Название: Memorias de Idhún. Saga
Автор: Laura Gallego
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Memorias de Idhún
isbn: 9788467569889
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—Pero, ¿cómo? –preguntó Shail, con esfuerzo; estaba empleando toda su energía para mantener el campo mágico de protección, pero se estaba quedando sin fuerzas–. Somos demasiados; si los teletransportamos a todos no llegaremos muy lejos.
—Pero es la única salida –dijo Allegra.
Oyeron entonces un chillido agónico, y Jack alzó la mirada, justo para ver a Christian retorcerse de dolor en el aire, mientras Victoria intentaba mantenerse firme sobre su lomo. Nada estaba atacando al shek, al menos no en apariencia, y, sin embargo, la criatura parecía estar sufriendo una terrible agonía. Jack comprendió que los otros sheks habían logrado traspasar sus defensas mentales y lo estaban sometiendo a un ataque telepático.
—¡Christian, baja de ahí! –gritó Jack, temiendo sobre todo por la seguridad de Victoria; todavía no estaba seguro de apreciar lo bastante al shek como para llegar a lamentar su muerte, si esta llegara a producirse.
Christian lo intentó. Esquivó como pudo a las serpientes que se abalanzaban sobre él y descendió en un vuelo inestable. Victoria se esforzaba por mantener el equilibrio, pero no había abandonado la lucha. Jack vio cómo la punta del báculo que portaba se iluminaba de nuevo, y oyó el chillido de una de las serpientes, que había sido alcanzada por la energía generada por el artefacto.
Pero Christian no lograba mantener el vuelo. Jack lo vio precipitarse al mar, estrellarse contra la cresta de una ola, desaparecer bajo las aguas, y gritó:
—¡¡Victoria!!
Algo se encendió en su interior, como un volcán en erupción, como una estrella a punto de estallar, y sintió que el dragón deseaba ser liberado, para luchar contra los sheks y rescatar a Victoria. Corrió hacia el borde del acantilado, pero tuvo que detenerse porque dos sheks le cortaron el paso. Jack alzó a Domivat, furioso, y lanzó una estocada que dejó escapar una violenta llamarada. No alcanzó a ninguna de las serpientes, pero las hizo retroceder un tanto.
Después, se sintió extrañamente vacío, y comprendió que había canalizado demasiada energía a través de la espada. Y supo que ya no tenía fuerzas para despertar al dragón en su interior.
En aquel momento, vio a Christian emergiendo del agua coronada de espuma, y desplegando de nuevo sus alas bajo las tres lunas. Victoria seguía sobre su lomo, parecía que estaba bien. Jack golpeó otra vez, hizo retroceder a los sheks un poco más y entonces vio que Alexander acudía a cubrirle la retirada. Los dos se replegaron hacia la torre.
Cuando, por fin, Christian aterrizó estrepitosamente junto a ellos, todavía con Victoria bien sujeta entre sus alas, Allegra ya estaba preparándose para teletransportarlos a todos lejos de allí, mientras Shail se esforzaba, más que nunca, por mantener activa la protección mágica.
La voz telepática de Christian se oyó en las mentes de todos.
«No podréis llevarnos a todos. Allegra, llévate a Jack y Victoria a un lugar seguro».
—¡No! –gritó Jack, volviéndose hacia él–. Nos vamos todos.
—El shek tiene razón –gruñó Alexander–. Si la magia no puede salvarnos a todos, es mejor que os vayáis vosotros dos. La profecía...
—¡Al diablo con la profecía! –gritó Jack–. ¡No voy a dejar atrás a mis amigos!
—¿Y vas a dejar morir a Victoria?
Jack se volvió para replicar a la pregunta de Christian, que se había transformado de nuevo en humano y lo miraba con seriedad. Pero no fue capaz de encontrar una respuesta a aquella cuestión.
—Nos vamos todos –declaró Victoria con firmeza, apartándose el pelo mojado de la frente.
Avanzó hasta situarse junto a Allegra y la tomó de la mano, mientras el extremo de su báculo palpitaba como un corazón henchido de energía. La maga comprendió, y absorbió la magia que Victoria le proporcionaba.
—¡Ahora! –gritó Shail–. ¡Daos prisa!
Jack y Alexander corrieron hacia Allegra y Victoria. Jack volvió sobre sus pasos para ayudar a Christian, que cojeaba. Las serpientes sisearon, furiosas, al comprender sus intenciones. Jack percibió en su mente los ataques desesperados de las criaturas, que sabían que sus presas estaban tratando de escapar, pero la barrera todavía los protegía. Sin embargo, el muchacho miró a Shail, solo ante los sheks, manteniendo la protección mágica hasta el final, e intuyó lo que iba a pasar, segundos antes de que el mago diera media vuelta y echara a correr hacia ellos con todas sus fuerzas.
La barrera se desmoronó, y los sheks se abalanzaron sobre él.
—¡¡SHAIL!! –chilló Victoria, al ver que se había quedado atrás.
Allegra ya iniciaba el hechizo de teletransportación.
Todo fue muy rápido. Jack, Christian, Victoria y Alexander se habían aferrado a ella, pues debían estar en contacto físico con la maga para que el conjuro los transportase a ellos también. Pero no podían apartar la mirada del joven hechicero que corría hacia ellos, y vieron cómo la primera de las serpientes se lanzaba sobre él y lograba aprisionar su pierna entre sus letales colmillos. Shail gritó y cayó al suelo cuan largo era. Victoria se desasió del contacto de Allegra y trató de correr hacia él, pero Jack la retuvo cogiéndola del brazo cuando ya se alejaba de ellos, y Allegra atrapó la mano del chico en el último momento. Victoria no se rindió, y tendió el báculo hacia su compañero caído. Shail logró aferrar la vara justo cuando el shek ya retrocedía, arrastrándolo consigo.
En aquel momento, Allegra finalizó el conjuro, y la Resistencia desapareció de allí.
II
REFUGIO
J
ACK chocó contra el suelo con estrépito. Su instinto le dijo que había peligro, y se levantó de un salto, ignorando el sordo dolor de sus costillas.
El hechizo de Allegra los había llevado a todos lejos de la Torre de Kazlunn.
A todos. Incluyendo al shek que se había aferrado a la pierna de Shail, y que ahora había soltado a su presa para alzarse sobre ellos, amenazadoramente.
Jack no se anduvo por las ramas. Blandió a Domivat y, aprovechando que la serpiente tenía la vista fija en Christian, que la observaba con cautela, en tensión, descargó un golpe, con toda su rabia, sobre el cuerpo escamoso de la criatura, que chilló de dolor.
La Resistencia en pleno acudió a ayudar a Jack, y con una fuerza nacida de la desesperación, lograron acabar por fin con el enorme reptil. Todos suspiraron aliviados, y Jack cerró los ojos y sonrió para sí. Algo en su interior había disfrutado lo indecible con la muerte de aquel shek. Pero, por alguna razón, no le pareció correcto exteriorizar sus sentimientos al respecto. Una parte de él se horrorizaba de que la muerte de otro le produjera tanta satisfacción; aunque ese otro fuera un shek.
Christian había permanecido aparte, sin intervenir en la lucha; y, cuando el cuerpo muerto del shek cayó a sus pies, se quedó mirándolo, pensativo, con una expresión indescifrable.
Victoria intuyó СКАЧАТЬ