Riverita. Armando Palacio Valdés
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Название: Riverita

Автор: Armando Palacio Valdés

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ se acercó para darle un beso. El brigadier le retuvo entre sus rodillas acariciándole los cabellos.

      –¿Cómo lo has pasado en casa de tu tío?

      –Bien.

      –¿Te has divertido mucho?

      –Bastante.

      –¿Supongo que no habréis hecho ninguna travesura que enfadase a la tía Martina?

      –No, papá—respondió el chico sin vacilar, y le contó todo lo que había hecho aquella tarde, omitiendo lo que bien le pareció.

      –Bien, así me gusta. Ahora tendrás ya deseos de irte a la cama, ¿verdad?… Vaya, pues a la cama, hijo mío, a la cama..... No quiero retenerte más..... a la cama, a la cama.....

      Sin embargo, seguía reteniéndole entre las rodillas. Al fin Miguel, forzándolas un poco, logró salir de ellas, y se dirigió a la puerta. Cuando ya estaba cerca, volvió a llamarle su padre.

      –Oyes, Miguel..... ¿No te ha hablado tu tío Bernardo?… preguntole con voz algo alterada.

      Miguel se detuvo y no contestó.

      –¿No te ha hablado de cierto asunto?

      –Sí—murmuró el chico, también cortado.

      –¿Y qué te ha dicho?… Cuenta.....

      Miguel comenzó a colocarse los dedos de la mano izquierda unos sobre otros y no dijo palabra.

      –¿No te ha dicho que ibas a tener pronto una mamá?—articuló el brigadier cada vez más turbado.

      –Sí—murmuró sordamente el niño.

      –¿Y qué te parece a ti de eso, Miguel?....

      Silencio sepulcral por parte de éste.

      –Vamos, ven aquí, tonto, ven aquí—le dijo con voz cariñosa; y metiéndole de nuevo entre sus rodillas, comenzó a besarle con afán.

      –¿No es verdad que a ti no te disgusta tener una mamá?… ¿No ves cómo todos tus amigos la tienen menos tú?… Ya verás cómo la quieres… pero nunca más que a mí, ¿no es cierto?… Y cuando vayas al colegio ya podrás decir a los compañeros:—Tengo una mamá, como vosotros… Y lo mismo a tus primos Enrique y Carlos… Y saldrás con ella a paseo en coche para que todos la vean. Ella, que es muy buena, te ha de querer mucho, y tú no la darás ningún disgusto, ¿verdad? Ya te conoce por el retrato… Y tú la conocerás muy pronto a ella… ¿Quieres conocerla ahora mismo?

      Y con mano febril, por donde se podía adivinar el grado de apasionamiento a que el brigadier había llegado, sacó del bolsillo una cartera y de la cartera un retrato de mujer, que puso delante de los ojos a su hijo.

      –Mírala, ¿te gusta?

      Miguel la echó una rápida mirada por complacer a su padre y bajó la cabeza en señal afirmativa.

      –Vamos—dijo el brigadier en voz baja y temblorosa,—dala un beso.

      El chico obedeció posando levemente los labios sobre el retrato. Su papá le pagó este acto de galantería con un sinnúmero de caricias y le fue a despedir hasta la puerta muy conmovido.

      Al día siguiente el brigadier anunció a su hijo que se marchaba en busca de la mamá y que tardaría en volver cuatro o cinco días; recomendole con mucho encarecimiento la formalidad durante su ausencia, el respeto al ama de llaves, la mesura con los demás criados, la puntual asistencia al colegio, el estudio, etc., etc.

      –Aquí llega tu tío Manolo—dijo viendo entrar a su hermano,—a quien te dejo recomendado: él se encargará de dar una vuelta por aquí todos los días y enterarse de cómo sigues y qué tal te portas…

      El tío Manolo, que acababa de entrar, era, con mucho, el mejor mozo de los tres hermanos. Apesar de sus cuarenta y cinco años, conservaba una frescura de cutis y una gallardía de talle que ni en sus mocedades habían ellos disfrutado: era un hombre verdaderamente notable por su figura: alto como sus hermanos, pero mejor proporcionado, de facciones correctas y varoniles, cabello negro y naturalmente rizado, donde apenas se advertía aún tal cual hebra de plata, patillas negras también, largas, sedosas, el cuello blanco y redondo como el de una mujer, el pie menudo y las manos finas y aristocráticas. En honra y gloria de esta figura, para regalarla y darla el debido esplendor, había sacrificado D. Manuel Rivera todo su tiempo y casi todo su capital. D. Bernardo hablaba de él con poco respeto y le trataba con cierto despego: el mismo brigadier, aun queriéndole bien, no se mostraba muy impresionado por aquella famosísima estampa, y solía reprenderle suavemente algunas cosas que llamaba puerilidades. En cambio, su sobrino Miguel le adoraba: ya de niño ansiaba volar a él desde los brazos de la nodriza: el tufo de los perfumes que gastaba, el roce de aquellas sedosas patillas al besarle, y sobre todo, la franca alegría que respiraba, le habían seducido siempre y aún le tenían completamente subyugado.

      –Pierde cuidado, Fernando—dijo gravemente el real mozo.—Yo haré que Miguel cumpla con sus deberes y se porte como una persona formal… Ni tú, ni Bernardo—añadió dirigiéndose a su hermano en tono confidencial—sabéis tratar a los chicos. Bernardo con su rigor inoportuno, y tú con tu debilidad, no servís para el caso… Yo hubiera sido un gran padre… A los chicos es menester tratarles con familiaridad, darles expansión, hablarles como amigos… y cuando llega el momento de ponerse serios, se les echa un terno redondo y se les dice: ¡c… chico, no hay más remedio que hacer esto!… ¡y se hace! ¡vaya si se hace!

      El brigadier sonrió al oír aquel discurso, y dijo:

      –Bueno, Manolo, tú te encargas de dar algunas vueltas por esta casa y vigilar que todo marche bien… Y si quieres y tienes tiempo para sacar a Miguel a paseo, sácale…

      –Nada, hombre, pierde cuidado, te digo.

      En efecto, el brigadier partió aquella noche para Sevilla dejando a Miguel al cuidado de los criados y bajo la vigilancia de su tío. Este al día siguiente vino a enterarse de cómo había pasado la noche, y tuvo la amabilidad de conducirle hasta el colegio; al dejarlo a la puerta, le prometió venir a buscarle y llevarle a almorzar consigo. Y así fue; pero en vez de llevarle a la fonda donde alojaba, prefirió irse a almorzar al restaurant del Iris. Comieron y bebieron alegremente como dos camaradas: el tío puso en práctica su tema pedagógico de la expansión. A los postres tenía las mejillas bastante coloradas y hablaba por los codos.

      –¿Sabes, Miguel?… Ahora, por la tarde te perdono el colegio. Una tarde más o menos importa poco. Vamos a dar un paseíto en coche, que es muy higiénico después de almorzar bien… porque hemos almorzado bien; ¿no es verdad, Miguel? Es lástima que no te encuentres en edad de fumar… te daría un cigarro… Pero ya llegarás a allá…

      Al levantarse del asiento, Miguel se tambaleó un poco, lo cual hizo reír a su tío. Como éste ya no tenía coche, se fueron a casa del brigadier, y mandó enganchar el tílbury, y subiéndose a él y poniendo al sobrino a su lado, empuñó con muy gentil disposición las riendas, y enderezó los pasos del caballo hacia la Casa de Campo. El tío Manolo era uno de los primeros mayorales de España; daba lástima que aquellas extraordinarias facultades hubiesen quedado tan pronto oscurecidas por falta de materia donde aplicarlas. Miguel iba en sus glorias, admirado de ver al tío aflojar y recoger las riendas y fustigar al caballo, con tanto arte, para ponerle al trote corto o largo, y hacerle revolver en poco espacio.

      –¿Qué tal, Miguel?—le СКАЧАТЬ