Название: La Montálvez
Автор: Jose Maria de Pereda
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4057664108302
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Con estos dos hechos se explicaba la conducta de Leticia con el banquero. Le quería para Verónica, con el piadoso fin de que no tuviera ésta marido más lucido que ella; y se miraba mucho en el capítulo de las zumbas a la interesada, porque, hasta la fecha, era el caso de la generala harto más mordible que el de su amiga.
IX
Así las cosas y andando los días, una noche, en casa de Verónica, tomó a ésta del brazo Sagrario; llevósela a un rinconcito lejos de la gente; y allí, sentadas las dos en sendos sillones de rica tapicería, dijo la vehemente rubia a su amiga, entre mustia y alegre, pero con más carga de lo primero que de lo segundo:
—¡Por fin!...
—Por fin... ¿qué?—preguntole la otra con cara de pascua, al ver lo indefinible de la de su amiga.
—Que se decidió... eso.
—Y ¿cuál es eso?
—¡Jesús, y qué torpe estás hoy de entendederas! ¿Qué ha de ser eso más que... lo de Gonzalo?
—¡Lo de Gonzalo! Y ¿qué le pasa a Gonzalo, hija mía?
—¡Caramba con la chica ésta!... Que me caso con él. ¿Lo entiendes ahora?
—Sí que lo entiendo; pero no es noticia para mí. ¿Cuántos siglos hace que estáis... en eso?
—¡Dale, la muy taimada!... ¿No te he dicho que, por fin, se de-ci-dió ya? ¿Lo quieres más claro?
—¿Quieres decir que os vais a casar en seguida?
—Eso mismo.
—¡Acabaras!
Aquí un ratito de silencio. Cierta inquietud en Sagrario. Miradas investigadoras en su amiga, envueltas en sonrisas maliciosas. Recios, secos e intermitentes charrasqueos del abanico de la novia. Al fin volvió a hablar la primera, y dijo a la segunda, sin borrar de su cara la expresión maliciosa:
—¿Y para contarme esto solo me has traído tan acá y tan a escondidas, cuando podías haberlo publicado a gritos en medio de la tertulia..., y de seguro lo publicarán mañana los periódicos en sus crónicas de salones?
—Para esto solo—respondió Sagrario, sonriendo también—, y para lo que de ello se cae por su propio peso.
—Lo suponía: un poco de comentario; pero como te quedaste tan callada...
—Pensaba yo que a ti te tocaba empezar.
—Claro, ¡como no hay todavía franqueza entre nosotras, y tú eres una joven tan corta de genio!... ¿O es que piensas tomar el papel de casada por lo serio y comienzas ya a hacer provisiones de formalidad?... Lo cierto es que te desconozco esta noche...
—Ya ves tú..., el lance, al fin y al cabo, si no es serio, es nuevo para mí; y al verme tan cerca de él...
—Con franqueza, Sagrario; ese lance ¿te duele o te gusta?
—Ni me gusta ni me duele; le tomo como me le presentan: amasado y cocido. Me dicen «ahora»; pues ahora.
—¿De modo que tú no has contribuido a él... ni con la inclinación?
—Absolutamente, y bien lo sabes tú; ni ¿por qué había de contribuir con eso?, ni, aunque quisiera, ¿cómo podría? Ya ves qué ganga... ¡Gonzalo!
—¿Qué?
—¡Qué estampa de galán! con todos los vicios del catálogo...
—Entonces, ¿por qué le aceptas?
—Y a mí ¿qué más me da? Dicen que las mujeres de nuestra alcurnia deben casarse, a cierta edad, con hombres de determinadas condiciones: la casa Miralta cree que no puede entroncar con otra que la de Camposeco, y ésta juzga que vino al mundo para fundirse con la de Miralta; yo soy lo primogénita de una, y Gonzalo es el único heredero de las grandezas y caudales de la otra; se acuerda entre ambas familias que Gonzalo y yo nos casemos... «para que se cumplan las profecías»: no se admiten consultas, ni protestas, ni reparos, porque, como «ellos» dicen, lo principal es que se haga el matrimonio, «lo demás no importa tres cominos»; a esta idea nos vamos haciendo, y a este papel nos vamos acomodando poco a poco el galán y la dama de esta comedia de la buena sociedad... hasta que llega la hora del desenlace, nos echan la bendición, se baja la cortina... y cada comediante o vivir como Dios le dé a entender. Esto, después de bien mirado, es hasta cómodo. ¿No te parece a ti lo mismo, Nica?
Y Nica dijo que sí, pero sin dejar de sonreírse. En seguida preguntó a su amiga:
Pero ¿no puede ocurrir que la dama de esa comedia tenga, al llegar ese desenlace, el corazón interesado por otro galán de los de la sala?
¡Yo lo creo!..., ¡y a quién se lo preguntas!—respondió Sagrario en un arranque de sinceridad de los suyos.
—Pues, entonces...
—Entonces ¿qué?
—Más claro: tú no amas a Gonzalo
—Naturalmente.
—¿Y no preferirías para marido al hombre a quien amaras?
—Ponlo en presente: a quien amo.
—Lo pongo: a quien amas.
—Corriente... Pues te respondo que quizás no.
—¿Que no?
—Que no... ¿Te asombras? Pues no hay motivo para ello. Yo tengo acá mi teoría sobre el caso; y no es así, al aire y como se quiera, sino fundada en la observación y en el propio sentir. De pronto te parecerá un lugar común de la manoseada sátira contra el matrimonio, porque algo así se ha dicho en esas rutinas desacreditadas; pero es cosecha de mi caletre, créelo. Te la expondré en forma de máxima, como hacemos siempre los sabios para acreditar vulgaridades: «si quieres conservar el amor que sientas por un hombre, con todo lo que de este amor se sigue y se desprende, no te cases con él».
—¡Cáspita!
—Así como suena, hija mía. Parece duro y un si es no es atrevido; pero es la pura verdad. Y si no, tiende un poquito la vista sobre todo lo que conoces en derredor de ti: es un semillero de comprobantes de mi modo de pensar sobre el caso. Otra máxima: «el amor se alimenta de deseos, de privaciones y de contrariedades; dale todo cuanto pida, sin cortapisas y a pasto, y cátale muerto en dos días; y muerto por hartazgo de prosa, que es, de todos los hartazgos, el más abominable.
Sonreíase otra vez la amiga de Sagrario al oír cómo ésta se despachaba, vuelta ya al pleno dominio de su carácter, y replicola:
—Eso СКАЧАТЬ