Una Justa de Caballeros . Морган Райс
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СКАЧАТЬ a ella y habían pagado el precio.

      “¿No deberíamos enterrar a los muertos, Diosa?” dijo una voz.

      Volusia echó un vistazo y vio al comandante de sus fuerzas armadas, Rory, un humano alto, de pecho amplio, con una barbilla esculpida y un aspecto imponente. Lo había escogido a él, lo había elevado por encima de otros generales porque era agradable a la vista y, aún más, porque era un comandante brillante y ganaría a cualquier precio –igual que ella.

      “No”, respondió sin mirarlo. “Quiero que se pudran bajo el sol y que los animales se atiborren con su carne. Quiero que todos sepan lo que les pasa a los que se oponen a la Diosa Volusia”.

      Él observó el panorama y retrocedió.

      “Como desee, Diosa”, respondió.

      Volusia examinó el horizonte y, mientras lo hacía, su hechicero, Koolian, que llevaba una capucha y una capa negras, con los ojos verde brillantes y la cara llena de verrugas, la persona que le había ayudado aconsejándola en el asesinato de su propia madre y uno de los pocos miembros de su círculo íntimo en los que todavía confiaba, dio un paso hasta su lado y lo examinó también.

      “Sabe que están allá fuera”, le recordó. “Que vienen a por usted. Puedo sentir que están viniendo incluso ahora”.

      Ella lo ignoró, mirando hacia delante.

      “Yo también”, dijo finalmente.

      “Los Caballeros de los Siete son muy poderosos, Diosa”, dijo Koolian. “Viajan con un ejército de hechiceros, un ejército contra el que incluso usted no puede luchar”.

      “Y no se olvide de los hombres de Rómulo”, añadió Rory. “Según los informes están cerca de nuestras orillas incluso ahora, de vuelta del Imperio con su millón de hombres”.

      Volusia miraba fijamente y un largo silencio colgó en el aire, solo roto por el aullido del viento.

      Por fin, Rory dijo:

      “Sabe que no podemos permanecer en este lugar. Quedarnos aquí significará la muerte para todos nosotros. ¿Qué ordena usted, Diosa? ¿Marcharemos de la capital? ¿Nos rendiremos?”

      Volusia finalmente se dirigió a él y sonrió.

      “Lo celebraremos”, dijo.

      “¿Lo celebraremos?” dijo él, perplejo.

      “Sí, lo celebraremos”, dijo ella. “Justo hasta el final. Reforzad las puertas de nuestra ciudad y abrid el gran estadio. Declaro cien días de fiestas y juegos. Puede que muramos”, dijo finalmente sonriendo, “pero lo haremos con una sonrisa”.

      CAPÍTULO SEIS

      Godfrey corría por las calles de Volusia, junto a Ario, Merek, Akorth y Fulton, a toda prisa para llegar a la puerta de la ciudad antes de que fuera demasiado tarde. Todavía estaba pletórico por su éxito al sabotear el estadio, conseguir envenenar al elefante, encontrar a Dray y soltarlo en el estadio, justo cuando Darius más lo necesitaba. Gracias a su ayuda y a la mujer finiana, Darius había ganado; él le había salvado la vida a su amigo, lo que aliviaba su culpa por haberle llevado hasta una emboscada en las calles de Volusia al menos un poco. Por supuesto, el papel de Godfrey quedaba a la sombra, donde él mejor estaba y Darius no podría haber salido victoriosos sin su propia valentía y experta lucha. Aún así, Godfrey había tenido una pequeña parte.

      Pero ahora todo se estaba torciendo; tras los juegos, Godfrey esperaba poderse encontrar con Darius en la puerta del estadio mientras lo sacaban y liberarlo. No esperaba que Darius fuera acompañado hasta la puerta trasera y escoltado a través de la ciudad. Después de haber ganado, la multitud del Imperio por entero había estado cantando su nombre y los capataces del Imperio se habían visto amenazados por su inesperada popularidad. Habían creado un héroe y habían decidido escoltarlo fuera de la ciudad y hacia el circo de la capital lo antes posible, antes de que tuvieran la revolución en sus manos.

      Ahora Godfrey corría con los demás, desesperado por pillarlo, por llegar hasta Darius antes de que saliera por las puertas de la ciudad y fuera demasiado tarde. El camino hacia la capital era largo, imhóspito, pasaba por el Desierto y estaba fuertemente guardado; una vez saliera de la ciudad, no habría manera de ayudarlo. Tenía que salvarlo o todos sus esfuerzos habrían sido en vano.

      Godfrey corría por las calles, respirando con dificultad, y Merek y Ario ayudaban a Akorth y a Fulton, sus grandes barrigas dirigían el camino.

      “¡No te detengas!” animó Merek a Fulton mientras le tiraba del brazo. Ario se limitaba a darle un codazo a Akorth en la espalda, haciéndolo chillar, empujándolo cuando iba más lento.

      Godfrey sentía cómo el sudor caía por su nuca mientras corría y se maldecía a sí mismo, otra vez, por beber tantas pintas de cerveza. Pero pensaba en Darius y obligaba a sus doloridas piernas a seguir moviéndose, girando una calle tras otra hasta que, finalmente, salieron de una larga arcada de piedra hacia la plaza de la ciudad. Al hacerlo, allí en la distancia, quizás a menos de cien metros estaba la puerta de la ciudad, imponente, que se alzaba a unos quince metros. Cuando Godfrey echó un vistazo, el corazón le dio un vuelco al ver que sus barras se abrían por completo.

      “¡NO!” exclamó involuntariamente.

      A Godfrey lo inundó el pánico cuando observó el carruaje de Darius, tirado por caballos, escoltado por soldados del Imperio, cubierto de barras de hierro –como una jaula sobre ruedas- dirigiéndose hacia las puertas abiertas.

      Godfrey corrió más rápido, más rápido de lo que él sabía que podía hacerlo, tropezando con él mismo.

      “No vamos a conseguirlo”, dijo Merek, la voz de la razón, posando una mano sobre su brazo.

      Pero Godfrey se la sacudió y corrió. Sabía que era una causa perdida –el carruaje estaba demasiado lejos, demasiado fuertemente escoltado, demasiado fortalecido- y, sin embargo, siguió corriendo hasta que no pudo correr más.

      Se quedó allí, en medio del patio, la mano firme de Merek lo retenía y él se inclinó y se dejó caer, con las manos en las rodillas.

      “¡No podemos dejar que se vaya!” gritó Godfrey.

      Ario negó con la cabeza, mientras se acercaba a su lado.

      “Ya se ha ido”, dijo. “Resérvate. Puede que luchemos otro día”.

      “Lo traeremos de vuelta de algún otro modo”, añadió Merek.

      “¿¡Cómo!?” imploró Godfrey desesperadamente.

      Ninguno de ellos tenía una respuesta, mientras estaban todos allí y observaban las puertas de hierro que se cerraban detrás de Darius, como puertas que se cerrasen en el alma de Darius.

      Podían ver el carruaje de Darius a través de las puertas, ya lejos, cabalgando en el desierto, poniendo distancia entre ellos y Volusia. La nube de polvo de su estela crecía más y más, ocultándolos pronto de su vista y Darius sentía que el corazón se le rompía cuando sintió que había decepcionado a la última persona que conocía y su única esperanza de redención.

      El silencio se rompió por el ladrido frenético de un perro salvaje y Godfrey bajó la vista y vio a Dray saliendo de un callejón de la ciudad, ladrando y gruñendo como un loco, corriendo a través del patio tras su dueño. Él también estaba СКАЧАТЬ