Название: Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín
Автор: Giovanni Odino
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Эротика, Секс
isbn: 9788873044796
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Le llegó desde el exterior el sonido de un claxon que avisaba de la vuelta de Maurizio, Carlo y Diego. Edoardo reaccionó rápidamente, se secó y se puso el albornoz que tenÃa a su disposición: le estaba un poco pequeño, pero bastaba. Se puso las sandalias, que eran de la talla justa. Antes de salir se acercó a Carlotta, la cual, mientras tanto, y sin hablar, se habÃa vestido. Apoyó sus manos sobre sus costados, se acercó a ella y le dio un beso leve en los labios.
âMe voy âdijo.
A ella le pareció el sello de un pacto nuevo, suscrito entre él, ella y el resto del mundo. Le pareció leer en sus ojos todas las promesas que aquel amor grandÃsimo habrÃa exigido; le pareció que sus labios pronunciaron todas las palabras que la amante de un amor inigualable desea oÃr. Percibió, a través de sus manos, todas las caricias futuras una mujer desea recibir de un hombre. El piloto se ofrecÃa a su sola propiedad, a condición de que ella lo amase, lo asistiera, lo satisficiera totalmente y sin escatimar nada. Y ella suscribió todos los artÃculos de aquel contrato que pensaba que él también habÃa firmado.
***
Carlo examinó atentamente el helicóptero. SabÃa, mientras esperaban al encargado de la Dirección General de la Aviación Civil que iba a llegar próximamente desde Milán, que no debÃa tocar nada. En caso de accidente aéreo, aun cuando no hay heridos, como en este caso, es obligatoria la investigación de la Aviación Civil, y él no debÃa modificar la escena de la catástrofe.
HabÃa llamado inmediatamente a Casale Monferrato, al dueño de la empresa, Santino Panizza.
â¡Me cago en la leche! âgritóâ. ¿Por qué tiene que volar siempre tan bajo?
âPorque es lo que prefieren los clientes. Ãl lo sabe y a veces se pasa.
âLo sé, lo sé, maldita mala suerte. ¿Qué tal está? ¿Seguro que no se ha hecho daño?
âNo se preocupe, se está lavando y dentro de nada, en cuanto me cambie, vuelvo a buscarlo. ¿Puede avisar usted a la Dirección de Linate?
âSÃ, llamo yo.
â¿Se acuerda del área de descanso de Oliva Gessi? ¿Donde nos reunimos la semana pasada con Maurizio?
âSÃ, me acuerdo, la que está bajo la carretera, con los barriles de agua.
âExacto. La casa donde cayó el helicóptero está a unos doscientos metros siguiendo por la misma carretera.
âAhora llamo a Linate y voy para allá inmediatamente. Mejor, cogeré cita para acompañarlos, si no, no van a encontrar el sitio. Tardaremos unas tres horas. Hasta luego.
âAllà estaré.
Al final, Panizza, después del sobresalto inicial, se habÃa mostrado comprensivo. Por lo demás, con ese trabajo, que obliga a los helicópteros a volar entre casas, tendidos eléctricos, y árboles varios, a pocos metros del terreno, sabÃa que antes o después alguien se iba a chocar con algo. Bastaba una falta de atención de un segundo para provocar un accidente. De hecho, solo se maravillaba de que le hubiera pasado a Edoardo, al que consideraba el mejor y el más atento de sus pilotos.
âQué pasa, gente âexclamó Edoardoâ. ¿Cómo va todo por aquà fuera? ¿Estáis curando al pajarito?
HabÃa salido por la puerta de la cocina y se habÃa parado en la veranda. Alto, envuelto en el albornoz blanco algo pequeño anudado a la cintura, miraba a los presentes con la cara iluminada con una sonrisa irónica. En la mano, entre el pulgar y el Ãndice, sujetaba el puro que le habÃa dado Maurizio y al cual daba unas caladas que luego exhalaba con grandes remolinos de humo.
Maurizio, Carlo y Diego, que estaban cerca del helicóptero, se giraron para mirarlo.
âHas recuperado un aspecto humano âdijo Carloâ. Te habÃas transformado en el Jolly Blue Giant [02]; de los valles y viñedos del Oltrepò Pavese, el gigante bueno que defiende las vides del mildiu.
Carlo sonreÃa, divertido al provocar a Edoardo.
âSolo que, ahora que el Jolly Blue Giant ha destrozado el helicóptero, tendrá que colgarse un gagarin [03] a la espalday pulverizar su esencia azul por todas las colinas. Además, ¿no es su trabajo?
HabÃa un tono de reproche en las bromas de Carlo. Estaba contrariado por el accidente. SabÃa que ahora empezarÃa una discusión sobre las responsabilidades de cada uno, y que los inspectores de la Dirección General de la Aviación Civil empezarÃan a mirar con lupa todas sus operaciones de mantenimiento. Eso le preocupaba.
Edoardo se dio cuenta, pero no se enfadó. Lo entendÃa, y comprendÃa sus temores.
âNo tienes que preocuparte âle dijo, acercándose al grupo, pero manteniéndose alejado del pantano azulâ. Puedo afirmar, delante de todos, que todo ha sido mi culpa. Bajé demasiado y toqué aquel árbol, en el lÃmite del jardÃn con la viña que estaba fumigando.
Señaló un bonito cerezo con la mano, que desde hacÃa unos cuantos decenios prosperaba indiferente a las exigencias del vuelo de helicópteros.
âHe modificado la posición para subir, pero no pensé que, al hacerlo, la cola habrÃa descendido. De esa manera he acabado tocando una rama. Me he dado cuenta de que se habÃa dañado el rotor de cola. Solo he podido evitar que el helicóptero cayera encima de la casa.
âGracias. SabÃa que eras una persona seria, además de un amigo âdijo Carlo, con expresión de alivio.
âHoy he aprendido cómo salvarte cuando golpeas un árbol. Menos mal que lo he aprendido en tierra y no a bordo âintervino Diego.
Todos rieron, descargando la tensión.
âNo te preocupes por tus lecciones de vuelo. Sigue trabajando bien y te garantizo que las darás todas como estaba programado âlo tranquilizó Edoardo.
âVale, vale. Ni me lo habÃa planteado.
âTe he traÃdo uno de mis monos âdijo Carloâ. Como los llevo un poco grandes deberÃa valerte. Sale de la lavanderÃa. Si te está cómodo, te he traÃdo también una camiseta, dos calzoncillos y un par de calcetines. Todo limpio y perfumado.
âGracias, Carlo. Intentaré entrar en tu ropa. Más tarde te lo devolveré todo lavado y planchado.
âNi se te ocurra. Después de llevarlos tú lo único que se podrá hacer es quemarlo todo.
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