Название: Una Justa de Caballeros
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: El Anillo del Hechicero
isbn: 9781632917713
isbn:
Mientras se secaba las lágrimas, Gwen se puso la bata de seda por encima, atravesó corriendo la habitación, con los adoquines suaves y fríos a sus pies, y se detuvo ante la alta ventana arqueada. Tiró el cristal del vitral hacia ella y, al hacerlo, entró la tenue luz del amanecer, el primer sol que estaba saliendo, inundando el paisaje de escarlata. Era impresionante. Gwen miró hacia fuera, disfrutando de la vista de la Cresta, la inmaculada capital y el interminable paisaje de su alrededor, ondulantes colinas y abundantes viñedos, la mayor abundancia que jamás había visto en un sitio. Más allá, el azul centelleante del lago iluminaba la mañana y, más allá todavía, los picos de la Cresta, formando un perfecto círculo, rodeaban el lugar, que cubierto por la neblina. Parecía un lugar en el que no nada malo podía pasar.
Gwen pensaba en Thorgrin, en Guwayne, en algún lugar más allá de aquellos picos. ¿Dónde estaban? ¿Volvería a verlos alguna vez?
Gwen fue hacia la cisterna, se echó agua en la cara y se vistió rápidamente. Sabía que no encontraría a Thorgrin y a Guwayne sentada en aquella habitación y sentía más que nunca que necesitaba hacerlo. Si alguien podía ayudarla, era quizás el Rey. Él debía tener algún modo de hacerlo.
Gwen recordaba la conversación con él, mientras caminaban por los picos de la Cresta y obsevaron a Kendrick partir, recordaba los secretos que le había revelado. Que estaba muriendo. Que la Cresta estaba muriendo. Pero había más, más secretos que le iba a revelar, pero los interrumpieron. Sus consejeros se lo llevaron por un asunto urgente y, mientras se iba, le prometió que le contaría más y que le pediría un favor. ¿Qué favor era? se preguntaba ella. ¿Qué podía querer de ella?
El Rey le había pedido que se reuniera con él en la sala del trono al romper el alba y ahora Gwen se apresuraba a vestirse, pues sabía que ya llegaba tarde. Sus sueños la habían dejado mareada.
Mientras iba a toda prisa por la habitación, Gwendolyn sintió un retortijón de hambre, la hambruna del Gran Desierto todavía le pasaba factura, y echó un vistazo a la mesa de exquisiteces que le habían preparado –panes, fruta, quesos, postres dulces- y cogió rápidamente algunas cosas para irlas comiendo por el camino. Cogió más de las que necesitaba y, mientras caminaba, le daba la mitad de lo que tenía a Krohn que, gimiendo a su lado, se lo arrebataba de la mano deseoso de alcanzarlo. Ella estaba muy agradecida por esta comida, por la acogida, por el espléndido alojamiento –en algunos aspectos, se sentía como si estuviera de vuelta en la Corte del Rey, en el castillo en el que creció.
Los guardias se pusieron alerta cuando Gwen salió de la habitación, empujando la pesada puerta de madera de roble. Pasó dando largos pasos por delante de ellos, hacia los pasillos tenuemente alumbrados del castillo, las antorchas de la noche todavía quemaban.
Gwen llegó hasta el final del pasillo y subió unas escaleras de caracol de piedra, con Krohn a sus pies, hasta que llegó a los pisos superiores, donde sabía que estaba la habitación del trono del Rey, pues ya empezaba a familiarizarse con el castillo. Corrió hacia otra sala y estaba a punto de pasar por una apertura arqueada en la piedra cuando percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Se echó hacia atrás, sorprendida al ver a una persona entre las sombras.
“¿Gwendolyn?” dijo él con voz suave, demasiado refinado, saliendo de entre las sombras con una pequeña sonrisa petulante en la cara.
Gwendolyn parpadeó, atónita, y tardó un instante en recordar quién era. Le habían presentado a tantas personas en pocos días que todo se había vuelto un poco confuso.
Pero esta era una cara que no podía olvidar. Se dio cuenta de que era el hijo del Rey, el otro gemelo, el que tenía pelo y había hablado en contra de ella.
“Tú eres el hijo del Rey”, dijo, recordando en voz alta. “El tercero más mayor”.
Él sonrió, con una sonrisa pilla que a ella no le gustó, mientras daba un paso adelante.
“En realidad, el segundo más mayor”, le corrigió. “Somos gemelos, pero yo vine primero”.
Gwen lo observó mientras se acercaba un poco más y vio que estaba impecablemente vestido y afeitado, con el pelo peinado, olía a perfume y aceite y vestía la ropa más fina que ella había visto. Tenía aspecto de engreído y apestaba a arrogancia y prepotencia.
“Prefiero que no piensen en mí como un gemelo”, continuó. “Soy un hombre por mí solo. Me llamo Mardig. Es mi destino en la vida haber nacido un gemelo, no lo pude controlar. El destino, diría, de las coronas”, concluyó filosóficamente.
A Gwen no le gustaba estar en su presencia, todavía dolida por su trato la noche anterior y sentía que Krohn estaba tenso a su lado, con los pelos de la nuca erizados mientras se frotaba contra su pierna. Estaba impaciente por saber qué quería.
“¿Siempre merodea por las sombras de estos pasillos?” preguntó ella.
Mardig sonreía con aires de superioridad mientras se acercaba más, demasiado para ella.
“Al fin y al cabo, es mi castillo”, respondió, defendiendo su territorio. “Saben que deambulo por aquí”.
“¿Su castillo?” preguntó. “¿Y no es de su padre?”
Su expresión se volvió sombría.
“Todo a su tiempo”, respondió enigmáticamente y dio otro paso hacia delante.
Gwendolyn dio un paso hacia atrás involuntariamente, pues no le gustaba su presencia, mientras Krohn empezaba a gruñir.
Mardig miró a Krohn con desprecio.
“¿Sabía que los animales no pueden dormir en nuestro castillo?” respondió.
Gwen frunció el ceño enojada.
“Su padre no tuvo ningún recelo”.
“Mi padre no impone las normas”, respondió él. “Lo hago yo. Y la guardia del Rey está bajo mi mando”.
Ella frunció el ceño, frustrada.
“¿Por eso me ha parado aquí?” preguntó ella, enojada. “¿Para cumplir con el control sobre los animales?”
Él frunció el ceño en respuesta al darse cuenta de que, quizás, había topado con un igual. La miró fijamente, con los ojos clavados en ella, como si la estuviera analizando.
“No existe ni una sola mujer en la Cresta que no me desee”, dijo. “Y, sin embargo, no veo la pasión en sus ojos”.
Gwen lo miró boquiabierta, horrorizada, al darse cuenta finalmente de qué iba todo aquello.
“¿Pasión?” repitió, avergonzada. “¿Y por qué tendría que sentirla? Estoy casada y el amor de mi vida pronto regresará a mi lado”.
Mardig rió fuerte.
“¿Ah, sí?” preguntó. “Por lo que he oído, hace mucho tiempo que murió. O tanto tiempo que está perdido para usted, que nunca regresará”.
Gwendolyn lo miró enfurecida, mientras su enfado iba en aumento.
“Y aunque no regresara nunca”, dijo ella, “nunca estaría con otro. Y menos СКАЧАТЬ