Название: La buena hija
Автор: Karin Slaughter
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Suspense / Thriller
isbn: 9788491391845
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Era la homicida.
Tenía un revólver en la mano. Pero en lugar de apuntar a otra víctima, lo dirigía contra su propio pecho.
—¡Tira el arma!
El policía estaba a unos metros de distancia, con la escopeta apoyada en el hombro. El terror condicionaba cada uno de sus movimientos, desde el modo en que se mantenía de puntillas a la fuerza con que sostenía el arma.
—¡He dicho que tires el arma de una puta vez!
—Va a hacerlo. —Huck estaba arrodillado de espaldas a la chica, escudándola con su cuerpo. Tenía las manos levantadas. Su voz sonaba firme—. Tranquilo, agente. Conservemos la calma.
—¡Apártese! —El policía no estaba tranquilo. Estaba frenético, listo para apretar el gatillo en cuanto tuviera el campo despejado—. ¡Apártese, le digo!
—Se llama Kelly —dijo Huck—. Kelly Wilson.
—¡Quítese del medio, gilipollas!
Charlie no miraba a los hombres. Miraba las armas.
El revólver y la escopeta.
La escopeta y el revólver.
Sintió que una oleada la atravesaba: ese mismo embotamiento que tantas veces había anestesiado su conciencia.
—¡Apártese! —gritó el policía. Movió la escopeta hacia un lado y luego hacia el otro, tratando de esquivar a Huck—. ¡Quítese del medio!
—No. —Huck permaneció de rodillas, de espaldas a Kelly, con las manos alzadas—. No lo hagas, tío. Solo tiene dieciséis años. No querrás matar a una…
—¡Quítese de ahí! —El miedo del policía era como una corriente eléctrica que chisporroteaba en el aire—. ¡Al suelo!
—Tranquilo, hombre. —Huck se movió siguiendo el desplazamiento de la escopeta—. No intenta disparar a nadie, se está apuntando a sí misma.
La chica abrió la boca. Charlie no oyó sus palabras, pero el policía sí.
—¡Ya ha oído a esa zorra! —gritó el policía—. ¡Deje que se pegue un tiro o quítese de ahí de una puta vez!
—Por favor —musitó la señora Pinkman.
Charlie casi se había olvidado de ella. La esposa del director se sujetaba la cabeza con las manos y se tapaba los ojos para no ver.
—Basta, por favor.
—Kelly… —La voz de Huck sonó tranquila. Estiró la mano por encima del hombro, con la palma hacia arriba—. Kelly, dame el arma, tesoro. No tienes por qué hacerlo. —Esperó unos segundos. Luego dijo—: Kelly, mírame.
La chica levantó la mirada lentamente. Tenía la boca flácida. Los ojos vidriosos.
—¡Pasillo delantero! ¡Pasillo delantero!
Otro policía pasó corriendo junto a Charlie. Hincó una rodilla, se deslizó por el suelo y, sujetando su Glock con las dos manos, gritó:
—¡Tira el arma!
—Por favor, Dios mío —sollozaba la señora Pinkman, tapándose la cara con las manos—. Perdona este pecado.
—Kelly —repitió Huck—, dame la pistola. No tiene que morir nadie más.
—¡Abajo! —vociferó el segundo agente con voz histérica. Charlie vio que su dedo se tensaba sobre el gatillo—. ¡Tírese al suelo!
—Kelly —dijo Huck con voz firme, como un padre enfadado—, no voy a decírtelo más veces. Dame la pistola ahora mismo. —Sacudió la mano abierta para recalcar sus palabras—. Lo digo en serio.
Kelly Wilson comenzó a asentir con la cabeza. Charlie vio que sus ojos iban enfocándose poco a poco a medida que las palabras de Huck calaban en ella. Alguien le estaba diciendo lo que tenía que hacer, mostrándole una salida. Sus hombros se relajaron. Su boca se cerró. Parpadeó varias veces. Charlie entendió instintivamente lo que sentía. El tiempo se había detenido y luego alguien, de algún modo, había encontrado la llave para volver a ponerlo en marcha.
Lentamente, se movió para dejar el revólver en la mano tendida de Huck.
Pero el policía apretó el gatillo.
[3] Beaver, «castor»; en argot, también pubis femenino. (N. de la T.)
2
Charlie vio sacudirse el hombro izquierdo de Huck cuando la bala le atravesó el brazo. Las aletas de su nariz se dilataron. Abrió la boca para inhalar. La sangre tiñó la tela de su camisa dibujando un iris de color rojo. Aun así, asió el revólver que Kelly le había puesto en la mano.
—Dios mío —musitó alguien.
—Estoy bien —le dijo Huck al policía que le había disparado—. Ya puede bajar el arma, ¿de acuerdo?
Al policía le temblaban tanto las manos que apenas podía sostener la pistola.
—Agente Rodgers, guarde su arma y coja este revólver.
Charlie sintió que un enjambre de agentes de policía pasaba corriendo a su lado. El aire se agitaba a su alrededor como los remolinos de los dibujos animados: finas líneas curvas que indicaban movimiento.
Después, un paramédico la agarró firmemente del brazo. Alguien la apuntó a los ojos con una linterna y le preguntó si estaba herida, si se encontraba en estado de shock, si quería ir al hospital.
—No —dijo la señora Pinkman, a la que examinaba otro paramédico. Tenía la camisa empapada de sangre—. Por favor, estoy bien.
Nadie examinaba al señor Pinkman.
Ni a la niña.
Charlie se miró las manos. Le temblaban los huesos de las puntas de los dedos. Aquella sensación fue extendiéndose lentamente, hasta que sintió que se hallaba fuera de su cuerpo, a varios centímetros de distancia, y que cada inspiración era el eco de otra que había efectuado previamente.
La señora Pinkman le acercó la mano a la mejilla y le limpió las lágrimas con el pulgar. El dolor se había grabado en las profundas arrugas de su rostro. De haberse tratado de otra persona, Charlie se habría apartado. En cambio, se inclinó hacia el cuerpo cálido de la señora Pinkman.
Habían pasado antes por aquella situación.
Veintiocho años antes, la señora Pinkman era la señorita Heller y vivía con sus padres СКАЧАТЬ