El príncipe roto. Erin Watt
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El príncipe roto - Erin Watt страница 4

Название: El príncipe roto

Автор: Erin Watt

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los Royal

isbn: 9788416224685

isbn:

СКАЧАТЬ me detiene antes de que llegue a mi dormitorio.

      —Si consigues que Callum me pida matrimonio, le diré a todo el mundo que el hijo es suyo. Si no me ayudas, todos creerán que es tuyo.

      Me quedo inmóvil en el umbral de la puerta.

      —La prueba de ADN demostrará que no es mío.

      —Quizá —gorjea—, pero el ADN dirá que es de un Royal. Esas pruebas no siempre diferencian entre parientes, sobre todo entre padres e hijos. Será suficiente para sembrar la duda en Ella. Así que, deja que te haga una pregunta, Reed: ¿quieres que le diga al mundo, a Ella, que vas a ser padre? Porque lo haré. Si no, siempre puedes aceptar mis términos y nadie se enterará nunca.

      Vacilo.

      —¿Qué te parece mi oferta?

      Me rechinan los dientes.

      —Si lo hago, si le vendo esta… esta… —Lucho por encontrar la palabra adecuada—… esta idea a mi padre por ti, ¿dejarás en paz a Ella?

      —¿A qué te refieres?

      Me giro hacia ella lentamente.

      —Me refiero a que no volverás a molestar a Ella con tus mierdas, zorra. No hablarás con ella, ni siquiera para explicarle esto… —Hago un aspaviento para señalar su cuerpo, ahora oculto bajo la ropa—. Le sonreirás, le dirás hola, pero nada de conversaciones profundas.

      No confío en esta mujer, pero si puedo conseguir un buen acuerdo para Ella —y sí, también para mí—, lo haré. Papá ya ha estado en el infierno. Puede volver a vivir en él.

      —Vale. Ocúpate de tu padre, y tú y Ella podréis tener vuestro final feliz. —Brooke ríe a la vez que se inclina para recoger su vestido—. Si es que eres capaz de recuperarla.

      Capítulo 2

      Dos horas después, entro en pánico. Ya ha pasado la medianoche y Ella todavía no ha regresado.

      ¿Por qué no vuelve a casa para gritarme? Necesito que me diga que soy un cabrón y que no la merezco. Ver que echa fuego por los ojos y que se enfrente a mí. Necesito que me chille, que me dé patadas y me pegue puñetazos.

      La necesito, joder.

      Echo un vistazo al móvil. Han pasado horas desde que se marchó. Marco su número, pero solo da tono. No contesta.

      Otro tono y me redirige al buzón de voz.

      Le mando un mensaje.

      «Dnd stas?»

      No recibo respuesta.

      «Papá sta preocupado».

      Escribo esa mentira con la esperanza de que me responda, pero el teléfono permanece en silencio. A lo mejor ha bloqueado mi número. Solo el hecho de pensar en esa posibilidad me duele, pero no es una completa locura, así que me precipito hacia el interior de la casa y subo a la habitación de mi hermano. Ella no puede habernos bloqueado a todos.

      Easton sigue dormido, pero tiene el teléfono cargando en su mesita de noche. Lo enciendo y escribo otro mensaje. A Ella le gusta Easton. Pagó su deuda. A él sí le responderá, ¿verdad?

      «Hola. Reed m ha contado q ha pasado algo. Stas bien?»

      Nada.

      A lo mejor ha aparcado al final de la calle y se ha ido a pasear por la playa. Me meto el móvil de mi hermano en el bolsillo por si acaso decide ponerse en contacto con él y bajo las escaleras corriendo en dirección al patio trasero.

      La playa está completamente vacía, así que marcho trotando hasta la propiedad de los Worthington, que está cuatro casas más abajo. Tampoco está allí.

      Miro a mi alrededor, hacia las rocas que bordean la costa, hacia el mar, pero no veo nada. Ni un alma. No hay ninguna huella en la arena. Nada de nada.

      La frustración da paso al miedo cuando me precipito de vuelta a casa y me subo al Range Rover. Busco a tientas el botón de arranque y doy golpecitos contra el salpicadero con el puño rápidamente. Piensa. Piensa. Piensa.

      En casa de Valerie. Debe de estar en casa de Valerie.

      Llego allí en menos de diez minutos, pero no hay rastro del descapotable deportivo azul de Ella en la calle. Dejo el motor del Rover encendido y salgo para acercarme a la puerta. El coche de Ella tampoco está allí.

      Vuelvo a echar un vistazo al teléfono. Ningún mensaje. Tampoco en el móvil de Easton. En la pantalla aparece una notificación que me recuerda que tengo entrenamiento de fútbol americano en veinte minutos. Ella debería de estar de camino a la pastelería en la que trabaja. Normalmente vamos juntos. Incluso después de que mi padre le regalara el coche, íbamos juntos en el mío.

      Ella decía que era porque no le gustaba conducir. Yo le dije que era peligroso conducir por la mañana. Los dos mentimos. Nos mentimos porque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir la verdad: no éramos capaces de resistirnos el uno al otro. Al menos eso es lo que me pasaba a mí. Desde el momento en que puso un pie en mi casa, con esos ojos grandes y llenos de esperanza, no pude mantenerme alejado de ella.

      Mis instintos me decían a gritos que Ella solo me traería problemas. Pero se equivocaban. Yo era quien le traería problemas a ella. Y sigo haciéndolo.

      Reed el Destructor.

      Sería un apodo cojonudo si no fuera porque lo que estoy destrozando es mi propia vida y la de Ella.

      El aparcamiento de la pastelería está vacío. Después de pasar cinco minutos aporreando la puerta del establecimiento sin cesar, la dueña —creo que se llama Lucy— aparece con el ceño fruncido.

      —No abrimos hasta dentro de una hora —me informa.

      —Soy Reed Royal. Ella es… —¿Qué soy? ¿Su novio? ¿Su hermanastro? ¿Qué?—… mi amiga. —Joder, si ni siquiera soy su amigo—. ¿Está aquí? Ha ocurrido una emergencia familiar.

      —No, no ha venido. —Lucy frunce todavía más el ceño, visiblemente preocupada—. La he llamado, pero no ha respondido. Es muy buena empleada, así que he pensado que estaba enferma y que no ha podido llamar para avisar de que no vendría.

      Se me cae el alma a los pies. Ella no ha faltado ni un solo día al trabajo, ni siquiera cuando tenía que levantarse al amanecer para trabajar tres horas antes de que empezaran las clases.

      —Ah, vale, entonces estará en casa —murmuro mientras retrocedo.

      —¡Espera un momento! —grita Lucy—. ¿Qué pasa? ¿Sabe tu padre que Ella ha desaparecido?

      —No ha desaparecido, señora —respondo, ya a medio camino de mi coche—. Está en casa. Como ha dicho, enferma. En cama.

      Salgo del aparcamiento y llamo a mi entrenador.

      —No voy a poder ir al entrenamiento. Ha ocurrido una emergencia familiar.

      Ignoro СКАЧАТЬ