Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín. Giovanni Odino
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Название: Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín

Автор: Giovanni Odino

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Эротика, Секс

Серия:

isbn: 9788873044796

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СКАЧАТЬ observaba con una cierta admiración la aparente facilidad con la que los tres hombres se estaban coordinando en el salvamento. Se veía que estaban acostumbrados a trabajar juntos.

      â€”Vamos, Diego, levanta... ¡para! —ordenó Maurizio—. No te muevas, Edoardo, te sacamos nosotros. Venga, Carlo. Juntos. Tiii-ra, vamos, tiii-ra, último esfuerzo: tiii-ra.

      Edoardo apareció de debajo del helicóptero con gran satisfacción de todos. Se puso de pie soltando un grito a todo pulmón:

      â€”Aaagh… —Después, apretando fuerte los puños y cerrando los ojos, volvió a gritar—: Aaagh … —como un guerrero maorí queriendo asustar a sus enemigos.

      Carlotta vio erguirse en medio del amasijo aquella figura imponente, con el mono de vuelo empapado pegado al cuerpo. De la cabeza a los pies, estaba todo recubierto de un bonito color azul. Le pareció un extraterrestre y pensó en el helicóptero como una nave espacial. Sintió una breve perturbación en el pecho y le vino en mente la letra de una vieja canción:

      Extraterrestre llévame lejos,

      quiero una estrella para mí,

      extraterrestre ven a atraparme,

      quiero un planeta para volver a empezar.

      Edoardo jadeaba, tosía y escupía una saliva azulada. —Joder. Qué asco me da esto. Soy un idiota. Un idiota. Sabía que tenía que volar más alto. Lo sabía.

      â€”Túmbate, tranquilízate un poco. Hemos llamado a la ambulancia y estará aquí dentro de poco —dijo Maurizio.

      â€”Pero ¿qué ambulancia? No tengo nada. Quiero ir al hotel a lavarme y quitarme esta porquería.

      Â»Mierda. ¿Habéis avisado al jefe? Tenemos que pedir otro helicóptero para seguir con los vuelos.

      â€”No te preocupes por el trabajo —intervino Maurizio—. Eso ya lo arreglaremos más tarde.

      â€”Pues llevadme para que me lave. ¿No veis cómo me he puesto?

      Llegó una ambulancia y aparcó rápidamente detrás del Fiat Ritmo de Carlo. Maurizio hizo un gesto con la mano para llamar la atención. Salió una persona y corrió hacia el grupo.

      â€”Soy el enfermero. ¿Quién es el herido?

      â€”Él —dijeron Maurizio y Carlo al mismo tiempo, señalando a Edoardo.

      â€”Pero qué herido ni qué ocho cuartos. ¡No me he hecho nada! —exclamó el piloto—. Aquí el único herido es él, piensa qué puedes hacer para reanimarlo. —Se dio la vuelta señalando con el índice en dirección del helicóptero.

      Carlo intervino:

      â€”Érase una vez un helicóptero de constitución sana y robusta. Después tuvo relaciones íntimas con un piloto poco recomendable.

      El enfermero los miró a todos como si hubiera llegado allí por error. Se recuperó rápido, porque él también estaba acostumbrado a gestionar situaciones de emergencia.

      â€”Tenemos que ir al hospital para asegurarnos de que no hay lesiones internas o un traumatismo craneal. —Hizo un gesto al conductor de la ambulancia y al voluntario, que completaban el grupo que había llegado con él, para que se acercaran con la camilla.

      â€”Joder. ¿Cómo tengo que deciros que no me pasa nada? Alejad esta camilla de aquí. Da mala suerte, y al final alguien va a necesitarla de verdad.

      â€”Al menos déjeme hacer los controles mínimos para determinar su estado —pidió pacientemente el enfermero—. ¿Era un líquido tóxico? ¿Lo ha ingerido?

      â€”Me ha llegado a la boca, pero no lo he tragado. No puede ser muy venenoso, si no, estaríamos todos muertos hace tiempo —respondió Edoardo. Después se sentó en la hierba y consintió, mientras se calmaba, a que le hicieran unas pruebas. Después de un examen rápido, el enfermero excluyó el traumatismo craneal y los daños a la columna vertebral.

      â€”Si realmente no quiere ir al hospital me tiene que firmar esta hoja en la que declara que renuncia por voluntad propia.

      â€”Démela, firmo todo. Pero que no haya facturas después.

      El enfermero, que tenía mucha experiencia, sonrió: había notado una cierta alteración en el comportamiento del piloto, debida a la adrenalina que todavía circulaba por su cuerpo, pero también veía, por lo que había podido verificar durante las pruebas y por cómo se movía para todos lados, escupiendo y blasfemando, que no había sufrido ningún daño físico. Una vez firmada la declaración curioseó unos minutos más junto a los otros dos colaboradores alrededor de los restos del helicóptero, y después decidió que podían irse. Los tres volvieron a entrar en la ambulancia e intentaron marcharse. Lo intentaron, porque durante todo este tiempo se había juntado un pequeño grupo de curiosos, y sus coches habían bloqueado la carretera. Tras unas cuantas maniobras y varias imprecaciones, la ambulancia consiguió marcharse. También el grupo de curiosos se marchó, después de las muchas invitaciones amables, pero firmes de Maurizio y de Carlo a que lo hicieran.

      â€”Bueno. ¿Queréis llevarme al hotel? —preguntó, irritado, Edoardo—. ¿Tengo que llamar a un taxi? ¿Tengo que ir en helicóptero?

      Empezaron a reír todos, que lo miraban mientras se observaba a sí mismo, con las manos en la cintura, goteando líquido azul.

      â€”Vamos. Te llevo yo —dijo Maurizio.

      â€”Si quiere, puede ducharse aquí —intervino Carlotta.

      Se dieron la vuelta para mirarla. Maurizio, que conocía a la mujer por haberla visto alguna vez en el pueblo, pero sobre todo porque vivían en la misma colina, se dio cuenta de que ni siquiera le habían pedido permiso para entrar. Le habló, con una clara expresión de embarazo en su cara:

      â€”Gracias, señora Bianchi, perdónenos por la intrusión. Hemos sido maleducados, pero estábamos preocupados por el piloto.

      â€”¿Y quién no lo habría estado? —respondió ella. —Para nosotros no hace falta, pero si el piloto pudiera, sería muy amable por su parte.

      â€”Como les he dicho, no hay ningún problema. Maurizio se dirigió a Edoardo:

      â€”Tú, es mejor si te arreglas aquí. La señora te deja usar su baño. Nosotros vamos rápidamente a limpiarnos y volvemos enseguida. Nos encontraremos dentro de media hora, todos arreglados.

      â€”De acuerdo, hasta luego —respondió Edoardo. Todavía se sentía algo aturdido, y la idea de darse una ducha inmediatamente lo seducía. Después añadió—: Maurizio.

      â€”Dime.

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