Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
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Название: Un puñado de esperanzas

Автор: Irene Mendoza

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413072494

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СКАЧАТЬ noche para nosotros.

      Por otro lado, me sentía inseguro porque temía que a Frank mi casa le pareciese demasiado poco.

      Tan solo era un loft alquilado en un viejo edificio industrial que Pocket y yo habíamos limpiado, pintado y convertido en un lugar cómodo para ambos, con calefacción, por supuesto, pero casi sin muebles. Yo tenía mi piano, la vieja colección de vinilos de mi padre, mis propios discos, un montón de libros apilados en el suelo, mi bicicleta, poca ropa colgada en unos burros y un inmenso ventanal que dejaba ver unas vistas espectaculares del río. Ese era mi patrimonio y mi lugar, caótico y un poco anticuado.

      Lo habíamos logrado con ayuda de amigos, gente del barrio y sacando de la basura muebles que reciclamos, pintándolos nosotros mismos. Teníamos un viejo sofá Chester, de cuero, estilo inglés, muebles de los 60 y una bañera con patas que Pocket había pintado de verde y que le daba un aire muy vintage al apartamento, como dijo Jalissa al verla. No necesitábamos más.

      Lo cierto era que jamás había llevado a ninguna mujer a ese apartamento. Siempre había estado en sus casas o en hoteles, algunos muy caros, pero jamás en mi casa.

      —¿Quieres ir a mi casa? —pregunté extrañado y algo temeroso.

      —Sí, quiero conocerla, ver dónde vives. —Sonrió ella.

      —Ni siquiera es mi casa. Solo es el lugar donde duermo, es de alquiler. —Sonreí algo avergonzado.

      —Pues quiero ver el lugar donde duermes y… probar tu cama —susurró en mi oído haciéndome estremecer de anticipado placer.

      En vez de responder a sus provocativas palabras la besé, con ansia, fuerte, con un beso salvaje y apasionado al que Frank respondió con avidez. Entonces, recordé con alivio que esa misma mañana había cambiado las sábanas.

      Cogimos un taxi en dirección a Queens y durante el trayecto yo solo tenía ojos para ella, que, sentada pegada a mi cuerpo, jugueteaba conmigo acariciando mi pelo, pasándome sus dedos desde el cuello hasta la nuca, tan solo rozándome con la yema de los dedos, haciéndome respirar con fuerza, abrumándome con su dulce aroma, algo parecido al limón y la vainilla.

      Mis manos tampoco se estaban quietas y acariciaban todo cuanto podían sobre la ropa mientras, recostados en el asiento, nos mirábamos a los ojos. Sentía nuestra atracción mutua, las ganas, nos buscábamos impacientes. Era tan intensa nuestra proximidad que respirábamos a la par, ansiosos el uno del otro.

      Dentro de aquel taxi, yo intentaba aguantar mis enormes ganas de ella a la vez que combatía contra mis dudas. Quería tratarla bien, con suavidad, y a la vez me apetecía hacérselo de un modo urgente y salvaje. No sabía cómo le iba a gustar a Frank y eso me hacía sentir muy ansioso. Necesitaba calma porque mi deseo de ella era tan inmenso que supe que iba a tener que controlarme para hacerle el amor bien, lentamente, disfrutándola al máximo. Eso era lo que pretendía.

      Había fantaseado con ello desde que la conocí, como un maldito obseso, soñando con hacérselo de mil formas diferentes. Me apetecía muchísimo saborearla, acariciarla entera, probarla, olerla. Quería hacérselo con fuerza, rápido y también lentamente, hasta acabar exhausto. Algo en ella, en su erótica voz, en sus movimientos sensuales y hasta en su aroma me decían que era un ser salvajemente sexual. Había algo intensamente carnal en Frank que estaba seguro de que la hacía compatible conmigo en cuanto a deseo sexual. Era algo que desprendía al moverse, al reírse o al mirarme en silencio. Eso se sabe. Yo al menos lo supe.

      Desde que la conocía me había estado desquitando conmigo mismo un montón de veces, frustrado y excitado a partes iguales, lo reconozco. Pero ahora era el momento de la verdad y la ansiedad por quedar bien me ponía muy nervioso.

      No es por dármelas de nada, pero las mujeres siempre se han quedado muy satisfechas con mi forma de hacerlo. Pero esta vez tenía que ser increíble, especial. Porque Frank lo era, simplemente por eso.

      De lo que no tenía ninguna duda era que ella me deseaba, estaba claro. Desprendía una sensualidad tremenda, natural y sin teatralidad, era sincera y genuina. Y no paraba de tocarme volviéndome loco de ganas en aquel taxi amarillo.

      Cruzamos el puente Queensboro en plena ventisca de nieve sobre el East River. El viaje hasta Queens se me hizo maravilloso y eterno. Eran los primeros minutos del nuevo año y yo estaba nervioso, impaciente, frenético, luchando por mantener mi intenso deseo a raya, con el corazón desbocado, palpitando tan fuerte que parecía saltarme dentro del pecho. Encima, Frank no paraba de besuquear mi cuello y alcanzar mi boca con aquellos sensuales labios, esos preciosos labios calientes y tiernos.

      —Bésame —susurró casi en un jadeo—. Me gusta cómo me besas, Mark.

      Y lo hice, con pasión, dejándola sin aliento.

      —Dime una cosa… quiero salir de dudas —susurré acariciando sus labios, mordisqueándolos suavemente—. ¿Te enfadaste conmigo por no besarte en la playa?

      —Sí —dijo riendo y esa risa me elevó casi al cielo en un instante—. Me rechazaste.

      —No, no lo hice. Solo quería… quería que fuese en el momento adecuado.

      —¿Y este lo es? —preguntó.

      —Sí, creo que sí —asentí besándola muy suave en los labios.

      —Yo también lo creo, chéri —susurró metiendo su lengua en mi boca, haciéndome gemir de gusto.

      El taxi se paró frente al edificio donde estaba el apartamento y mi corazón, que se había calmado un poco, comenzó a palpitar intensamente de nuevo.

      Tomé su mano nada más salir del taxi y la conduje al viejo edificio que estaba casi deshabitado. Tan solo teníamos un par de vecinos más. Todos artistas, los que nos habían ayudado en la rehabilitación de aquel almacén centenario.

      Subí delante de Frank sin soltar su mano, acompañándola hasta el montacargas que hacía las veces de ascensor. Ella estaba extrañamente silenciosa, mirando todo con curiosidad y yo no sabía que decirle, andaba demasiado ocupado intentando calmar mi respiración y mi ritmo cardíaco como para pensar con coherencia.

      Todo aquel cúmulo de sentimientos tan intensos era algo nuevo para mí. Sentía su calor mientras acariciaba su mano y en el estómago un burbujeo de puro placer crecía y crecía amenazando con volverse algo insoportable.

      Abrí la puerta y le cedí el paso tomando aire y suspirando con fuerza. Notaba un peso en el pecho, algo muy intenso que me obligaba a respirar hondo. Encendí la luz, casi todo eran lámparas que proyectaban luces indirectas, dejando en penumbra parte del apartamento, dotándolo de un aire muy íntimo. En la zona donde estaba mi cama, junto al ventanal, un montón de luces de colores recordaban la Navidad pasada. Ni Pocket ni yo las habíamos quitado aún. Me toqué el pelo nervioso dejando que Frank mirase a su alrededor, aguardando.

      Frank entró y se paseó por el apartamento observándolo todo, solo se escuchaba el ruido de sus tacones. Yo cerré la puerta en silencio y al oírla a su espalda se giró y me miró. Parecía casi emocionada, como si contuviese algo muy intenso en su interior. Yo estaba conmocionado, aún al lado de la puerta, sin moverme, tan solo mirándola a ella desde lejos, sin atreverme a acercarme.

      —Este sitio es… ¡me encanta! —dijo al fin y yo respiré aliviado regalándole una de mis mejores sonrisas torcidas.

      Volvió a pasearse СКАЧАТЬ