó la cabeza porque de nuevo no estaba segura—. No lo sé.
—Retrocedamos un poco —dijo Delia—. ¿Estaban el señor Huckabee y usted solos en el aula?
—Sí. No vi a nadie más en el pasillo.
—¿Cuánto tiempo llevaba en el aula del señor Huckabee cuando oyó los disparos?
Charlie meneó otra vez la cabeza.
—Puede que dos o tres minutos.
—Entonces, entra usted en el aula, pasan dos o tres minutos, oye esos cuatro disparos, el señor Huckabee la hace tirarse al suelo detrás de la cajonera, ¿y después?
Se encogió de hombros.
—Salí corriendo.
—¿Hacia la salida?
Charlie miró a Ben un instante.
—Hacia los disparos.
Su marido se rascó la barbilla sin decir nada. Era un tema recurrente en su matrimonio: el hecho de que siempre corriera hacia el peligro en lugar de huir de él como todo el mundo.
—De acuerdo —dijo Delia mientras escribía—. ¿Estaba el señor Huckabee con usted cuando corrió hacia los disparos?
—Iba detrás de mí.
Recordaba haber pasado corriendo junto a Kelly, haber saltado por encima de sus piernas estiradas. Pero esta vez su memoria le mostró a Huck arrodillado junto a la chica. Era lógico. Habría visto el arma en la mano de Kelly. Habría intentado convencer a la chica de que le entregara el revólver mientras ella veía morir a la niña.
—¿Puede decirme su nombre? —le preguntó a Delia—. El de la niña.
—Lucy Alexander. Su madre es profesora del colegio.
Charlie vio dibujarse ante ella, nítidamente, el rostro de la pequeña. Su chaqueta rosa. Su mochila a juego. ¿Llevaba sus iniciales bordadas a un lado de la chaqueta o era un detalle que se estaba inventando?
—Aún no les hemos facilitado su identidad a los medios de comunicación —aclaró Delia—, pero sus padres ya han sido informados.
—No sufrió. Eso creo, por lo menos. No sabía que se estaba… —Sacudió otra vez la cabeza, consciente de que estaba rellenando huecos con suposiciones que deseaba que fueran ciertas.
—Entonces —prosiguió Delia—, corrió usted hacia los disparos, en dirección a la secretaría del centro. —Pasó una hoja de su libreta—. El señor Huckabee iba detrás de usted. ¿A quién más vio?
—No recuerdo haber visto a Kelly Wilson. Sí recuerdo haberla visto luego, cuando oí gritar a los policías, pero no cuando iba corriendo. En todo caso, antes de eso, Huck me alcanzó, me adelantó en la esquina, y luego volví a adelantarle.
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