Llegada . Морган Райс
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СКАЧАТЬ no está bien —dijo Luna—. Nosotros estamos aquí seguros en un búnker, mientras todos los demás están allí atrapados… ¿a cuánta gente crees que convirtieron?

      Kevin pensó en los vastos mares de gente que había en las pantallas antes de que se quedaran en blanco y en la menguante cantidad de personas que estaban allí para informar de todo.

      —No lo sé, mucha —supuso.

      —Tal vez todo el mundo —dijo Luna—. Tal vez nosotros seamos los últimos.

      —Deberíamos echar un vistazo —dijo—. Tal vez podamos encontrar un modo de poner en marcha todo esto de nuevo. Entonces lo veremos.

      Lo dijo tanto para intentar distraer a Luna como porque pensaba que tenía esperanzas de hacerlo. ¿Qué sabían ellos de arreglar sistemas informáticos? Si hubiera uno de los científicos del instituto de la NASA allí… tal vez la Dra. Levin… pero no estaba, igual que todos los demás. El vapor los había transformado, convirtiéndolos en unas cosas que iban detrás de ellos y los perseguían.

      —Vamos —le dijo a Luna, apartándola delicadamente de la pantalla—. Tenemos que echar un vistazo.

      Luna asintió, aunque no parecía estar asimilando mucho ahora mismo.

      —Supongo.

      Partieron a través del búnker por debajo del monte Diablo y Kevin miraba a su alrededor, sorprendido por su espacio. Si hubieran estado buscando en un lugar así en otro momento, podría haber parecido una aventura. Tal y como estaban las cosas, el eco de cada paso le recordaba a Kevin lo solos que estaban. Esto era una base militar completa y ellos eran los únicos que estaban dentro.

      —Esto mola —dijo Luna, su sonrisa era demasiado radiante para ser real—. Como colarse en los almacenes.

      Pero Kevin podía ver que no lo decía con mucho entusiasmo. Puede que hubiera intentado ser la Luna de siempre con todas sus fuerzas, pero lo que salió fue demasiado plano para eso.

      —No pasa nada —dijo Kevin—, conmigo no tienes que fingir. Yo estoy…

      ¿Qué podía decir? ¿Qué él también estaba triste? No parecía suficiente para comprender el fin del mundo, o la pérdida de todos los que conocían, o nada de esto, en realidad.

      —Lo sé —dijo Luna—. Supongo que solo intento ser… optimista. Venga, vamos a ver qué hay por aquí.

      Kevin tenía la sensación de que ella deseaba la distracción, así que se adentraron más en el búnker. Era un espacio enorme, que parecía que podría haber albergado a centenares de personas si hubiera sido necesario. Había unas tuberías y unos cables que conducían hasta las profundidades y había unas señales estarcidas con pintura amarilla en las paredes.

      —Mira —dijo Luna, señalando—, por ahí hay una cocina.

      Kevin sintió cómo le sonaba la barriga al pensarlo y, aunque por ahí no cortaban camino, los dos giraron hacia la dirección que indicaba la señal. Bajaron por un pasillo, y después por otro, hasta ir a parar a una cocina que estaba construida a escala industrial. Había unos congeladores situados al fondo, tras unas puertas que podrían haber protegido una cámara acorazada, y otras puertas que parecían llevar a unas despensas.

      —Deberíamos mirar si queda comida —sugirió Luna, abriendo una.

      El espacio que había detrás era incluso más grande de lo que Kevin esperaba, con cajas amontonadas una tras otra. Abrió una y encontró unos paquetes plateados y sellados que parecía que podían conservarse para siempre.

      —Aquí hay comida suficiente para alimentarnos durante toda la vida —dijo Kevin, y entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir exactamente—. No es que… Quiero decir, puede que no tengamos que quedarnos aquí para siempre.

      —¿Y si tenemos que hacerlo? —preguntó Luna.

      Kevin no estaba seguro de tener una respuesta para ello. No podía imaginar vivir aquí para siempre. Apenas podía imaginar pasar la vida, por no hablar de una sola noche, dentro de un búnker—. Entonces supongo que estamos mejor aquí dentro que fuera de aquí. Al menos aquí estamos a salvo.

      —Supongo que sí —dijo Luna—, mirando a las paredes como para evaluar lo gruesas que eran—. A salvo, sí.

      —Deberíamos ver qué más hay aquí —dijo Kevin—. Si vamos a quedarnos aquí, necesitaremos otras cosas. Agua, sitios para dormir, aire puro. Un modo de hablar con el exterior.

      Las contaba con los dedos mientras pensaba en ellas.

      —Deberíamos mirar si hay otras entradas o salidas —dijo Luna—. Debemos asegurarnos de que nadie más puede entrar.

      Kevin asintió, pues eso parecía importante. Empezaron a inspeccionar el búnker, usando la cocina como una especie de base, yendo y viniendo entre ella y la sala de control principal, que parecía extrañamente silenciosa sin nada en sus pantallas.

      Por allí cerca había otra sala que estaba llena de equipos de comunicación. Kevin vio radios y ordenadores. Incluso había algo que parecía un telégrafo en una esquina, como si la gente de allí no confiara en que los equipos más modernos estuvieran allí para ellos cuando hiciera falta.

      —Tienen muchas cosas —dijo Luna, que apretó un botón y obtuvo una explosión de ruido de vibración como respuesta.

      —Ahora somos nosotros los que tenemos muchas cosas —remarcó Kevin—. Tal vez si hay otras personas allá fuera, podremos comunicarnos con ellas.

      Luna miró a su alrededor.

      —¿Crees que quedan otras personas? ¿O que solo estamos nosotros?

      Kevin no sabía qué decir a eso. Si iba a quedarse atrapado como una de las últimas personas en el mundo, no había nadie a quien le gustaría más estar pegado que su mejor amiga. Aun así, tenía que creer que había otras personas allá fuera en algún lugar. Tenía que hacerlo.

      —Debe haber otras personas en algún lugar —dijo—. Hay otros búnkeres y cosas, y algunas personas habrán deducido lo que estaba pasando. Había gente divulgando fotos, así que deben haber sabido lo que estaba sucediendo.

      —Pero las pantallas se quedaron en blanco —puntualizó Luna—. No sabemos si todavía están allí fuera.

      Kevin tragó saliva al pensarlo. Había dado por sentado que simplemente se había cortado la señal, pero ¿y si no era la señal? ¿Y si la gente que la mandaba también habían desaparecido?

      Negó con la cabeza.

      —No podemos pensar así —dijo—. Tenemos que tener esperanzas de que hay más gente allá fuera.

      —Gente que pueda matar a los extraterrestres —dijo Luna, con un duro destello en su mirada. Kevin tuvo la sensación de que si ella hubiera tenido los medios para luchar contra ellos, ahora mismo Luna estaría allí fuera intentando enfrentarse a ellos.

      Kevin podía entenderlo. Era parte de quién era Luna; una parte de lo que tanto le gustaba de ella. Incluso sentía una parte de la misma rabia, notando cómo borboteaba en su interior al pensar en que los extraterrestres le engañaron y СКАЧАТЬ