Название: Un Helado Para Henry
Автор: Emanuele Cerquiglini
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Зарубежные детективы
isbn: 9788885356344
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Dalton Clark caminaba durante el alba cogido de la mano de su mujer. Amaba el aire fresco de los lagos en Medford y era feliz llevando una vida de jubilado en aquel lugar.
«Hemos esperado tanto, mi amor, pero finalmente ha llegado el dÃa que tanto esperábamos y será mejor estar preparados. Verás que un poco de movimiento nos vendrá bien, tanto al cuerpo como a la menteâ¦Â» dijo Dalton cuando él y su mujer llegaron a los muelles. Después soltó la mano de la mujer para desatar la canoa de dos plazas de la valla de madera, donde estaba atada con una cuerda y asegurada con un nudo marinero.
Samantha Monroe le miró sin responder. Ella solÃa secundar siempre a aquel hombre, que años antes la habÃa salvado y devuelto la vida. Dalton la habÃa escuchado y comprendido como ningún otro habrÃa sido capaz de hacer, incluso más que sus hijos y su primer marido; por esto ella le era tan devota y se fiaba ciegamente de él. Dalton era un hombre gigantesco, grande y gordo y se movÃa con poca agilidad, pero era fuerte fÃsicamente y duro de carácter; a menudo lo era también con los hijos de Samantha, pero, sin embargo, ella sabÃa que detrás de aquella falta de ánimo, latÃa el corazón de un hombre bueno que sabÃa cómo afrontar las cosas y las situaciones que habrÃan aterrorizado y superado a la mayor parte de las personas.
Dalton colocó mitad de la canoa en el agua. Samantha le pasó el remo y él, jadeando, se metió dentro de la canoa, sentándose en la parte de atrás.
«Sube, mi amor, no tengas miedo, estoy sujetando la canoa.»
Samantha se subió los camales del pantalón de lino hasta la rodilla y subió a la canoa sin ninguna dificultad; sus articulaciones ya no eran los de una jovencita y a menudo sentÃa dolor en la espalda, pero querÃa ardientemente encontrarse en medio del lago junto a su querido Dalton, esperando que en ese profético dÃa todo saliese como habÃan imaginado y preparado desde hace años o mejor, como Dalton habÃa preparado y como ella y sus hijos, seguros, habÃan aceptado.
A lo mejor, aquel dÃa, todos los sufrimientos de su existencia finalmente desaparecerÃan y ella se vengarÃa por todos los años que su familia habÃa sufrido sin poder nunca defenderse.
Dalton estaba seguro de que Samantha no tenÃa nada, sabÃa cosas que otros no podrÃan imaginar y, sobre todo, tenÃa soluciones que, aunque podÃan parecer desconcertantes, eran las únicas posibles, y las pondrÃa en práctica.
- Existen fuerzas que actúan más allá de nuestra comprensión de lo que es bueno o malo, y a estas fuerzas hay que responder de la única manera que entiendenâ¦Tienes que aceptarlo, Samantha, si no, volverán con más fuerza que nunca y terminarán su trabajo, aquello que empezaron hace tiempo contra ti y tu familiaâ¦- Dalton siempre le decÃa esto cuando ella se mostraba tÃmidamente dudosa, pero jamás sin juzgar al hombre por sus teorÃas y convicciones. Dalton ya le habÃa salvado una vez y lo volverÃa a hacer. Samantha era solamente una pobre ignorante y sabÃa que no podÃa comprenderlo todo, pero sabÃa que podÃa fiarse y darle una nueva oportunidad a ella y, sobre todo, a sus hijos.
Cuando Samantha se colocó sentándose firmemente en la parte anterior de la canoa; Dalton tenÃa el remo en equilibrio sobre las piernas, hundió ambos brazos en el fondo fangoso de la orilla y empujó con toda la fuerza que poseÃa hasta meter la canoa en el agua. Después de unos minutos, mientras salÃa el sol y con sus rayos iniciaba a calentar la naturaleza de alrededor, Dalton y Samantha se encontraron flotando en silencio en el centro del lago, escucharon el cantar matutino de los pajarillos ocultos en los árboles mientras los reflejos de la luz del sol bailaban delicadamente sobre las olas que el motor de la canoa habÃa dibujado, rompiendo la monotonÃa de aquel lago todavÃa adormentado.
CAPÃTULO 1
PRIMER DÃA
Era un viernes por la mañana demasiado caluroso para ponerse debajo del mono de mecánico la vieja sudadera de los New Jersey Nets, asà que Jim Lewis sacó del armario una camisa vaquera, no demasiado arrugada, y se la puso encima de la camiseta de tirantes roja, la cual tenÃa dos agujeros en la parte derecha debido a una quemadura de un cigarro fumado torpemente hace, quién sabe, cuántos años antes.
Jim amaba esa camiseta, aunque fuese lisa y el rojo ya no fuese igual de flamante. Llevarla le hacÃa sentir todavÃa joven y le gustaba cómo marcaba las formas de su musculatura tensa que, sobre su fina estructura ósea, resaltaba por las venas que se entreveÃan debajo de la piel y que bajaban desde el cuello hasta ramificarse por los brazos.
La consideraba una armadura, algo inseparable: âJim âtirantes rojos- Lewisâ.
Después de llevarla puesta todo el dÃa, la primera cosa que hacÃa cuando volvÃa a casa era lavarla a mano y tenderla para poder ponérsela, en el peor de los casos, un par de dÃas después.
Una vez abotonada la camisa, Jim se puso el mono de mecánico, se colocó los tirantes y se puso las habituales zapatillas de deporte manchadas de aceite. No eran ni las siete y su hijo Henry dormÃa serenamente en su habitación.
Jim bajó a la cocina y preparó para desayunar una hamburguesa con una fina loncha de queso derretido por encima, pero no antes de abrirse una lata de Red Bull y de encender la televisión para ver las noticias de la mañana.
En la NBC ponÃan imágenes de una manifestación por los derechos de los homosexuales, la cual habÃa terminado con algún percance entre los pacÃficos y coloridos manifestantes y un grupo reducido de homófobos con cabezas rapadas y algún que otro sÃmbolo nazi tatuado.
Uno de los arrestados gritaba algo sobre el peligro del matrimonio entre personas del mismo sexo, comparándolo con un billete de ida para el infierno. Lo decÃa gritando y con los ojos tan encendidos y unas pupilas tan dilatadas que probablemente el infierno al que se referÃa en realidad corrÃa por sus venas en forma de estupefacientes. La policÃa habÃa también arrestado a un puñado de fanáticos neonazis de la familia tradicional, que tenÃan la paranoia de tener que defender la virginidad del culo de los demás.
Jim Lewis no sentÃa ninguna simpatÃa por grupos de extrema derecha, le parecÃan locos estúpidos, pero sentÃa una real aversión a СКАЧАТЬ