Название: Electra
Автор: Benito Pérez Galdós
Издательство: Public Domain
Жанр: Зарубежная классика
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Pantoja. Esa luz que usted cree inteligencia, no lo es. Es tan sólo el resplandor de un fuego intensísimo que está dentro: la voluntad. Con esta fuerza, que debo a Dios, he sabido enmendar mis errores.
Evarista. Después de la confidencia que me hizo usted anoche, veo muy claro su derecho a intervenir en la educación de esta loquilla…
Pantoja. A marcarle sus caminos, a señalarle fines elevados…
Evarista. Derecho que implica deberes inexcusables…
Pantoja. ¡Oh! ¡Cuánto agradezco a usted que así lo reconozca, amiga del alma! ¡Yo temía que mi confidencia de anoche, historia funesta que ennegrece los mejores años de mi vida, me haría perder su estimación!
Evarista. No, amigo mío. Como hombre, ha estado usted sujeto a las debilidades humanas. Pero el pecador se ha regenerado, castigando su vida con las mortificaciones que trae el arrepentimiento, y enderezándola con la práctica de la virtud.
Pantoja. La tristeza, el amor a la soledad, el desprecio de las vanidades, fueron mi salvación. Pues bien: no sería completa mi enmienda si ahora no cuidara yo de dirigir a esta niña, para apartarla del peligro. Si nos descuidamos, fácilmente se nos irá por los caminos de su madre.
Evarista. Mi parecer es que hable usted con ella…
Pantoja. A solas.
Evarista. Eso pensaba yo: a solas. Hágale comprender de una manera delicada la autoridad que tiene usted sobre ella…
Pantoja. Sí, sí… No es otro mi deseo. (Siguen en voz baja.)
Electra (en el grupo del centro, disputando con Máximo). Quita, quita. ¿Tú qué sabes? (Mostrando un dibujo.) Dice este bruto que el pájaro parece un viejo pensativo, y la mujer una langosta desmayada.
Marqués. ¡Oh! no… que está muy bien.
Máximo. A veces, cuando menos cuidado pone, tiene aciertos prodigiosos.
Cuesta. La verdad es que este paisajito, con el mar lejano, y estos troncos…
Electra. Mi especialidad ¿no saben ustedes cuál es? Pues los troncos viejos, las paredes en ruínas. Pinto bien lo que desconozco: la tristeza, lo pasado, lo muerto. La alegría presente, la juventud, no me salen. (Con pena y asombro.) Soy una gran artista para todo lo que no se parece a mí.
Don Urbano. ¡Qué gracia!
Cuesta. ¡Deliciosa!
Marqués. ¡Cómo chispea! Me encanta oírla.
Máximo. Ya vendrá la reflexión, las responsabilidades…
Electra (burlándose de Máximo). ¡La razón, la seriedad! Miren el sabio… fúnebre. Yo tengo todo eso el día que me dé la gana… y más que tú.
Máximo. Ya lo veremos, ya lo veremos.
Pantoja (que ha prestado atención a lo que hablan en el grupo del centro). No puedo ocultar a usted que me desagrada la familiaridad de la niña con el sobrino de Urbano.
Evarista. Ya la corregiremos. Pero tenga usted presente que Máximo es un hombre honradísimo, juicioso…
Pantoja. Sí, sí; pero… Amiga mía, en los senderos de la confianza tropiezan y resbalan los más fuertes: me lo ha enseñado una triste experiencia.
Electra (en el grupo del centro). Yo sentaré la cabeza cuando me acomode. Nadie se pone serio hasta que Dios lo manda. Nadie dice ¡ay! ¡ay! hasta que le duele algo.
Marqués. Justo.
Cuesta. Y ya, ya aprenderá cosas prácticas.
Electra. Cierto: cuando venga Dios y me diga: «niña: ahí tienes el dolor, los deberes, la duda…»
Máximo. Que lo dirá… y pronto.
Evarista. Electra, hija mía, no tontees…
Electra. Tía, es Máximo que… (Pasa al lado de su tía.)
Don Urbano. Máximo tiene razón…
Cuesta. Seguramente. (Cuesta y Don Urbano pasan también al lado de Evarista, quedando solos a la izquierda Máximo y el Marqués.)
Máximo. ¿Puedo saber ya, señor Marqués, el resultado de su primera observación?
Marqués. Me ha encantado la chiquilla. Ya veo que no había exageración en lo que usted me contaba.
Máximo. ¿Y la penetración de usted no descubre bajo esos donaires algo que…?
Marqués. Ya entiendo… belleza moral, sentido común… No hay tiempo aún para tales descubrimientos. Seguiré observando.
Máximo. Porque yo, la verdad, consagrado a la ciencia desde edad muy temprana, conozco poco el mundo, y los caracteres humanos son para mí una escritura que apenas puedo deletrear.
Marqués. Pues en esa escritura y en otras sé yo leer de corrido.
Máximo. ¿Viene usted a mi casa?
Marqués. Iremos un rato. Es posible que mi mujer me riña si sabe que visito el taller de Electrotecnia y la fábrica de luz. Pero Virginia no ha de ser muy severa. Puedo aventurarme… Después volveré aquí, y con el pretexto de admirar a la niña en el piano, hablaré con ella y continuaré mis estudios.
Máximo (alto). ¿Viene usted, Marqués?
Don Urbano. ¿Pero nos dejan?
Marqués. Me voy un rato con este amigo.
Evarista. Marqués, estoy muy enojada por sus largas ausencias, pero muy enojada. No podrá usted desagraviarme más que almorzando hoy con nosotros. Es castigo, Don Juan;27 es penitencia.
Marqués. Yo la acepto en descargo de mi culpa, bendiciendo la mano que me castiga.
Evarista. Tú, Máximo, vendrás también.
Máximo. Si me dejan libre a esa hora, vendré.
Electra. No vengas, hombre… por Dios, no vengas. (Con alegría que no puede disimular.) ¿Vas a venir? Di que sí. (Corrigiéndose.) No, no: di que no.
Máximo. ¡Ah! No te libras de mí. Chiquilla loca, tú tendrás juicio.
Electra. Y tú lo perderás, sabio tonto, viejo… (Le sigue con la mirada hasta que sale. Salen Máximo y el Marqués por el jardín. José entra por el foro.)
ESCENA VIII
Electra, Evarista, Don Urbano, Pantoja, Cuesta, José.
José (anunciando). La señora Superiora de San José28 de la Penitencia.
Pantoja. ¡Oh, mi buena Sor Bárbara de la Cruz…!
Evarista. СКАЧАТЬ
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