Название: Un puñado de esperanzas
Автор: Irene Mendoza
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413072494
isbn:
En ese mismo instante comenzó a oírse la cuenta atrás del nuevo año, la de toda la ciudad gritando a la vez.
¡Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…! Llegaba de todas partes y de repente todo el mundo estaba cantando el All Long Syne y un eco de miles de gargantas nos rodeaba.
—Feliz Año Nuevo, Mark —susurró Frank junto a mi boca, casi haciéndome temblar de ilusión.
—Feliz Año Nuevo, Frank —respondí sin apartar mi mirada de la suya.
No me había sentido así desde mi adolescencia. Estaba asustado, nervioso, impaciente. Era una sensación desesperante. «¡Yo sé besar!», me dije infundiéndome la seguridad que me faltaba en esos momentos. Sus ojos brillaban reflejando las luces de la ciudad. Había algo muy cálido en ella, que brotaba de su forma de mirarme, de todo su cuerpo, y que me conmovía y me intimidaba intensamente.
«Te voy a decir lo que es el verdadero amor. Es ciega devoción, abnegación absoluta, sumisión incondicional, confianza y fe contra ti mismo y contra todo el mundo, abandono de tu corazón y tu alma enteros al que los destroza…», recordé las palabras de Dickens en boca de mi padre poco antes de morir y, a pesar suyo, de mi madre y de este jodido mundo, al mirar a Frank decidí que merecía la pena correr el riesgo.
Y entonces me rendí a esa quimera que ella encarnaba, lo que había estado persiguiendo siempre y por lo que me avergonzaba de mí mismo y de mis orígenes: el dinero, pero no solo era eso. En realidad, se trataba de una clase de dinero, el heredado, de un estatus, un estilo de vida con el que yo soñaba desde niño.
Recordé a Scott Fitzgerald cuando describía a Daisy y su voz «llena de dinero» y me di cuenta de lo que Frank representaba para mí en realidad. Al igual que para Gatsby, ella era esa voz llena de dinero, de lujo, de elegancia, la promesa de una vida mejor y el cumplimiento de todos mis anhelos más ocultos.
La besé. Suave primero, solo posando mis labios sobre los suyos, pero inmediatamente después mi mano se hundió en su pelo para sujetar su cabeza y abrí la boca haciendo que la suya me siguiese. Presioné con fuerza, deslizándome posesivo sobre sus blandos labios. Sus labios cálidos se volvieron húmedos y urgentes al contacto con los míos y yo los saboreé cerrando los ojos, embriagado.
Su sabor era suave, dulce y delicioso, como ella. Fue como si algo muy vivo, una fuerza sobrehumana, me golpeara el pecho. La sensación era increíblemente intensa. Un cosquilleo cada vez más agudo que me nacía en la boca del estómago, se dispersó por mi cuerpo hacia mi bajo vientre, hasta alcanzar mi entrepierna. Me estaba excitando rápidamente.
Tuve que respirar de su tóxico aliento y, entonces, al sentir el mío, Frank respiró afanosa y yo gruñí levemente penetrando su húmeda boca con mi lengua. Ella enredó su lengua con la mía haciendo que mi deseo creciese.
La necesitaba tanto que sentía dolor. Intensifiqué el beso dejándola sin aliento y la apreté con fuerza agarrándola por la espalda, pegando mi ya dura erección a su vientre, bajando mi mano hacia su culo. Ella gimió al sentirla y se aferró a mí mientras acariciaba mi nuca con sus manos y apretaba sus pechos contra mi torso.
Su boca era arrolladora y me arrastraba al límite, cada vez más. Yo ardía de ganas, mordisqueando su labio inferior, aprisionándolo entre los míos, chupando suave pero firmemente y me imaginé cómo sería hacerle eso a sus pezones.
Ese pensamiento hizo que mi erección palpitara contra su vientre blando y cálido provocando que Frank gimiese dentro de mi boca intensificando al máximo mis ansias de hacerle el amor.
Pero en ese mismo instante en que creí que acabaríamos por hacerlo allí mismo, en la azotea, noté cómo algo caía sobre mi cara, algo esponjoso y frío que se deshizo inmediatamente sobre mi piel. Era un copo de nieve. Acababa de comenzar a nevar. El invierno se había compadecido de mí y me brindaba un escenario perfecto para que no olvidásemos nunca ese beso.
—¡Está nevando! —exclamó Frank en un susurro.
Ella y yo miramos al cielo y en un momento todo a nuestro alrededor se había llenado de copos de nieve flotando y girando a merced del viento. Desde el mismo Waldorf llegaba la música del baile de Año Nuevo, la primera que daba la bienvenida al 2012, una canción de Alicia Keys, neoyorkina, como nosotros. La cantante comenzó a entonar la primera estrofa y creo que al oírla los dos nos emocionamos.
—Nueva York… —susurró Frank.
—«Tengo un puñado de sueños cariño, yo soy de Nueva York» —canté a voz en grito haciendo reír a Frank.
La vieja Nueva York… Esa era nuestra ciudad, la de Frank y la mía. Dos personas de barrios tan distintos, vidas tan diferentes pero ambos neoyorkinos, como tantos otros que lo eran por nacimiento o por adopción, descendientes casi todos de todos aquellos valientes llenos de ambición y de sueños, que una vez cruzaron el mar en busca de otra vida, de otro mundo mejor.
Yo que siempre había visto la isla de Manhattan desde la otra orilla, visitando Long Island con mi padre o mi abuelo, o a los pies del Queensboro Bridge o desde el Calvary Cementery, ahora la tenía frente a mí, a mis pies, y casi sentía que la podía tocar con mis manos.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Porque por una noche iba a ser el rey de la colina en aquella ciudad que nunca duerme, como decía aquella otra vieja canción de Sinatra, con ella, junto a ella. Y supe que nunca olvidaría aquella noche, pasase lo que pasase en mi vida.
Frank y yo volvimos a mirarnos y nos echamos a reír. La abracé con fuerza y la besé de nuevo con ansia, saboreándola y acariciando su cuello y su cintura. Sentí cómo temblaba y la envolví en mi abrigo para infundirle calor. Frank se apretó contra mí y yo aspiré el aroma de su pelo abrazándola más fuerte aún, besando su pelo, su frente. Ella me miró a los ojos y, como si de un imán se tratase, mi boca regresó a la suya sin remedio. Besarla era increíble, la sensación más dulce y placentera de toda mi jodida vida.
Ella fue quien rompió el beso, yo me hubiese pasado la vida entera perdido en su boca.
—Vámonos —susurró con un sinfín de maravillosas promesas condensadas en esa única palabra.
Capítulo 9
Sign Your Name
Sonreí y di a Frank un tierno y breve beso en los labios, asintiendo. Nos cogimos de la mano y regresamos al interior del Waldorf.
—¿A dónde? Nos están buscando por aquí dentro —susurré besando su frente.
—Llévame a tu casa —me pidió pegando su vientre contra el mío.
Me sentía tan dichoso que tenía ganas de gritar, saltar o las dos cosas juntas. Le pasé el brazo por los hombros y así, juntos y sin mayores problemas, salimos del mítico hotel a la calle, al 301 de Park Avenue.
Estoy seguro de que si alguien hubiese tenido que describirme en aquel momento hubiese afirmado que acababa de ver a un hombre enamorado.
Así era, me moría de impaciencia por llegar a casa para estar por fin juntos, para СКАЧАТЬ